martes, 30 de noviembre de 2021

LIMES GERMANICUS. IV

 Limes significa frontera, límite, linde. Así es como llamaban los romanos a las fronteras de su extenso imperio. Estas fronteras, a menudo, estaban fortificadas o vigiladas por destacamentos militares.

En ocasiones, la vigilancia del limes exigió la construcción de grandes infraestructuras militares; fosos, muros, torres, fortines y fortalezas. La solidez de estas defensas dependía de la situación concreta de cada tramo de frontera; en ciertos tramos, considerados inseguros, las estructuras formaban un auténtico muro, jalonado por fortines; en otros tramos, más seguros, las estructuras se limitaban a torres de vigilancia y a algún campamento militar de carácter provisional, que albergaba solamente a algunas cohortes.

                                   Fortaleza de Saalburg en el limes renano.

El limes renano iba desde el nacimiento del río Rin hasta su desembocadura en el Mar del Norte. Lo estableció Julio César durante sus campañas militares en Galia Transalpina. Augusto intentó llevar la frontera hasta el Elba, pero tras la catástrofe de Teutoburgo en el año 9 d. C., esta iniciativa fue abandonada y la frontera quedó en el Rin hasta la desaparición del Imperio Romano de Occidente.
Las estructuras defensivas de la frontera del Rin no estaban diseñadas para impedir que fuesen traspasadas por invasores procedentes del Germania, sino para dar la alerta y entorpecer los movimientos de los mencionados invasores. Se trataba de una línea de campamentos militares, torres de vigilancia, muros, fortines y fortalezas, que era permeable, pero que, al fin, suponía que cualquier invasor fuese detectado, hostigado y devuelto al lugar de donde procedía en un tiempo corto.
Este limes fue fortificándose de manera progresiva desde los tiempos de Julio César hasta finales del siglo IV d.C.; después, dejó de ser frontera y, tramo a tramo, pasó a formar parte del corazón del reino de los francos.
Como hemos visto en los capítulos anteriores, Julio César escribió De Bello Gállico con una intención principalmente propagandística, de manera que omitió muchas cosas, e incluso faltó a la verdad en otras.
En primer lugar, estableció una frontera en el río Rin que nunca había existido, ya que los pobladores de ambas márgenes del río tenían una economía y una cultura muy semejantes; incluso, la mayor parte de ellos hablaban distintas versiones de una misma lengua.
Es totalmente falso lo que afirma cuando se refiere a las actividades económicas de los habitantes de lo que él denomina Germania; según él, los germanos no practicaban la agricultura, lo que carece de veracidad, ya que cultivaban cereales, legumbres y hortalizas. Es cierto que su agricultura era primitiva, pero utilizaban el arado y, probablemente, abonaban con el estiércol del ganado.
Eran granjeros que habitaban de manera dispersa los campos en caseríos y aldeas; sus bienes más preciados eran su ganado y los pocos objetos metálicos que poseían; pero no eran autosuficientes y, por esta razón, practicaban el intercambio de productos. 
El Rin no era ajeno al tráfico de materias primas y productos elaborados; por el contrario, desde mucho tiempo antes de la llegada de César era una vía de comunicación que conectaba el Mar del Norte con la zona central de Europa. Se comerciaba con metales, ámbar, armas, productos agrícolas y esclavos. Las aristocracias militares obtenían botines de las expediciones de pillaje y dichas ganancias eran invertidas en objetos de prestigio de todo tipo. Cuando el pillaje aumentó a finales del siglo II a. C., las comitivas armadas se nutrieron de hombres que se alejaron progresivamente de las labores productivas, dedicándose casi exclusivamente a la depredación y, por consiguiente, la demanda de armas de calidad y otros bienes de lujo aumentó.
El bajo Rin y toda la desembocadura fueron especialmente favorables para la navegación fluvial, ya que las aguas discurren lentamente hacia el Mar del Norte y el caudal es grande. Cuando César llegó a esta zona el tráfico en la desembocadura y zonas aledañas estaba en manos de los bátavos y los frisios. Estos últimos eran comunidades que habitaban en la costa y sus actividades económicas eran principalmente la pesca y en transporte marítimo de mercancías.


Ubios, bátavos y frisios fueron los primeros pueblos que se romanizaron y desde el principio Roma los consideró aliados;  los ubios y bátavos proporcionando tropas auxiliares al ejército romano; los frisios prestando asistencia y medios de transporte marítimo.
Julio César definió la frontera, pero no la fortificó; simplemente, hizo pactos con algunas poblaciones de la rivera derecha y dejó varios destacamentos militares acampados provisionalmente en los territorios próximos al río.
Como hemos visto en capítulos anteriores, la primera iniciativa para fortalecer la frontera fue de Agripa, legado de Octaviano en la zona. Marco Vipsanio Agripa mantuvo desde su juventud una relación de estrecha amistad con Augusto y éste acabó considerándole su mejor general y sucesor; así pues, es natural que en 39 a. C. le nombrase gobernador de la Galia Transalpina. Su objetivo no era consolidar una frontera rígida y estática, ya que la intención de Augusto era continuar las conquistas más allá del Rin, emulando de alguna forma a su padre adoptivo, Cayo Julio César.
Para mantener la seguridad en la frontera y poder llevar a cabo campañas militares en Germania, Agripa consideró imprescindible establecer unas buenas comunicaciones entre el Rin y el Ródano. Realizar expediciones militares más allá del Rin requería un ejército numeroso, respaldado por una retaguardia capaz de proporcionar recursos, tropas de repuesto  y seguridad en caso de retirada. El abastecimiento era muy importante, ya que varias legiones en marcha consumían gran cantidad de alimentos y materiales de todo tipo.
Lo importante para Agripa era establecer una vía de comunicación entre la Galia Narbonense y el Rin. Dicha vía debería subir por el Ródano hasta Lugdunum, y desde allí continuar por el Saona, enlazar con el valle del Mosela y, finalmente, llegar a la confluencia de este río con el Rin.

                        Ruta de Agripa.

Aquella ruta combinaba tramos de transporte fluvial con caminos y calzadas. Discurría siempre por territorio seguro. Comenzaba en Narbona o Marsella y subía hasta Lugdunum, centro religioso y ciudad comercial; desde allí, continuaba por el Saona, en tierras de los eduos, pueblo que era considerado el más fiel a Roma en toda la Galia Transalpina. Desde el Saona conectaba con el Mosela, en tierras de los tréveros, que desde tiempos de Julio César aportaban una numerosa caballería auxiliar a las legiones. Finalmente, la ruta llegaba al Rin, en el tramo medio del río.
Aquello suponía contar con diversas flotillas fluviales que operasen en los diferentes cursos, con puertos donde atracar y almacenes y astilleros.
Al estallar la guerra civil entre Augusto y Marco Antonio en el año 32 a. C., Agripa hubo de dejar los asuntos del limes para tomar el mando del ejército de Augusto. Sin embargo, los trabajos realizados en los años anteriores ya estaban muy avanzados.
Ya en el año 38 a. C. había consolidado la seguridad de la frontera trasladando a los ubios a la margen izquierda del Rin. Los ubios no eran muy numerosos, pero habían mostrado fidelidad a Roma desde que Julio César cruzó el Rin en el 55 a. C. Habían formado parte de la caballería de César en todas las batallas importantes, como Alesia y Farsalia. En todas estas ocasiones habían demostrado una gran eficacia en el combate y adquirido una gran fama. Sea como se dice a menudo que los ubios solicitaron a Agripa les trasladase a la margen opuesta del río por temor a las incursiones de los suevos, sea mas bien que el propio Agripa les ordenó el traslado, el hecho es que les dio tierras en la margen izquierda y fundaron un recinto amurallado llamado Oppidum Ubiorum. Tiempo después, y habiendo obtenido la mayoría de ellos la ciudadanía romana, la fortaleza fue declarada colonia romana y tomó el nombre de Colonia Claudia Ara Agrippinensium. Este recinto amurallado ocupaba un lugar estratégico a la orilla del río, algunos kilómetros aguas abajo de la confluencia del Mosela con el Rin.
    Reconstrucción de Colonia Claudia Ara Agrippinensium.

Los ubios estaban muy romanizados en tiempos de Agripa y una buena parte de ellos habían prestado servicios en la caballería auxiliar de las legiones romanas. Estuvieron a las órdenes de Agripa desde el 39 a. C. y combatieron contra las bandas armadas que, provenientes del Elba, se acercaban al Rin.
Colonia Claudia Ara Agrippinensium se convirtió en una gran ciudad comercial e importantísimo puerto fluvial; durante el principado de Tiberio pasó a ser la capital administrativa de Germania Inferior en el año 17 d. C. En tiempos del reino de los francos terminó llamándose Colonia. Hoy en día es una de las ciudades más importantes de Europa.
En 21 a. C. Augusto dio por esposa a su hija, Julia la Mayor, a Agripa, le concedió el alto mando de las provincias senatoriales y los poderes de tribuno. De este modo, Agripa se convirtió de hecho en co-reinante de Augusto.
Continuando con sus objetivos estratégicos para el limes renano, Agripa continuó la consolidación de la ruta que conectaba el Ródano con el Rin fundando a orillas del Mosela la ciudad de Augusta Treverorum, en tierras de los tréveros. La ciudad surgió como consecuencia de la construcción de un puente que conectase ambas orillas del río Mosela. Desde este puente se trazó una calzada el la margen derecha del río que llegaba hasta su confluencia con el Rin. El lugar era de obligado paso para todos aquellos que hacían la ruta en ambos sentidos. Vigilar el puente era imprescindible y por esta razón hubo de establecer un campamento militar permanente allí mismo. Los tréveros que habitaban en las cercanías se fueron estableciendo junto al fortín que guardaba al puente atraídos por las ventajas económicas y la facilidad de las comunicaciones. Artesanos y comerciantes engrosaron un poblado que creció incesantemente.
El puente de Augusta Treverorum tenía las características propias de otros puentes que construyeron los romanos en la zona. Sus elementos verticales eran una doble alineación de pilares de piedra sobre los que se apoyaba una pasarela de madera recubierta de tierra. La base de los pilares estaba protegida de la corriente  por un revestimiento de madera. 

                                  Pilares de un puente romano con revestimiento de madera.

                                          Estructura con arco de medio punto.


Augusta Treverorum fue una de las ciudades más importantes de la zona. Cercana al limes renano, constituyó una encrucijada comercial importantísima, y un foco de romanización de primer orden. Contaba con todas las características urbanas de una ciudad romana y sus edificios e infraestructuras provocaban asombro en los visitantes del otro lado del Rin. A finales del siglo V d. C. la ciudad pasó a formar parte del reino de los francos con el nombre de Tréveris. Fue una de las ciudades más importantes del Imperio Carolingio y durante toda la Edad Media destacó como centro comercial, manufacturero y paso obligado en las rutas que unían el Mar del Norte y el Báltico con el Mediterráneo.

                                  Puerta de Tréveris.






domingo, 7 de noviembre de 2021

LIMES GERMANICUS. III

 Como vimos en la primera entrada de esta serie, Julio César, atendiendo a sus intereses políticos, definió en De Bello Gallico los límites de un extenso territorio llamado Germania. Por el Norte esta gran tierra llegaba hasta el Mar del Norte y el Mar Báltico; por el Sur su límite era el río Danubio y la cordillera de Los Alpes; por el Oeste su frontera estaba en el río Rin.

Sin embargo, César no fue capaz de definir hasta donde llegaba Germania por el Este. En De Bello Gallico menciona dos grandes bosques que desde las tierras de los germanos, se extienden hacia el Este, la Selva Arduena y la Selva Hercinia; ésta última tan inmensa, que no se conocían sus confines:

"XXV. La selva Hercinia, de que arriba se hizo mención, tiene de ancho nueve largas jornadas; sin que se pueda explicar de otra suerte, pues no tienen medidas itinerarias. Comienza en los confines de los helvecios, nemetes y rauracos; y por las orillas del Danubio va en derechura hasta las fronteras de los dacos y anartes.117 Desde allí tuerce a mano izquierda por regiones apartadas del río, y por ser tan extendida, entra en los términos de muchas naciones. No hay hombre de la Germania conocida que asegure haber llegado al principio de esta selva aun después de haber andado sesenta días de camino, o que tenga noticia de dónde nace." 

Ya dijimos que César necesitaba justificar sus campañas militares en la Galia Transalpina y lo hizo magistralmente definiendo un enemigo peligroso, los germanos, y un territorio, Germania, separado de Galia por el río Rin. 

    Galias en tiempos de Cayo Julio César.

César se esfuerza en establecer diferencias entre galos y germanos porque le conviene para su propaganda política y militar, pero al hacerlo omite o tergiversa numerosas cuestiones sobre el asunto.

En principio, una parte importante de los habitantes del territorio que se extendía entre los ríos Rin y Weser hablaba una lengua céltica. Esto está atestiguado por numerosos topónimos, antropónimos y gentilicios.

Por otra parte, la cultura de estos pueblos cercanos a la orilla derecha del Rin era semejante a los de la margen izquierda en muchos casos; es decir, era una cultura celta.

Es cierto, no obstante, que en estos territorios escaseaban los recintos fortificados y había una total ausencia de civilización urbana, al menos en la zona Norte. Más hacia el Este, en los valles del Elba y del Oder, estas condiciones se hacían más extremas, ocupando los bosques y pantanos la mayor parte del territorio.

Aquellas poblaciones estaban formadas por comunidades de campesinos que habitaban en aldeas y granjas dedicados sobre todo a la ganadería del vacuno y, en menor medida, del ovino. Cultivaban los campos con una tecnología agrícola primitiva, aunque usaban el arado. Sus cultivos eran, casi exclusivamente, los cereales. Completaban su dieta y obtenían recursos de la caza y la pesca, abundantes en todo el territorio. Este tipo de economía les permitía desplazarse de un territorio a otro con facilidad, ya que el ganado constituía la mayor parte de su riqueza.

Entre ellos se encontraban artesanos del metal y de la madera, aunque no tan habilidosos como los de las Galias. Fabricaban en sus fraguas y talleres herramientas de hierro para el trabajo en el campo, como hachas, martillos, azadas y hoces; y armas para la caza como la jabalina, el arco y el machete. Para la guerra utilizaban escudos, lanzas y espadas.

Las espadas escaseaban, pues eran muy caras, ya que era necesario que las hiciesen artesanos expertos. La mayor parte de ellos usaban el hacha indistintamente para el trabajo en los bosques o para la guerra, siendo esta, usada con habilidad, un arma terrible. En caso de no tener otra cosa, utilizaban mazas de madera, que a veces claveteaban para hacerlas más contundentes.

                      Armazón de madera de una vivienda germana.


Estaban muy sujetos a los cambios de la naturaleza, y un invierno excesivamente largo y frío o una inundación podían suponer que el ganado muriese o las cosechas se perdieran. Por esta razón, estas comunidades de granjeros procuraban establecer pactos entre sí y unirse en confederaciones, ya que en caso de catástrofes naturales o ataques de enemigos podían auxiliarse mutuamente; cuanto más grande fuese la confederación, más seguridad tenían las vidas y haciendas de los confederados.

Por esta última causa, a menudo, no podemos identificar a poblaciones homogéneas, ya que bajo el nombre habitual lo que encontramos son amplias confederaciones, a veces muy heterogéneas, y que van cambiando con facilidad, ya que entran nuevos integrantes mientras otros salen. En el caso de los suevos, el gentilicio se aplicaba a una amplia población que habitaba en el valle del río Elba; hablaban una lengua germánica, probablemente en varios dialectos, pero no formaban una sola confederación, sino que, a través de pactos, formaban varias organizaciones políticas.

Entre estas poblaciones había surgido una aristocracia guerrera. Se trataba de familias que acaudillaban al resto en la guerra. Cuando uno de estos jefes demostraba tener fortuna en los hechos de armas, acudían a él numerosos hombres que le juraban fidelidad, llegando a formarse grandes ejércitos, que podían disolverse si la suerte cambiaba y el caudillo cosechaba varias derrotas. Algunos de estos jefes guerreros eran aclamados como reyes por sus guerreros, como fue el caso de Ariovisto, rey de los suevos del alto Rin.

En épocas de escasez la guerra era una alternativa aceptable como medio de subsistencia. Saquear los campos de los vecinos y obtener un botín consistente en ganado y provisiones era tentador, aunque arriesgado. Cada primavera se organizaban bandas de guerreros en torno a un líder para hacer expediciones de pillaje allí donde pareciese que los beneficios serían mayores.

La migración de los cimbrios y los teutones a finales del siglo II a. C. fue un acontecimiento que marcó un antes y un después en toda la zona.

Ambos grupos migraron casi a la par, pero de forma independiente, aunque acabaron coordinándose para conseguir sus objetivos. Los teutones probablemente procedían de las desembocaduras del Weser y el Elba; los cimbrios salieron de la Península de Jutlandia. Las causas de ambas migraciones son desconocidas para nosotros, ya fuese debido a una catástrofe natural, a la superpoblación o a la presión de invasores.

Durante algunos años ambos pueblos recorrieron los valles del Weser y del Elba. En un principio ninguno de los dos grupos debería ser demasiado numeroso; pero, paulatinamente, fueron uniéndoseles otros grupos, generalmente de lengua y cultura céltica. Cuando en 113 a. C. llegaron los cimbrios a los Alpes Orientales, ya formaban una masa humana considerable; más tarde, en 109 a. C., se unieron con los teutones, que también habían incorporado a otros grupos menores.

En una década aproximadamente estos granjeros desarraigados habían olvidado su forma de vida, basada en la ganadería y la agricultura, y habían adoptado la guerra y el pillaje como como actividad económica principal. Independientemente del lugar y la fecha en los que comenzaron ambas migraciones, lo cierto es que numerosos grupos humanos se fueron agregando a la gran masa en movimiento; algunos atraídos por la posibilidad de obtener botín, otros para garantizarse una seguridad y un modo de subsistencia.

Cimbrios y teutones decidieron establecer una alianza con el objetivo de entrar en territorio romano. Sabían que las posibilidades de conseguir ricos botines a costa de los romanos eran inmensas; sobre todo, después de aniquilar a dos ejércitos de Roma en Arausio, Galia Narbonense, en el año 105 a. C. 

Tras estos acontecimientos, decidieron dividirse en dos grupos; los teutones y sus aliados ambrones entrarían en Galia Cisalpina por el Oeste, mientras que los cimbrios lo harían por el Este. Ambos fueron derrotados y aniquilados por Cayo Aario en Aquae Sextiae en 102 a. C. y Vercelas en 101 a. C. respectivamente. 



En su migración los cimbrios y los teutones desestabilizaron todo el territorio entre el río Elba y el Ródano, rompieron los equilibrios y las alianzas previas entre las comunidades y establecieron un modo de vida que no se basaba en la producción, sino en la depredación. Las consecuencias fueron muy grandes y abrieron la puerta a otros movimientos de bandas armadas, lideradas por caudillos guerreros, como ocurrió con los suevos de Ariovisto cuarenta años después, en tiempos del consulado de Cayo Julio César.

En el siglo I a. C. la inestabilidad en la zona aumentó paulatinamente. Varios grupos de habitantes del valle del Elba se desplazaron hacia el territorio entre el Weser y el Rin. Julio César les denomina de forma genérica como suevos. Se trataba de bandas armadas dedicadas al pillaje que, como ocurriera antes, engrosaban sus filas con gentes de procedencia heterogénea. Formaban clientelas armadas alrededor de un caudillo y, si era posible, sometían a tributo a poblaciones más débiles. El caso de los usípetes y los téncteros es muy ilustrativo. Ambas poblaciones habitaban entre el Weser y el Rin; pero en la primera mitad del siglo I a. C. sufrieron los ataques continuos de bandas procedentes del Elba. Fue tal la presión que sufrieron, que muchos de ellos decidieron cruzar el Rin y solicitar ser acogidos por las poblaciones de la margen izquierda de este río. Julio César no vio esto con buenos ojos, pues se temía que el fenómeno aumentase y crease conflictos en Galia; por lo cual, decidió atacar a los migrantes y obligarlos a volver a la orilla del río de la que procedían; esto ocurrió en el año 56 a. C.

Otro caso fue el de los ubios, pueblo que habitaba en la orilla derecha del Rin, a la altura de lo que hoy en día es Renania del Norte-Westfalia. En el año 55 a. C. habían establecido una alianza con Julio César, cuando éste tendió su primer puente sobre el Rin y cruzó a Germania. Los úbios proporcionaron a César un contingente de caballería que combatió eficazmente contra los galos de Vercingetórix. Siempre fueron fieles a sus pactos con Roma y, por tanto, fueron tratados como aliados. Tras la muerte de César, sufrieron también ellos el pillaje y la presión de los suevos; hasta tal punto que en 39 a. C. solicitaron a Agripa, legado de Octaviano en la zona, que les permitiese pasar a la ribera izquierda y les diese tierras para habitar allí. Agripa, en consideración por los servicios prestados por los ubios a César y a Octaviano, accedió a la petición y les permitió cruzar el río; les entregó tierras y les ordenó en 38 a. C. que fundasen un recinto fortificado (oppidum) donde almacenar sus riquezas y guarecerse en caso de peligro. Este recinto recibió el nombre de Oppidum Ubiorum, que fue posteriormente declarada colonia romana con el nombre de Colonia Claudia Ara Augusta Agrippinensium.

El caso de los ubios es el primero en que Roma permite a una población de Germania cruzar la frontera del Rin y establecerse en una provincia romana. De esta forma, los ubios, fieles a Roma, se convirtieron en vigilantes y defensores de la frontera. 

Roma procedía siempre según la costumbre de establecer alianzas con los pueblos fronterizos. En el caso de la frontera del Rin éste fue el criterio que se adoptó en las relaciones con las poblaciones de la orilla opuesta del río; pero, como vimos en los capítulos anteriores, las continuas incursiones de bandas de guerreros en busca de pillaje hizo que Augusto tomase la decisión de llevar la frontera hasta el río Elba. Como vimos, encargó esta misión a Nerón Claudio Druso, su hijastro.

Druso contó con aliados al otro lado de la frontera; entre ellos, y quizás los más importantes, estaban los bátavos, pueblo que ocupaba un pequeño territorio en la desembocadura del Rin. 

Los bátavos no eran demasiado numerosos, pero sus tierras tenían un gran valor estratégico, ya que Druso había comprendido desde el primer momento que el ejército que llevase a cabo la expedición de conquista hasta el Elba, necesitaría el apoyo de una flota que navegase por la costa y proveyese a las legiones de todo lo necesario. Estas naves podían navegar por mar abierto desde la desembocadura del Rin hasta la desembocadura del Weser, pero esto era muy arriesgado y poco fiable, debido a los vientos y marejadas del Mar del Norte. Por esa razón, era más seguro construir un canal que comunicase la desembocadura del Rin con el Mar de Frisia, y de esta forma la flota podría navegar por aguas más tranquilas y protegida de las corrientes y marejadas. Este canal debía forzosamente construirse desde las tierras de los bátavos, luego era aconsejable establecer con ellos buenas relaciones y alianzas.

                                 Dos posibles alternativas de la localización del Canal de Druso.

En el pacto que los bátavos hicieron con Druso figuraban como aliados del pueblo romano, siendo libres e independientes, y comprometiéndose exclusivamente a proporcionar tropas auxiliares al ejército romano. Su romanización fue rápida y colaboraron en la organización de una flota romana que navegase por las aguas del Rin y el Mar de Frisia. La consecuencia fue que prosperaron y consiguieron una seguridad de la que anteriormente carecían. Su implicación militar con el ejército romano fue muy alta, y esto fue causa de que tomaran partido en las guerras civiles que tuvieron lugar tras la muerte del emperador Nerón; tras lo cual, quedaron mal dispuestos con Vespasiano, y se vieron empujados a la rebelión contra Roma.

En general, toda la zona renana experimentó un desarrollo económico, social y cultural  durante el Imperio Romano, y se mantuvo estable y relativamente tranquila desde las campañas militares de Germánico (13 d. C. - 16 d. C.) hasta el siglo III d. C.

Todos los pueblos que habitaban en la margen derecha del Rin experimentaron un proceso de romanización más o menos intenso e hicieron lo posible por mantener buenas relaciones con Roma y sus representantes en la zona. Después de los tiempos de Arminio toda la zona vivió una época bastante tranquila, hasta que la descomposición del poder Imperial en el siglo III provocó que la seguridad en la frontera cayese durante un tiempo, hasta ser restaurada por Diocleciano. 



domingo, 31 de octubre de 2021

LIMES GERMANICUS. II

En la entrada precedente vimos como Cayo Julio César, para su interés personal, estableció una frontera entre dos territorios, Galia y Germania, cuyas características diferenciadoras él estableció, llevando a cabo una campaña de propaganda eficaz. La mencionada frontera corría a lo largo del río Rin, desde su nacimiento hasta su desembocadura. Durante años defendió esta frontera e impidió que poblaciones de la margen derecha del río pasasen a la margen izquierda, donde él situaba el territorio correspondiente a los galos.

Tras su muerte, de forma violenta, en el año 44 a. C., y la guerra civil consecuente, su sobrino nieto e hijo adoptivo, Cayo Julio César Octaviano Augusto se hizo con el poder, tomando el título de princeps.

                                                 Augusto.
 

Augusto desde el año 30 a. C. buscó unas fronteras seguras para Roma; de esta forma, conquistó algunos territorios hasta llegar al Danubio y allí creó las nuevas provincias de Nórico, Retia, Panonia y Mesia.
En la frontera del Rin la situación era alarmante; bandas de guerreros del otro lado del río pasaban a territorio galo con el propósito de hacer pillaje y regresar a su punto de partida cargados de botín. 
En los años 29, 17 y 12 a. C. los germanos habían cruzado el Rin dedicándose al pillaje en la Galia. Por esta razón, Augusto decidió llevar a cabo una serie de expediciones de castigo, al frente de las cuales puso a su hijastro Druso Claudio Nerón.

                                              Druso.

Druso obtuvo un gran éxito y en varias campañas militares entre los años 12 y 9 a. C. llegó hasta orillas del Elba. Su estrategia consistió en apoyar a las legiones con una flota que desde la desembocadura del Rin, bordease la costa hasta la desembocadura del río Weser. Para evitar que la mencionada flota se viese obligada a salir a mar abierto, construyó un canal que comunicaba el curso inferior del Rin con la costa de Frisia, en una zona cerrada por una península y una línea de islas que protegían a los barcos y hacían mucho más segura la navegación.

    Canal de Druso y ruta de la flota romana hasta la desembocadura del Weser.

Druso murió en 9 a. C. y las campañas continuaron al mando de Tiberio, su hermano. En 6 d. C. Tiberio llevó la guerra desde el Danubio hasta la actual Bohemia, enfrentándose a los marcomanos, confederación de varios pueblos germanos y celtas; con ello, el territorio quedaba pacificado y seguro.
Pero esta estabilidad fue solo un espejismo, ya que en 9 d. C. se produjo una rebelión que abarcó todo el valle del Weser hasta las orillas del Elba. Esta rebelión, dirigida por el pueblo de los queruscos, contó con un caudillo hábil e inteligente, Arminio. El resultado fue la derrota de Publio Varo, legado de Tiberio en la zona, y la aniquilación de tres legiones en el bosque de Teutoburgo.
A partir de este acontecimiento, Augusto cambió de opinión, optó por abandonar estos territorios y retiró sus legiones hasta la antigua frontera del Rin, la cual sería el límite del Imperio Romano hasta el siglo V.
Augusto tuvo la precaución de fortificar la frontera del Rin desde un principio. Ya en el 39 a. C. su más eficiente general, Marco Vipsanio Agripa, trasladó al pueblo de los ubios a la margen izquierda del Rin. Los ubios eran aliados de Roma desde tiempos de Julio César, y habían combatido a sus órdenes como caballería en muchas ocasiones; pero ahora se sentían amenazados por los catos, otro pueblo germánico que se había desplazado desde las orillas del Weser hacia el Oeste.
Druso, durante sus campañas en Germania, estableció campamentos en las orillas del Rin; algunos de ellos, más tarde, se convertirían en campamentos permanentes, sobre todo a partir de la derrota de Varo en Teutoburgo.
En el año 13 a. C. Druso estableció un campamento militar permanente en un lugar llamado Mogontiacum (Maguncia), a orillas del Rin; a partir del campamento surgiría una ciudad fluvial con monumentos civiles como un teatro, templos y obras conmemorativas.
Lo cierto es que después de la retirada estratégica tras la terrible derrota de Teutoburgo, la frontera del Rin fue entrando en un período de tranquilidad, al contrario de lo que ocurriría con la frontera del Danubio. El sucesor de Augusto, Tiberio, su hijastro, aún llevó a cabo una campaña al otro lado del Rin con la intención de vengarse de Arminio e impedir que los queruscos aumentasen su fortaleza. Para esto envió a Germania a su sobrino, Germánico, hijo de Druso, durante los años 14 al 16 d. C. con ocho legiones. Al final de estas campañas los queruscos fueron derrotados y Arminio se vio obligado a huir. Inmediatamente después, Tiberio dio orden de retirarse hacia la orilla izquierda del Rin y abandonar aquellas tierras hostiles. 

                                                  Tiberio.


                                              Germánico.

Como hemos dicho, la frontera del Rin, tras estos últimos enfrentamientos, permaneció en tranquilidad durante mucho tiempo, sin ser prácticamente amenazada hasta el siglo III.
La seguridad de la frontera se consiguió con el establecimiento de una línea de campamentos militares permanentes, fortalezas, fortines y muros que iban desde la desembocadura del Rin hasta la actual Weltenburg, a orillas del Danubio.
 Dichas fortificaciones se crearon de forma progresiva, pero a finales del principado de Tiberio ya estaban  muy consolidadas. En la próxima entrada analizaremos las características económicas, sociales y políticas del extenso territorio que desde Julio César vino a llamarse Germania.

domingo, 2 de mayo de 2021

LIMES GERMANICUS. I

 La Política siempre se desarrolla en el terreno de las ideas. Administrar los asuntos de un territorio o una población no es practicar la Política, es administrar. Por tanto, es conveniente, desde un primer momento, diferenciar entre políticos y administradores.

Cuando un político lleva a cabo grandes gestas se le califica como hombre de Estado. Esto es de suma importancia, porque un hombre de Estado es un creador; es decir, es un hombre que crea ideas, que elabora conceptos, que los maneja y los utiliza para su interés o para el interés o la ruina de los demás.

Cayo Julio César fue un gran hombre de Estado, un auténtico creador y un gran destructor, pues para construir lo que construyó, previamente destruyó muchas otras cosas. Jamás entenderemos su genio si lo vemos simplemente como un militar victorioso, que también lo fue; pero, hay que tener en cuenta que César utilizó siempre la guerra como un mero instrumento para conseguir lo que deseaba o lo que le salía al paso en la vida.

César fue uno de los más grandes creadores de ideas que han existido; a partir de cierto momento, toda su carrera se sustenta en la materialización de una serie de conceptos que consigue instalar en el pensamiento de los ciudadanos romanos. Estos conceptos mutaron con gran energía y acabaron transformados en creencias que han formado parte del pensamiento occidental durante más de dos milenios. 

                                                  Cayo Julio César.

Manejó la propaganda con gran habilidad y convenció a sus contemporáneos de ciertas cosas que con un mínimo análisis se mostraban falsas o producto de una visión muy sesgada.
Una etapa crucial de su carrera fue aquella en la que hizo la guerra en la Galia Transalpina. Él sabía que aquella guerra no estaba justificada, razón por la cual sus enemigos intentaron llevarle ante los tribunales y acabar con su carrera política. Por eso, utilizó la propaganda con absoluta maestría, para dar a aquella guerra una apariencia justa, y sobre todo, necesaria. 
En su libro De Bello Gállico, presenta la migración de los arvernos, pueblo galo, como el casus belli que desencadena la guerra; y tirando del hilo, llega hasta la ambición del rey germano Ariovisto y el peligro que esto suponía para Roma. 
En el recuerdo de los romanos estaba la invasión de los cimbros y teutones de los años 113 al 101 a. C. El temor a una nueva invasión de allende los Alpes todavía ejercía una enorme influencia en la sociedad romana del año 58 a.C.
César retrata a Ariovisto como un hombre violento que desea imponer su voluntad a toda costa; que contra todo derecho, arrebata sus tierras y libertad a los habitantes de la Galia Transalpina. Ya desde un primer momento, establece una diferencia entre los habitantes de la margen izquierda y los habitantes de la margen derecha del río Rin. A la izquierda, habitan los galos y los belgas; a la derecha, habitan los germanos.
En De Bello Gállico, se refiere con estas palabras a los germanos:
"XXI. Las costumbres de los germanos son muy diferentes. Pues ni tienen druidas que hagan oficio de sacerdotes, ni se curan de sacrificios. Sus dioses son solos aquellos que ven con los ojos y cuya beneficencia experimentan sensiblemente, como el sol, el fuego y la luna; de los demás ni aun noticia tienen. Toda la vida gastan en caza y en ejercicios de la milicia. Desde niños se acostumbran al trabajo y al sufrimiento. Los que por más tiempo permanecen castos se llevan la palma entre los suyos. Creen que así se medra en estatura, fuerzas y bríos. El conocer mujer antes de los veinte años es para ellos de grandísima infamia, y es cosa que no se puede ocultar, porque se bañan sin distinción de sexo en los ríos y se visten de pellicos y zamarras, dejando desnuda gran parte del cuerpo. 

 XXII. No se dedican a la agricultura, y la mayor parte de su vianda se reduce a leche, queso y carne. Ninguno tiene posesión ni heredad fija; sino que los magistrados y príncipes cada año señalan a cada familia y parentela que hacen un cuerpo tantas yugadas en tal término, según les parece, y el año siguiente los obligan a mudarse a otro sitio."

Presenta a los germanos como gente de creencias y prácticas religiosas toscas y rudimentarias, cuestión que para un romano es señal de salvajismo inequívoca.

También habla de ellos como un pueblo belicoso, que desprecia las comodidades, pues piensa que éstas disminuyen la fortaleza. 

A finales de marzo del año 58 a. C. el pueblo de los helvecios migró desde sus tierras en la cordillera de Los Alpes en dirección a la zona occidental de la Galia Transalpina. Este fue el hecho, que según César, desencadenó el conflicto y le obligó a intervenir en una guerra preventiva.

Terminada la guerra de los helvecios, César acudió a una asamblea de todos los pueblos de la Galia Transalpina y, al terminar la junta, algunos diputados le pidieron hablar con él en privado. Reunido con ellos, le transmitieron lo siguiente:

  "Que habiendo disputado muchos años obstinadamente la primacía, vino a suceder que los arvernos, unidos con los secuanos, llamaron en su socorro algunas gentes de la Germania; de donde al principio pasaron el Rin con quince mil hombres. Mas después que, sin embargo, de ser tan fieros y bárbaros, se aficionaron al clima, a la cultura y conveniencias de los galos, transmigraron muchos más hasta el punto que al presente sube su número en la Galia a ciento veinte mil. Con éstos han peleado los eduos y sus parciales de poder a poder repetidas veces; y siendo vencidos, se hallan en gran miseria con la pérdida de toda la nobleza, de todo el Senado, de toda la caballería." 

Según estos diputados, el responsable de esta situación era Ariovisto, rey de los suevos, cuya ambición era someter a toda la Galia. 

                      Río Rin.

De esta manera, César señala a un culpable de la guerra que él llevaría adelante durante siete años. En principio, dejaba claro que quien comenzó las hostilidades fue Ariovisto, que tenia amedrentados a todos los galos, razón por la cual, los helvecios se vieron obligados a migrar.
De forma casi imperceptible, hace ver al lector que la verdadera razón de la migración era la presión que soportaban los helvecios por causa de los germanos. Así, queda justificada la guerra.
Señalado el enemigo, capítulo a capítulo de De Bello Gállico, utiliza diversos argumentos y sugiere que la Galia Transalpina solo estará segura y libre de los germanos bajo el dominio de Roma:
"Enterado César del estado deplorable de los galos procuró consolarlos con buenas razones, prometiéndoles tomar el negocio por su cuenta, y afirmándoles que concebía firme esperanza de que Ariovisto, en atención a sus beneficios y autoridad, pondría fin a tantas violencias."

A partir de este momento, César se emplea decididamente en enumerar las diferencias entre galos y germanos y en delimitar claramente el territorio que ocupan y la frontera que los separa.

En principio, busca una frontera entre ambos territorios. Desde el punto de vista estratégico, el río Rin constituye un accidente geográfico ideal para establecer una línea divisoria. Es, por tanto, el curso de este río el elegido para marcar la separación entre Galia y Germania.

Esto lo hace a sabiendas de que en la margen derecha del río; es decir, en lo que él llama Germania, habitan varios pueblos de lengua celta y cultura semejante a los que habitan en la margen opuesta; es decir, Galia. Entre estos pueblos de lengua y cultura celta se encontraban los queruscos, los ambrones, los sicambros y los teutones. Es más, podría afirmarse, sin riesgo de faltar a la verdad, que la mayoría de los pueblos que habitaban entre el Rin y el Elba a finales del siglo I a. C., o bien hablaban una lengua celta, o bien tenían una cultura celta.

Se esmera en transmitir la idea de que todos los germanos representan un peligro para Roma, pero en especial, los suevos. pueblo al que califica como salvaje y rápido en empuñar las armas. Habla de Ariovisto como el rey de los suevos, hombre que ambiciona enseñorearse de toda la Galia.

A sabiendas, omite algunas cosas en sus escritos; la más importante que en el año 59 a. C., siendo cónsul él mismo, Ariovisto había sido reconocido como "rey y amigo" por el Senado romano. Además, con el nombre de suevos denomina a un amplio grupo de pueblos que habitaban en el valle del río Elba.

                                              Cráneo de suevo con el típico moño.


Este conglomerado de poblaciones, conocido con el nombre genérico de suevos, eran campesinos cuya economía se basaba principalmente en la ganadería del vacuno y de la oveja. Practicaban una agricultura muy primitiva, reducida casi totalmente a algunos cereales. Estas circunstancias les permitían desplazarse sin demasiadas dificultades. Entre ellos había artesanos del metal y de la madera; pero, en ningún modo comparables a los artesanos de Galia.
En la primera mitad del siglo I a. C. una parte de estas poblaciones se había acercado hasta las orillas del Rin; unos habían cruzado el río Weser, otros habían rodeado la actual región de Bohemia y se habían dirigido al territorio donde nacen, próximos, el Rin y el Danubio. Estos últimos, de entre sus caudillos, habían elegido a Ariovisto como rey por sus cualidades y fortuna en la guerra.
Tras vencer a Ariovisto, César lleva acabo una serie de campañas militares con el objetivo de someter a toda la Galia Transalpina. Ha establecido como límite de ésta por el Este al río Rin y, de hecho, ha creado una nueva provincia sin tener el consentimiento del senado romano.
A finales del año 56 a. C., siendo César ya dueño de todas las Galias, fue sorprendido mientras pasaba el invierno en Galia Cisalpina; los usípetes y los téncteros, pueblos germanos, habían cruzado el Rin y, atravesando las tierras de los menapios, saqueaban todo aquello que se cruzaba a su paso. Se desplazaban con sus mujeres e hijos, transportando sus enseres en pesados carromatos. No avanzaban en una sola columna, sino en muchas que iban en la misma dirección caminando por una amplia zona. Huían de los suevos, que durante años les habían hecho la guerra, arrasado sus campos y robado su ganado.
En aquel invierno Cesar se convenció de que para mantener sometida y en paz a la Galia era necesario disuadir a los germanos de cruzar el río Rin. Tras derrotar y aniquilar a los usípetes y los téncteros a comienzos del año 55 a. C., tomó la determinación de cruzar el Rin para meter miedo a cuantos habitaban la margen derecha, sobre todo a los suevos y sus aliados. Como llegó a la consideración de que cruzar el río en barcas era peligroso, por no saber con certeza lo que le esperaba en la otra orilla, decidió construir un puente de madera.

                                 Maqueta del puente de César sobre el río Rin.

César, prudente, dejó guarnición en ambos extremos del puente y pasó con el ejército al otro lado del río. Enterados de esto los sicambros, abandonaron sus campos y corrieron a esconderse en lugares desiertos de su territorio. Por el contrario, los ubios se presentaron ante César y le ofrecieron rehenes; por estos últimos tuvo noticias de que los suevos habían abandonado sus poblados, que habían escondido a sus mujeres y sus hijos en bosques y pantanos, y que los hombres se habían reunido todos en el centro de su amplio territorio decididos a enfrentarse allí a los romanos.
César echó cálculos y concluyó que adentrarse en suevia era arriesgado, siendo aquel país desconocido. Por otra parte, pensaba que con solo construir el puente y haber cruzado a Germania había conseguido meter miedo a todos los que vivían en aquella orilla del río. Entonces decidió volver sobre sus pasos, cruzar el Rin en dirección a la Galia y el puente.

                 El Rin entre Coblenza y Andernach, posible situación del primer puente de César.

Durante años tuvo que impedir que los germanos cruzasen el Rin; de hecho, antes de su llegada a Galia ya había muchos asentados en la margen izquierda del río. En el año 53 a. C. se vio obligado a construir otro puente sobre el Rin exacto al anterior.
En esta segunda ocasión los suevos se comportan como en la primera:
"En esto, a pocos días le avisan los ubios cómo los suevos iban juntando todas sus tropas en un lugar, obligando a las naciones sujetas a que acudiesen con sus gentes de a pie y de a caballo. Conforme a estas noticias, hace provisión de granos, y asienta sus reales en sitio ventajoso. Manda a los ubios a recoger los ganados y todas sus haciendas de los campos a poblado, esperando que los suevos, como gente ruda y sin disciplina, forzados a la penuria de alimentos, se resolverían a pelear, aun siendo desigual el partido. Encarga que por medio de frecuentes espías averigüen cuanto pasa en los suevos. Hacen dios lo mandado, y después de algunos días, vienen con la noticia de que los suevos, desde que supieron de cierto la venida de los romanos, con todas sus tropas y las auxiliares se habían retirado tierra adentro a lo último de sus confines. Allí se tiende una selva interminable llamada Bacene, que puesta por naturaleza como por barrera entre los suevos y queruscos, los defiende recíprocamente para que no se hagan mal ni daño los unos a los otros. A la entrada de esta selva tenían determinado los suevos aguardar a los romanos."

César, para su interés personal, había creado una frontera, y por tanto, dos espacios políticos y culturales en el corazón de Europa. Durante siglos aquella sería una de las fronteras del Imperio Romano y marcaría la Historia de Europa hasta la actualidad.

Como veremos en las siguientes entradas de esta serie, aquella frontera era muy distinta a lo que hizo ver César a sus contemporáneos, y la Historiografía del siglo XIX a la sociedad en su conjunto. 

lunes, 23 de diciembre de 2019

GEOPOLÍTICA DEL SIGLO XX. EL CASO ESPAÑOL

El 17 de julio de 1.945 se reunieron en Potsdam, cerca de Berlín, Josef Stalin, Winston Churchill y Harry S. Truman. Pocos meses antes Adolf Hitler había sido totalmente derrotado y Japón se rendiría el 14 de agosto, doce días después de concluida esta reunión. En Potsdam los tres vencedores de la guerra llegaron a una serie de acuerdos para repartirse el poder sobre todo el globo; efectivamente, Potsdam fue un repartimiento del poder en todo el planeta.
                                                       Churchill, Truman y Stalin en Potsdam.


Aunque intentaron sacar cada uno las mayores ventajas posibles, el fondo del acuerdo fue muy claro; los vencedores necesitaban la paz y era necesario establecer un orden mundial en el que existiesen unos equilibrios y una garantía de seguridad para las tres potencias, Reino Unido, Unión Soviética y Estados Unidos; la labor más urgente era reorganizar los territorios que habían estado bajo el control del III Reich.

A pesar de esto, los acuerdos quedaron superados por los acontecimientos al día siguiente de terminar la Conferencia de Potsdam. En principio porque Reino Unido fue satelizado desde un primer momento alrededor de Estados Unidos; razón por la cual, en definitiva solo quedaron dos grandes potencias; es decir, el mundo acabó dividido en dos bloques, uno liderado por la Unión Soviética y el otro por Estados Unidos. Aunque se reorganizó el territorio europeo, las dos potencias actuaron con absoluta desconfianza desde el primer momento y comenzaron una carrera de armamentos como no se había conocido antes en la Historia. Estados Unidos arrojó dos bombas nucleares a comienzos de Agosto de 1.945 sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, tras lo cual Japón se rindió y finalizó la II Guerra Mundial. En agosto de 1.949 la Unión Soviética detonó su primera bomba nuclear al noreste de Kazajstán.
                                                              Bomba de Hiroshima.

A comienzos de la década de los años 50 ambas potencias se amenazaban mutuamente con sus armas nucleares; había comenzado lo que se denominó Guerra Fría. Un enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética hubiese llevado inevitablemente a una guerra nuclear que hubiese devastado todo el planeta; por eso, el equilibrio entre los dos bloques se mantuvo sobre la amenaza de las armas nucleares. Los enfrentamientos, no obstante, fueron frecuentes entre los satélites de ambos; proliferaron pequeñas o grandes guerras en Asia, África y América; las potencias armaban y financiaban a sus respectivos satélites e intentaban socavar el poder del contrario. En Europa se impuso una tensa paz, siempre amenazada, sobre todo en la línea que dividía ambos bloques.

                                                  Muro de Berlín en la Puerta de Brandemburgo.

Desde 1.945 los estrategas de ambos bloques desarrollaron planes defensivos en los ámbitos militar, económico y social. En un principio la Unión Soviética parecía tener ventaja debido a su experiencia política. El Partido Comunista de la Unión Soviética había tenido una vocación expansionista desde 1.917 y su aparato de propaganda era mucho más eficaz que el de los Estados Unidos. Además, se daba la circunstancia de que en los países europeos del bloque liderado por Estados Unidos había partidos comunistas estrechamente vinculados con Moscú.

                                         Portada del periódico L´Humanité, órgano de propaganda del PCF.

La propaganda soviética penetraba con facilidad en las clases trabajadoras y esta circunstancia era considerada como un peligro por los estrategas de Estados Unidos. Desde el comienzo parecía evidente que la arruinada economía de Europa Occidental era el medio más favorable para la consolidación de un movimiento revolucionario, sobre todo en Francia y Alemania Occidental. Era necesario reactivar la maltrecha economía europea de manera urgente, y esto se hizo siguiendo un programa de créditos que se denominó Plan Marshall. Estos créditos fueron entregados en forma de ayudas por el gobierno de Estados Unidos a los estados de Europa, ascendiendo a un total de 12.000 millones de dólares. Ninguno de los receptores de estas ayudas se vio obligado a devolverlas, excepto la República Federal Alemana, que sí debió hacerlo. Reino Unido y Francia fueron los que recibieron un mayor volumen de ayudas, y a mediados de la década de lios años 50 ya habían superado las cifras económicas anteriores al comienzo de la guerra. Otros países que recibieron ayudas fueron Países Bajos, Italia, Bélgica, Luxemburgo, Austria, Dinamarca, Irlanda, Noruega, Suecia, Islandia, Suiza, Turquía, Grecia y Portugal.
                             Cartel donde se hace publicidad de la financiación para la reconstrucción de Alemania Occidental.

España no recibió ninguna ayuda porque un sector de la política estadounidense estaba en contra de ello, aunque el gobierno de los Estados Unidos no puso ningún obstáculo en un principio para que este Estado fuese incluido entre los beneficiados por el Plan Marshall. Mas decisiva fue la protesta del gobierno británico ante esta posibilidad. Reino Unido había sufrido mucho durante la Segunda Guerra Mundial y era una de las tres potencias que se habían reunido en Potsdam. Además, Francia también protestó. Este último país no era uno de los vencedores de la guerra, pero sí que era uno de los principales aliados con que Estados Unidos contaba para hacer frente a la expansión soviética.
Durante la Segunda Guerra Mundial Franco se había puesto del lado de Hitler y Mussolini; de hecho estos le habían ayudado a ganar la Guerra Civil de 1.936 con material bélico y apoyo de todo tipo. Nadie tenía dudas de la participación activa de España en la Segunda Guerra Mundial con el envío al frente de la División Azul, y Franco había llegado a acuerdos con Hitler, aunque políticamente estuviese a bastante distancia del führer. En  1.943, tras el desastre del ejército alemán en Rusia, Franco comenzó a distanciarse poco a poco de Hitler y a mantener contactos con los aliados, lo cual no era tan fácil, porque el régimen, hacía poco tiempo establecido, basaba en buena parte su sostén en los falangistas, próximos al nacionalsocialismo; por esta causa, de manera poco perceptible, Franco fue apartando de los puestos de responsabilidad a los falangistas, sustituyéndolos por hombres de confianza de la Iglesia. Dicho de otra forma; cuando Franco percibió que Hitler y Mussolini iban a ser derrotados, decidió pactar con los aliados y establecer unas nuevas bases políticas para su régimen, siendo en este caso la Iglesia el pilar sobre el que apoyar su estructura ideológica, social y política.


Por eso, cuando Estados Unidos decidió finalmente dejar a España fuera del Plan Marshall, la condición que puso para acceder a las ayudas fue la libertad de culto, algo que sabía que Franco no podía hacer, pues era socavar y arruinar las bases del nuevo régimen español.

Esta decisión fue interpretada como una equivocación por un sector de los estrategas estadounidenses, pues ellos eran partidarios de la política real y consideraban que era imprescindible olvidar las cuestiones de carácter ideológico y centrarse en el verdadero problema, que era detener la expansión soviética. Desde este punto de vista, España era un punto estratégico de primera importancia; no solo por su situación geográfica, al Oeste de Europa, sino porque además era el segundo Estado del mundo en el que un partido comunista había alcanzado el poder de facto.
Por supuesto que Reino Unido y Francia no podían aceptar que España se beneficiase del Plan Marshall, porque la opinión pública de estos países no lo hubiera aceptado de buena forma. Estos dos Estados eran los principales aliados de Estados Unidos y de ninguna manera era conveniente provocar conflictos.
El resultado fue que España quedó definitivamente fuera del Plan Marshall y fue sometida a un aislamiento económico y político que tuvo como consecuencia el fin de la tímida recuperación económica que había comenzado a mediados de los años cuarenta. Sometida al duro aislamiento, se produjo una caída de los indicadores económicos y se deslizó por una profunda recesión que duró toda una década.



                                                   Cartilla de Racionamiento del año 1.946.


Pero además, ocurría que el régimen del general Franco no encajaba de ninguna forma con el esquema político que Estados Unidos había diseñado para Europa Occidental. La propaganda soviética ofrecía una alternativa política que podía atraer a amplios sectores de la clase obrera y de las incipientes clases medias. Frente a ésto, los estrategas occidentales debían levantar un proyecto político que constituyese a la misma vez un sistema socioeconómico y una ideología capaz de rebatir los argumentos del socialismo. Para construir un edificio político de estas características se echó mano de la socialdemocracia, muy desprestigiada en los años treinta, época de acusados extremismos.

Después de la Primera Guerra Mundial, los socialdemócratas habían participado en los gobiernos de diversos Estados europeos, pero tras la crisis de 1.929 el panorama cambió absolutamente; poco a poco se fueron imponiendo los extremos y se acusó a la socialdemocracia de ser un instrumento al servicio del capital, una especie de paño caliente para evitar que la clase obrera tomase el poder.
Precisamente esta idea encajaba perfectamente con las necesidades de Estados Unidos y sus aliados en Europa; el objetivo era impedir que la propaganda soviética penetrase con eficacia entre quienes podían prestarle oídos. La socialdemocracia no era partidaria de la revolución, sino de las reformas sociales y políticas que llevasen finalmente a un sistema democrático y liberal, pero basado estrictamente en lo que se denomina el Estado del Bienestar. Es decir, a fin de cuentas, lo que defendía la socialdemocracia era un sistema de libre mercado, pero civilizado y amansado por los conceptos de igualdad y garantías sociales.
Este fue el sistema que se estableció en todos los Estados de Europa Occidental, lo cual suponía unas condiciones para las clases trabajadoras como no se habían conocido nunca. Los sindicatos se elevaron como auténticas fuerzas políticas que colaboraban o se oponían a los gobiernos, pero sin que se llegase a extremos no deseados. En cierto modo pasaron a ser entes orgánicos, financiados por el Estado. La asistencia sanitaria pasó a ser gratuita y universal, sin que se impidiese que existiesen otros sistemas sanitarios paralelos de carácter privado. El empeño en este aspecto fue tan grande que los sistemas sanitarios públicos se convirtieron en los mejores de todas las épocas, aumentando la esperanza y la calidad de vida de forma asombrosa; muchas enfermedades fueron erradicadas y otras muchas se encaminaron a su desaparición.
El sistema debía garantizar que todos los trabajadores tuviesen una pensión cuando la edad les impidiese rendir adecuadamente en el trabajo. El sistema de pensiones fue otra de las columnas sobre las que se construyó el sistema socialdemócrata de Europa. Además, se fueron implementando otras muchas ayudas que salían de las arcas públicas, como el seguro de desempleo, pensiones de viudedad o de incapacidad laboral.
En el aspecto educativo, la enseñanza gratuita, organizada y financiada por el Estado, alcanzó altas cimas de calidad y desarrollo durante aquellas décadas de los cincuenta a los ochenta. Al igual que ocurría con la sanidad, se permitía un sistema paralelo de carácter privado.
Sin duda todo esto suponía un enorme gasto para el Estado, de ahí que fuese necesario mantener unos impuestos altos para mantener el sistema. Por ello, los grandes, medianos y pequeños capitalistas debían contener sus ansias de rentabilidad y colaborar más o menos gustosamente para que el sistema se mantuviese, pagando al fisco lo que se les exigiese; la alternativa se dibujaba atroz: las masas, descontentas, abrazarían las ideas que provenían de la URSS, y se revolverían contra todo lo que considerasen culpable de una situación injusta.
Lo cierto es que el sistema tuvo éxito; la propaganda soviética fue combatida eficazmente y aparecieron unas extensas clases medias con una alta calidad de vida y enemigas de cualquier experimento revolucionario. Dicho sistema se mantuvo en excelentes condiciones hasta la desaparición de la URSS en 1.991.



                Congreso socialdemócrata de Bad Godesberg. República Federal Alemana, 1.959.

Aunque algunos estrategas norteamericanos fuesen partidarios de acabar con el aislamiento del régimen del general Franco, lo cierto es que el sistema político franquista era incompatible con la socialdemocracia, pues no tenía carácter democrático. Sin embargo, a medida que la política de bloques y la Guerra Fría se fueron endureciendo, se llegó a la conclusión de que aliviar dicho aislamiento era lo más inteligente. Por un lado, porque Franco no iba a estar eternamente en el poder y lo que ocurriese después era impredecible; por otro lado, porque el desarrollo económico y social iba haciendo olvidar las calamidades de la  Segunda Guerra Mundial a los ciudadanos británicos y franceses, e incluso a los alemanes; bien es sabido que el ser humano, como grupo, es de corta memoria.
De esta forma, se procedió a un tímido acercamiento al régimen español que comenzó en 1.950, año en el que el ejército de Corea del Norte invadió el territorio de Corea del Sur. Dos meses después del comienzo de la Guerra de Corea, Estados Unidos concedió un crédito de 62,5 millones de dólares a España. Casi simultáneamente, Estados Unidos abogó ante la ONU para que cesase el boicot diplomático al régimen de Franco. En abril de 1.952 comenzaron las negociaciones entre España y Estados Unidos para firmar un acuerdo económico y defensivo.
En noviembre de 1.952 Eisenhower ganó las elecciones y pasó a ocupar la presidencia de los Estados Unidos. Desde un principio fue un convencido partidario de integrar al régimen de Franco entre los aliados del bloque atlantista. De esta forma, en septiembre de 1.953 se firmaron en Madrid unos pactos entre España y Estados Unidos cuyo contenido era el siguiente:



  1. Estados Unidos suministraría armamento a España.
  2. Estados Unidos proporcionaría ayuda económica a España.
  3. Estados Unidos establecería bases militares en España.

Entre 1.953 y 1.963 España recibió una ayuda aproximada de 1.500 millones de dólares; pequeña cantidad si la comparamos con las cifras del Plan Marshall. No obstante, estas ayudas y el progresivo levantamiento del boicot político y comercial fueron suficientes para sacar al régimen de Franco de la situación crítica en que se encontraba a finales de los años cuarenta.
Los intentos del régimen por sobrevivir llevando a cabo una política económica autárquica habían fracasado, y ahora, con el apoyo de Estados Unidos y ciertos sectores de Europa, se podía proceder a una liberalización del sistema. Franco, habiéndose visto solo y rodeado de un ambiente hostil había acudido a granjearse la colaboración de las burguesías vasca y catalana, únicos grupos sociales que estaban en condiciones de mantener la producción industrial en un país aislado y desabastecido. Esta decisión, determinada por la necesidad imperante, tuvo como consecuencia perpetuar las diferencias territoriales dentro del Estado, haciéndose más profundo el surco que separaba a una España agraria y pobre de otra industrial y rica. Estos mismos sectores de las burguesías industriales no veían con buenos ojos que se procediese a una liberalización excesiva del mercado, pues entendían que ello iba en contra de sus privilegios.
El 21 de diciembre de 1.959 Eisenhower visitó España y se entrevistó con Franco. Este hecho es considerado por todos los analistas como el acontecimiento que marcó el fin del aislamiento del régimen del Caudillo. Pero esto es relativo. Es cierto que en Estados Unidos se habían impuesto definitivamente los partidarios de la política real, los que pensaban que lo único importante era el enfrentamiento con la expansión del comunismo. Desde 1.949, con el triunfo de Mao Zedong y la proclamación de la República Popular China, la situación internacional se había agravado, y la Guerra Fría era un hecho incontestable. El mundo entero se había convertido en un complicadísimo tablero en el cual solo se podía estar alineado en uno de los dos bandos, en uno de los dos bloques, el del mundo liberal capitalista y democrático, o en el mundo del socialismo y de la dictadura del proletariado.


                                                             Eisenhower y Franco en 1.959.


Esta definición de los dos bloques que acabamos de dar es una de otras tantas que se manejan según quien las haga. Por supuesto que los bloques no eran tan homogéneos como se ha pretendido; por ejemplo, China y la URSS desconfiaban mutuamente y acabaron enfrentadas en ciertos escenarios estratégicos; Francia nunca fue una colaboradora sincera con Estados Unidos, y siempre buscó sus intereses particulares, a veces enfrentados con la gran potencia hegemónica.
A menudo se ha exagerado la importancia estratégica de España en este gran tablero de ajedrez; pero, lo que sí es verdad es que dicha importancia fue en aumento desde 1.959 debido a la evolución de los acontecimientos internacionales. La descolonización fue uno de los asuntos de mayor importancia de aquella época. El gran capitalismo era partidario de que los territorios de las colonias se independizasen y se organizasen en nuevos Estados, pues de esta manera, a través de las oligarquías gobernantes era mucho más fácil controlar la economía y las riquezas de aquellas tierras. Además, la independencia suponía la creación de inmensos mercados, integrados por muchos millones de nuevos consumidores, que con cierto nivel adquisitivo, podían adquirir los productos elaborados en Estados Unidos y Europa. Por otra parte, para que estos Estados se desarrollasen era necesaria una enorme inversión en infraestructuras y equipamientos, cuyo coste se pagaría en materias primas. En resumidas cuentas, al gran capitalismo le interesaba más que estos territorios fuesen independientes porque así las perspectivas de ganancia aumentaban.





Claro que todo movimiento estratégico tiene su contrapartida; al soltar las riendas de las antiguas colonias se abrió una brecha para la propaganda soviética y aparecieron numerosas organizaciones armadas revolucionarias en África, Asia y Latinoamérica. De hecho, el tema de la descolonización y los nuevos Estados se convirtió en un enorme quebradero de cabeza para Estados Unidos y sus aliados. El conflicto que hizo más daño a los intereses del bloque occidental fue el de la Guerra de Vietnam, que duró casi 20 años.
Por el contrario, en Europa los logros del sistema de la socialdemocracia paralizaron el planteamiento estratégico de la URSS a finales de los años 50. Una numerosa clase media con una alta calidad de vida comenzaba a dominar el panorama político en Francia, Reino Unido, República Federal Alemana, Italia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia y Noruega; estas clases medias votaban estabilidad, a partidos declaradamente socialdemócratas o a partidos conservadores que asumían la mayor parte del programa de la socialdemocracia.
La estrategia soviética se planteó entonces dirigir sus objetivos hacia otros ámbitos diferentes de la clase obrera, pues el perfil de ésta se había diluido con las reformas sociales de la socialdemocracia. La propaganda y la expansión ideológica se dirigió entonces a los ámbitos educativo, cultural y artístico. Penetrar en las universidades fue uno de los grandes aciertos del aparato de propaganda y agitación de la URSS; en todas ellas se organizaron células de profesores simpatizantes o decididamente activos y grupos de estudiantes que seguían las instrucciones que se daban desde el PCUS. El mundo de la cultura ya estaba abonado desde la década de los años 30; los vínculos de muchos intelectuales con las ideas revolucionarias venían de muy lejos y eran muy consistentes. De especial importancia era tener periodistas a sueldo que hacían interpretaciones o emitían opiniones concordantes con las instrucciones del aparato de propaganda soviético. Con los artistas ocurría un tanto de los mismo, con la particularidad de que los mensajes que propagaban tenían un acceso más directo al subconsciente de las masas. Se trataba finalmente de crear una cultura revolucionaria que se sustentase en un esquema ideológico simple basado en unas cuantas consignas.
A finales de los años 60 esta cultura revolucionaria había arraigado entre la juventud de las clases medias de Europa y, en parte, de Estados Unidos.


                                                    Manifestación en mayo de 1.968 en Francia.


Era evidente que el régimen de Franco ofrecía unas garantías a los estrategas del bloque occidental que pocos podían ofrecer. En un tiempo en el que la Guerra Fría se encontraba en su punto álgido, un régimen que ofrecía control ideológico y político, y resignado a una dependencia total era algo que no se debía subestimar. Así se entendió en Estados Unidos, donde se dio a España el trato mejor posible, con el impedimento de que se trataba de relaciones con una dictadura que años antes había sido partidaria de Adolf Hitler. Pero, ¿qué más daba? También en otras partes del mundo se estaban instaurando otras dictaduras y regímenes autoritarios con los que se mantenían excelentes relaciones.
Con los Estados de Europa las cosas no iban igual; era cierto que el boicot se había relajado mucho, pero los gobernantes europeos tenían más escrúpulos y, además, no podían estar proclamando día y noche los principios de la socialdemocracia y tratar a una dictadura en términos de igualdad.
Lo cierto es que Franco hizo muchos movimientos de acercamiento al sistema de Europa Occidental. En principio, y como hemos dicho anteriormente, alejó a los elementos falangistas de los cargos de mayor responsabilidad; de hecho, la Falange quedó diluida en el Movimiento Nacional, conglomerado político sobre el que se sustentaba el régimen. Desde 1.950 la mayoría de los cargos del gobierno estuvieron en manos de hombres próximos a la Iglesia; es lo que se ha llamado de forma inapropiada nacionalcatolicismo. Y digo esto último porque la Iglesia acabó traicionando a Franco, apoyando a todos los grupos de oposición al régimen que se ponían a tiro, ya fuesen comunistas, liberales o nacionalistas independentistas.
Durante los años 60 el régimen franquista se fue aproximando como pudo al sistema de la socialdemocracia europea, creando su propio Estado del Bienestar con educación y sanidad universales y gratuitas y garantías sociales y económicas para los trabajadores. En lo que no podía aproximarse era en el aspecto político, pues eso significaría derribar el régimen, cosa que ocurrió en 1.978, pocos años después de muerto el dictador.
A finales de los años 60 la política económica y social en España convergía con la de las socialdemocracias europeas y el trato de éstas con el régimen español fue evolucionando hacia la igualdad por ambas partes. Diversos foros internacionales se abrieron para España y la economía mejoró como consecuencia del levantamiento del boicot.
En 1.975 murió Franco y Estados Unidos y sus aliados europeos buscaron una alternativa para hacer una transición pacífica desde el régimen de la dictadura hasta otro democrático y dentro del patrón de las socialdemocracias europeas. Dicha transición fue hecha por el Rey Juan Carlos I y un grupo de políticos que eran conscientes de la situación por la que pasaba el Estado; este proyecto político quedó consolidado con la aprobación de la Constitución de 1.978, vigente hasta la fecha.
El nuevo régimen debía sustentarse, según el modelo europeo, en dos grandes partidos, uno conservador y otro socialdemócrata, y poco a poco debía integrarse en todas las organizaciones políticas y económicas de Occidente en general y Europa en particular.
Durante los años 80 el régimen democrático español, apadrinado por los demás Estados europeos alcanzó altas cotas de estabilidad y mantuvo el desarrollo de las décadas anteriores. Pero, como nada permanece, sino que todo cambia, a finales de los años 80 la Unión Soviética dio síntomas de extrema debilidad y decadencia, provocadas por la corrupción institucional y la ineficacia generalizada. En 1.991 el Estado soviético se derrumbó y terminó oficialmente la Guerra Fría por desaparición de uno de sus beligerantes. Este hecho tuvo unas consecuencias trascendentales en Europa, no solo porque todos los Estados del área de influencia de la URSS quedaron a su libre arbitrio; entre ellos la República Democrática Alemana, que ya en 1.989 se emancipó de la moribunda URSS y acabó uniéndose a la República Federal Alemana, sino porque también supuso el fin de la justificación política del sistema de la socialdemocracia; sin enemigo al que enfrentarse ya no eran necesarios los instrumentos que se habían utilizado en la defensa.
Ya en 1.991, al finalizar la Primera Guerra del Golfo, el presidente de los Estados Unidos George H. W. Bush proclamó el establecimiento de un Nuevo Orden Mundial, anticipando que los cambios que se avecinaban afectarían a la humanidad en los aspectos político, social y económico.
 Aquella década de los años 90 fue la de la hegemonía absoluta de los Estados Unidos y, aparentemente, una época de paz. Pero de manera silenciosa se iban preparando los reajustes que llevarían al mundo a una nueva etapa de la Historia. En Europa se procedió a dar los primeros pasos hacia un Estado federal al firmarse el Tratado de Maastricht en 1.993. España fue uno de los Estados firmantes; tan solo dos años después de la desaparición de la Unión Soviética se pisaba el acelerador de la unidad política del continente europeo. Este movimiento de los políticos de Europa fue visto desde Estados Unidos como una toma de posiciones que no encajaba enteramente con los intereses norteamericanos, pero entendieron que se trataba de un gesto de supervivencia de la burocracia europea tras la desaparición de la URSS; más tarde en Washington quedarían sorprendidos cuando descubrieron que este nuevo ente político, este gigante de muchas cabezas, iba a ser acaudillado por Alemania, resucitada finalmente tras el desastre de 1.945.

Aparentemente, hemos dicho, aquella fue una época de paz, solo alterada por el ambiente cada vez más conflictivo de Próximo Oriente. Lo que nadie esperaba es que el 11 de Septiembre de 2.001 se produjesen los atentados del World Trade Center en Nueva York. Quedaba inaugurado el Siglo XXI.