Henry Morton Stanley.
Livingstone era un médico escocés que decidió dedicar su vida a la exploración y la actividad misionera. En 1855 había descubierto las cataratas del río Zambeze, a las cuales llamó Cataratas Victoria, en honor de la reina de Gran Bretaña. En 1866, contratado por la Royal Geographical Society, llevó a cabo una expedición cuyo objetivo era confirmar las afirmaciones de Speke sobre el nacimiento del Nilo. Speke, acompañado de Francis Burton, había buscado las fuentes del Nilo en 1857 y en 1858. En su última expedición habían descubierto el lago Tanganica, y Speke en solitario, el lago Victoria. Según Speke, el Nilo nacía en las aguas del lago Victoria, pero muchos dudaban de ello.
Por esta razón, la Royal Geographical Society contrató a Livingstone, para que confirmase lo que Speke afirmaba. Sin embargo, durante varios años no se tuvo noticias de Livingstone y ya se dudaba de que siguiese vivo. Fue entonces cuando el periódico estadounidense New York Herald encargó a Henry Morton Stanley que buscase al explorador perdido.
David Livingstone.
Livingstone era contrario a la teoría de Speke, y creía que el Nilo nacía en el desagüe norte del lago Tanganica. Stanley lo halló en la ribera oriental de dicho lago, en una aldea llamada Ujiji; al encontrarlo, Stanley pronunció una de esas famosas frases que todo el mundo recuerda:
"¿El doctor Livingstone, supongo?"Stanley podía remitir una impresionante crónica al New York Herald, después de un peligroso viaje por el corazón de África, había encontrado al famoso explorador escocés, que supuestamente había encontrado las auténticas fuentes del Nilo.
Sin embargo, Livingstone estaba ya poco interesado en encontrar el nacimiento del legendario río; sus preocupaciones se orientaban hacia la actividad misionera y humanitaria; entre aquellas gentes del lago Tanganica creía haber encontrado el auténtico sentido de la existencia y la iluminación divina. Stanley se sorprendió con esta actitud del doctor, pero muy pronto quedó deslumbrado por la personalidad de Livingstone, al cual consideraría durante toda su vida como un maestro y guía.
Stanley podía considerarse afortunado, el mundo entero había estado pendiente de su viaje a través de la prensa. En aquellos años, África ejercía una enorme atracción en Europa y América del Norte; el interior de aquel continente permanecía inexplorado aún, a pesar de las últimas expediciones de aventureros y exploradores. Entre la gente común, aquellas tierras exóticas tenían un halo de romanticismo; era la tierra salvaje y misteriosa. Pero también los círculos científicos e intelectuales eran apasionados de África; entre las instituciones que más interés tenían en aquel continente, se encontraba la Royal Geographical Society, que había financiado varias exploraciones del continente. Tampoco debemos olvidar que los Estados europeos tenían un interés económico en África. La industrialización de los sistemas de producción había provocado que ésta experimentase un aumento espectacular durante la primera mitad del Siglo XIX; sin embargo, la demanda en Europa había alcanzado techo, por lo cual, los precios fueron a la baja y todo el sistema se dirigía hacia el estancamiento. Por otra parte, se había producido una gran acumulación de capital que no encontraba salida en una economía donde comenzaban a escasear las oportunidades de inversión. La solución estaba en encontrar nuevos mercados y territorios ricos en materias primas que reactivasen la industria. África podía ofrecer estos beneficios a las economías de los Estados europeos, pero era necesario explorarla previamente. Así, Gran Bretaña y Francia tomaron la iniciativa, primero explorando el continente, después dominando amplios territorios del mismo.
África en la primera mitad del S. XIX. Obsérvese la zona vacía del mapa aún no explorada.
La exploración se vinculó con el desarrollo del mercado mundial, pero también participó el entusiasmo misionero; explorar no sólo significaba conocer, sino desarrollar, llevar la luz de la civilización y el progreso a un mundo atrasado y bárbaro; significaba vestir la desnudez del salvaje con camisas y pantalones fabricados por Bolton y Roubaix.
Desde luego que Livingstone se sentía más atraído por este aspecto misionero que por el estrictamente geográfico, y por supuesto que a orillas del Tanganica se había olvidado del objetivo inicial de su expedición; en resumidas cuentas, no tenía intenciones de continuar buscando las fuentes del Nilo. Stanley lo entendió perfectamente, incluso aceptó que la misión de Livingstone era algo más elevado, propio de un hombre que se movía en un plano superior.
Stanley y Livingstone exploraron juntos la orilla Norte del lago Tanganica con la intención de demostrar definitivamente la teoría del doctor escocés; sin embargo, no obtuvieron pruebas concluyentes; era necesario explorar las orillas de los lagos Victoria y Alberto para encontrar las auténticas fuentes del Nilo. Meses después murió Livingstone.
En 1874, dos periódicos, el Daily Telegraph y el New York Herald, patrocinaron otro viaje de Stanley al corazón de África. En esta expedición, Stanley exploró y cartografió las riberas del lago Victoria y sus alrededores; así, pudo comprobar que las cataratas Ripon eran el mayor desagüe del lago; parecía que Speke tenía razón y el lago Victoria era la fuente original del Nilo.
Nacimiento de río Nilo en el lago Victoria según Speke.
Rápidos del Nilo junto al lago Victoria.
Sin embargo, comprendió que esta afirmación no sería segura hasta explorar el lago Alberto y la ribera occidental del Tanganica. Siendo imposible dirigirse hacia el Noroeste por las guerras entre los nativos, se dirigió al Sur y cartografió las orillas del Tanganica, continuando después hacia el Oeste, siguiendo el curso del río Congo hasta el Atlántico.
En 1887, Stanley fue contratado por el escocés William MacKinnon, jefe de la Compañía de Navegación Británica, para realizar una expedición a África cuyo objetivo era rescatar a Mehmet Emin Pasha, médico alemán y gobernador de la provincia egipcia del Sur del Sudán, que se había refugiado en el Sur, huyendo de los seguidores de el Mahdi, profeta musulmán que había creado un Estado teocrático en el Sudán. En la expedición colaboraría el rey Leopoldo II de Bélgica, debido a lo cual, se planteó que el punto de partida fuese la desembocadura del Congo, y no Zanzíbar, como era acostumbrado en aquella época. Aquello tenía más el aspecto de una expedición militar que de una exploración geográfica o una misión humanitaria de rescate; el equipo que transportaban una multitud de porteadores incluía una gran cantidad de armas de fuego y munición abundante, además de varios cañones. El objetivo de Leopoldo II era que la expedición anexionase a Bélgica toda la cuenca del río Congo, de ahí que no escatimase las promesas de aportar los recursos necesarios para asegurar el éxito de la expedición. Acompañando a Stanley iban una serie de aventureros, militares y mercenarios de diversa procedencia; se trataba de la empresa más importante que se había realizado en África desde el comienzo de las exploraciones.
En aquellos años, los Estados más poderosos de Europa ya se habían lanzado a la conquista y dominación de África sin reparar en esfuerzos; a cambio se esperaba una gran recompensa, nuevos mercados en los que podía dar salida a los excedentes de producción industrial y materias primas, algunas exóticas, como el marfil. La trata de esclavos había sido un excelente negocio durante más de doscientos años, pero desde que Estados Unidos promulgase la abolición de la esclavitud en 1863 el comercio de esclavos sufrió un duro golpe. Antes de aquella fecha el comercio de esclavos ya había sido prohibido por Portugal, Francia y Gran Bretaña. Tristemente fue España el último Estado europeo en abolir la trata de esclavos en 1886. Sin embargo, este comercio de mercancía humana continuó practicándose en el mundo musulmán hasta que el control total de áfrica por los europeos lo eliminó casi completamente.
Traficantes de esclavos.
Así pues, Stanley, cargó su equipo y su gente en cuatro barcos y se dirigió aguas del Congo arriba. La travesía de la selva fue una prueba terrible para los expedicionarios, pues hubieron de combatir contra las poblaciones nativas y contra los negreros musulmanes. Finalmente, y tras muchas bajas, consiguieron salir del bosque ecuatorial y abrirse paso hasta la sabana.
Río Congo.
Stanley había pasado de ser periodista a ser un aventurero mercenario al servicio de los intereses de las grandes compañías comerciales europeas; su transformación fue progresiva, pero imparable. Al mando de su pequeño ejército llegó a orillas del lago Alberto, donde se encontró con Emin Pasha en abril de 1888. Pasha era otro aventurero, uno más de los muchos que abundaron en el Siglo XIX. Judío alemán de nacimiento y llamado originalmente Isaac Eduard Schnitzer, emigró al Imperio Otomano para ejercer la medicina y de allí pasó al Sudán, donde adoptó el nombre de Mehmet Emin Pasha y entró al servicio de la administración egipcia. En 1878 fue nombrado gobernador del Sudán, pero en 1884 se vio obligado a huir hacia el Sur a causa de la rebelión de el Mahdi y sus fanáticos seguidores. Cuando Stanley lo encontró a orillas del lago Alberto, no temía en absoluto por su seguridad, antes bien, estaba en disposición de garantizar la seguridad de Stanley y su maltrecha expedición.
Lago Alberto.
Pasha se negó a regresar con Stanley, dando a entender que no necesitaba que nadie le rescatase. Durante su estancia en el lago Alberto el atrevido periodista exploró la zona y definió mucho más sus ideas sobre el origen del río Nilo. Si bien era cierto que podían identificarse las cataratas Ripon como la fuente original del legendario río, también era evidente que en su cabecera se nutría de otras fuentes que incluían una amplia zona que abarcaba los lagos Alberto, Kioga y Eduardo. Se trataba de una gran depresión formada por una serie de fosas tectónicas donde se recogía una inmensa cantidad de agua, que finalmente rebosaba al Norte del lago Victoria.
Cuando Stanley preguntó de dónde venía toda aquella agua, los lugareños le dijeron que procedía del Ruwenzori, nombre que significa "hacedor de agua". Se trata de una cordillera situada entre el lago Alberto y el lago Eduardo, que en la antigüedad fue conocida como "Montes de la Luna". Sus alturas de más de 5.000 m permiten que los glaciares ocupen sus picos, a pesar de encontrarse en plena zona ecuatorial.
Glaciares del Ruwenzori.
Las montañas del Ruwenzori permanecen la mayor parte del tiempo cubiertas por la niebla, por esta razón no es fácil verlas desde la llanura junto a los lagos; constantemente sus alturas atraen las nubes que proceden del Este y del Oeste. Esta enorme humedad desciende por las laderas y alimenta los lagos que forman la cabecera del Nilo. La espesa vegetación que cubre las faldas del Ruwenzori impide que esta inmensa cantidad de agua descienda torrencialmente hasta los lagos; por el contrario, el agua baja lentamente, empapando los bosques cubiertos de musgo hasta llegar al llano.
Bosques del Ruwenzori.
Dispuesto, como siempre, Stanley a llevar la aventura más allá de la última frontera, subió por las laderas del Ruwenzori y coronó sus cimas a comienzos de 1889. Durante el tiempo que permaneció en la zona, muchos soldados de Sudán del Sur se unieron a él porque temían por sus vidas y las de sus familias. La mitad de los expedicionarios que partieron de la desembocadura del Congo habían muerto, pero ahora otra gente que huía de los seguidores de el Mahdi se reunieron junto a Stanley.
Finalmente, Emin Pasha, ante el empeoramiento de la situación en la zona y la desaparición absoluta de cualquier autoridad, decidió acompañar a Stanley en dirección Este, hacia Zanzíbar, adonde llegaron a finales del verano de 1889.
La época de los exploradores estaba a punto de acabar en África, unos años después todo el continente estaría en manos de las potencias coloniales europeas; a comienzos del Siglo XX el continente entero había sido cartografiado y miles de europeos se habían establecido en las colonias como agentes públicos y privados, comerciantes y soldados. El misterioso continente había perdido su misterio y todo el corazón de África caminaba por la inexorable senda de la globalización. Stanley fue, sin duda, uno de los más grandes aventureros de su tiempo, cuando el New York Herald le encargo que encontrase a Livingstone y escribiese la crónica más apasionante del periodismo, no imaginaba que aquel viaje le transformaría completamente. Livingstone encontró a Dios a orillas del Tanganica y Stanley se encontró a sí mismo. A finales de la década de los 80 del Siglo XIX había quedado claro dónde estaban las fuentes del Nilo y de dónde provenían sus aguas; el último gran misterio de África había sido desvelado. Aquella tierra remota continuó existiendo en la fantasía de los novelistas y en las ilustraciones de los libros que hacían soñar a los niños de Occidente.