domingo, 7 de noviembre de 2021

LIMES GERMANICUS. III

 Como vimos en la primera entrada de esta serie, Julio César, atendiendo a sus intereses políticos, definió en De Bello Gallico los límites de un extenso territorio llamado Germania. Por el Norte esta gran tierra llegaba hasta el Mar del Norte y el Mar Báltico; por el Sur su límite era el río Danubio y la cordillera de Los Alpes; por el Oeste su frontera estaba en el río Rin.

Sin embargo, César no fue capaz de definir hasta donde llegaba Germania por el Este. En De Bello Gallico menciona dos grandes bosques que desde las tierras de los germanos, se extienden hacia el Este, la Selva Arduena y la Selva Hercinia; ésta última tan inmensa, que no se conocían sus confines:

"XXV. La selva Hercinia, de que arriba se hizo mención, tiene de ancho nueve largas jornadas; sin que se pueda explicar de otra suerte, pues no tienen medidas itinerarias. Comienza en los confines de los helvecios, nemetes y rauracos; y por las orillas del Danubio va en derechura hasta las fronteras de los dacos y anartes.117 Desde allí tuerce a mano izquierda por regiones apartadas del río, y por ser tan extendida, entra en los términos de muchas naciones. No hay hombre de la Germania conocida que asegure haber llegado al principio de esta selva aun después de haber andado sesenta días de camino, o que tenga noticia de dónde nace." 

Ya dijimos que César necesitaba justificar sus campañas militares en la Galia Transalpina y lo hizo magistralmente definiendo un enemigo peligroso, los germanos, y un territorio, Germania, separado de Galia por el río Rin. 

    Galias en tiempos de Cayo Julio César.

César se esfuerza en establecer diferencias entre galos y germanos porque le conviene para su propaganda política y militar, pero al hacerlo omite o tergiversa numerosas cuestiones sobre el asunto.

En principio, una parte importante de los habitantes del territorio que se extendía entre los ríos Rin y Weser hablaba una lengua céltica. Esto está atestiguado por numerosos topónimos, antropónimos y gentilicios.

Por otra parte, la cultura de estos pueblos cercanos a la orilla derecha del Rin era semejante a los de la margen izquierda en muchos casos; es decir, era una cultura celta.

Es cierto, no obstante, que en estos territorios escaseaban los recintos fortificados y había una total ausencia de civilización urbana, al menos en la zona Norte. Más hacia el Este, en los valles del Elba y del Oder, estas condiciones se hacían más extremas, ocupando los bosques y pantanos la mayor parte del territorio.

Aquellas poblaciones estaban formadas por comunidades de campesinos que habitaban en aldeas y granjas dedicados sobre todo a la ganadería del vacuno y, en menor medida, del ovino. Cultivaban los campos con una tecnología agrícola primitiva, aunque usaban el arado. Sus cultivos eran, casi exclusivamente, los cereales. Completaban su dieta y obtenían recursos de la caza y la pesca, abundantes en todo el territorio. Este tipo de economía les permitía desplazarse de un territorio a otro con facilidad, ya que el ganado constituía la mayor parte de su riqueza.

Entre ellos se encontraban artesanos del metal y de la madera, aunque no tan habilidosos como los de las Galias. Fabricaban en sus fraguas y talleres herramientas de hierro para el trabajo en el campo, como hachas, martillos, azadas y hoces; y armas para la caza como la jabalina, el arco y el machete. Para la guerra utilizaban escudos, lanzas y espadas.

Las espadas escaseaban, pues eran muy caras, ya que era necesario que las hiciesen artesanos expertos. La mayor parte de ellos usaban el hacha indistintamente para el trabajo en los bosques o para la guerra, siendo esta, usada con habilidad, un arma terrible. En caso de no tener otra cosa, utilizaban mazas de madera, que a veces claveteaban para hacerlas más contundentes.

                      Armazón de madera de una vivienda germana.


Estaban muy sujetos a los cambios de la naturaleza, y un invierno excesivamente largo y frío o una inundación podían suponer que el ganado muriese o las cosechas se perdieran. Por esta razón, estas comunidades de granjeros procuraban establecer pactos entre sí y unirse en confederaciones, ya que en caso de catástrofes naturales o ataques de enemigos podían auxiliarse mutuamente; cuanto más grande fuese la confederación, más seguridad tenían las vidas y haciendas de los confederados.

Por esta última causa, a menudo, no podemos identificar a poblaciones homogéneas, ya que bajo el nombre habitual lo que encontramos son amplias confederaciones, a veces muy heterogéneas, y que van cambiando con facilidad, ya que entran nuevos integrantes mientras otros salen. En el caso de los suevos, el gentilicio se aplicaba a una amplia población que habitaba en el valle del río Elba; hablaban una lengua germánica, probablemente en varios dialectos, pero no formaban una sola confederación, sino que, a través de pactos, formaban varias organizaciones políticas.

Entre estas poblaciones había surgido una aristocracia guerrera. Se trataba de familias que acaudillaban al resto en la guerra. Cuando uno de estos jefes demostraba tener fortuna en los hechos de armas, acudían a él numerosos hombres que le juraban fidelidad, llegando a formarse grandes ejércitos, que podían disolverse si la suerte cambiaba y el caudillo cosechaba varias derrotas. Algunos de estos jefes guerreros eran aclamados como reyes por sus guerreros, como fue el caso de Ariovisto, rey de los suevos del alto Rin.

En épocas de escasez la guerra era una alternativa aceptable como medio de subsistencia. Saquear los campos de los vecinos y obtener un botín consistente en ganado y provisiones era tentador, aunque arriesgado. Cada primavera se organizaban bandas de guerreros en torno a un líder para hacer expediciones de pillaje allí donde pareciese que los beneficios serían mayores.

La migración de los cimbrios y los teutones a finales del siglo II a. C. fue un acontecimiento que marcó un antes y un después en toda la zona.

Ambos grupos migraron casi a la par, pero de forma independiente, aunque acabaron coordinándose para conseguir sus objetivos. Los teutones probablemente procedían de las desembocaduras del Weser y el Elba; los cimbrios salieron de la Península de Jutlandia. Las causas de ambas migraciones son desconocidas para nosotros, ya fuese debido a una catástrofe natural, a la superpoblación o a la presión de invasores.

Durante algunos años ambos pueblos recorrieron los valles del Weser y del Elba. En un principio ninguno de los dos grupos debería ser demasiado numeroso; pero, paulatinamente, fueron uniéndoseles otros grupos, generalmente de lengua y cultura céltica. Cuando en 113 a. C. llegaron los cimbrios a los Alpes Orientales, ya formaban una masa humana considerable; más tarde, en 109 a. C., se unieron con los teutones, que también habían incorporado a otros grupos menores.

En una década aproximadamente estos granjeros desarraigados habían olvidado su forma de vida, basada en la ganadería y la agricultura, y habían adoptado la guerra y el pillaje como como actividad económica principal. Independientemente del lugar y la fecha en los que comenzaron ambas migraciones, lo cierto es que numerosos grupos humanos se fueron agregando a la gran masa en movimiento; algunos atraídos por la posibilidad de obtener botín, otros para garantizarse una seguridad y un modo de subsistencia.

Cimbrios y teutones decidieron establecer una alianza con el objetivo de entrar en territorio romano. Sabían que las posibilidades de conseguir ricos botines a costa de los romanos eran inmensas; sobre todo, después de aniquilar a dos ejércitos de Roma en Arausio, Galia Narbonense, en el año 105 a. C. 

Tras estos acontecimientos, decidieron dividirse en dos grupos; los teutones y sus aliados ambrones entrarían en Galia Cisalpina por el Oeste, mientras que los cimbrios lo harían por el Este. Ambos fueron derrotados y aniquilados por Cayo Aario en Aquae Sextiae en 102 a. C. y Vercelas en 101 a. C. respectivamente. 



En su migración los cimbrios y los teutones desestabilizaron todo el territorio entre el río Elba y el Ródano, rompieron los equilibrios y las alianzas previas entre las comunidades y establecieron un modo de vida que no se basaba en la producción, sino en la depredación. Las consecuencias fueron muy grandes y abrieron la puerta a otros movimientos de bandas armadas, lideradas por caudillos guerreros, como ocurrió con los suevos de Ariovisto cuarenta años después, en tiempos del consulado de Cayo Julio César.

En el siglo I a. C. la inestabilidad en la zona aumentó paulatinamente. Varios grupos de habitantes del valle del Elba se desplazaron hacia el territorio entre el Weser y el Rin. Julio César les denomina de forma genérica como suevos. Se trataba de bandas armadas dedicadas al pillaje que, como ocurriera antes, engrosaban sus filas con gentes de procedencia heterogénea. Formaban clientelas armadas alrededor de un caudillo y, si era posible, sometían a tributo a poblaciones más débiles. El caso de los usípetes y los téncteros es muy ilustrativo. Ambas poblaciones habitaban entre el Weser y el Rin; pero en la primera mitad del siglo I a. C. sufrieron los ataques continuos de bandas procedentes del Elba. Fue tal la presión que sufrieron, que muchos de ellos decidieron cruzar el Rin y solicitar ser acogidos por las poblaciones de la margen izquierda de este río. Julio César no vio esto con buenos ojos, pues se temía que el fenómeno aumentase y crease conflictos en Galia; por lo cual, decidió atacar a los migrantes y obligarlos a volver a la orilla del río de la que procedían; esto ocurrió en el año 56 a. C.

Otro caso fue el de los ubios, pueblo que habitaba en la orilla derecha del Rin, a la altura de lo que hoy en día es Renania del Norte-Westfalia. En el año 55 a. C. habían establecido una alianza con Julio César, cuando éste tendió su primer puente sobre el Rin y cruzó a Germania. Los úbios proporcionaron a César un contingente de caballería que combatió eficazmente contra los galos de Vercingetórix. Siempre fueron fieles a sus pactos con Roma y, por tanto, fueron tratados como aliados. Tras la muerte de César, sufrieron también ellos el pillaje y la presión de los suevos; hasta tal punto que en 39 a. C. solicitaron a Agripa, legado de Octaviano en la zona, que les permitiese pasar a la ribera izquierda y les diese tierras para habitar allí. Agripa, en consideración por los servicios prestados por los ubios a César y a Octaviano, accedió a la petición y les permitió cruzar el río; les entregó tierras y les ordenó en 38 a. C. que fundasen un recinto fortificado (oppidum) donde almacenar sus riquezas y guarecerse en caso de peligro. Este recinto recibió el nombre de Oppidum Ubiorum, que fue posteriormente declarada colonia romana con el nombre de Colonia Claudia Ara Augusta Agrippinensium.

El caso de los ubios es el primero en que Roma permite a una población de Germania cruzar la frontera del Rin y establecerse en una provincia romana. De esta forma, los ubios, fieles a Roma, se convirtieron en vigilantes y defensores de la frontera. 

Roma procedía siempre según la costumbre de establecer alianzas con los pueblos fronterizos. En el caso de la frontera del Rin éste fue el criterio que se adoptó en las relaciones con las poblaciones de la orilla opuesta del río; pero, como vimos en los capítulos anteriores, las continuas incursiones de bandas de guerreros en busca de pillaje hizo que Augusto tomase la decisión de llevar la frontera hasta el río Elba. Como vimos, encargó esta misión a Nerón Claudio Druso, su hijastro.

Druso contó con aliados al otro lado de la frontera; entre ellos, y quizás los más importantes, estaban los bátavos, pueblo que ocupaba un pequeño territorio en la desembocadura del Rin. 

Los bátavos no eran demasiado numerosos, pero sus tierras tenían un gran valor estratégico, ya que Druso había comprendido desde el primer momento que el ejército que llevase a cabo la expedición de conquista hasta el Elba, necesitaría el apoyo de una flota que navegase por la costa y proveyese a las legiones de todo lo necesario. Estas naves podían navegar por mar abierto desde la desembocadura del Rin hasta la desembocadura del Weser, pero esto era muy arriesgado y poco fiable, debido a los vientos y marejadas del Mar del Norte. Por esa razón, era más seguro construir un canal que comunicase la desembocadura del Rin con el Mar de Frisia, y de esta forma la flota podría navegar por aguas más tranquilas y protegida de las corrientes y marejadas. Este canal debía forzosamente construirse desde las tierras de los bátavos, luego era aconsejable establecer con ellos buenas relaciones y alianzas.

                                 Dos posibles alternativas de la localización del Canal de Druso.

En el pacto que los bátavos hicieron con Druso figuraban como aliados del pueblo romano, siendo libres e independientes, y comprometiéndose exclusivamente a proporcionar tropas auxiliares al ejército romano. Su romanización fue rápida y colaboraron en la organización de una flota romana que navegase por las aguas del Rin y el Mar de Frisia. La consecuencia fue que prosperaron y consiguieron una seguridad de la que anteriormente carecían. Su implicación militar con el ejército romano fue muy alta, y esto fue causa de que tomaran partido en las guerras civiles que tuvieron lugar tras la muerte del emperador Nerón; tras lo cual, quedaron mal dispuestos con Vespasiano, y se vieron empujados a la rebelión contra Roma.

En general, toda la zona renana experimentó un desarrollo económico, social y cultural  durante el Imperio Romano, y se mantuvo estable y relativamente tranquila desde las campañas militares de Germánico (13 d. C. - 16 d. C.) hasta el siglo III d. C.

Todos los pueblos que habitaban en la margen derecha del Rin experimentaron un proceso de romanización más o menos intenso e hicieron lo posible por mantener buenas relaciones con Roma y sus representantes en la zona. Después de los tiempos de Arminio toda la zona vivió una época bastante tranquila, hasta que la descomposición del poder Imperial en el siglo III provocó que la seguridad en la frontera cayese durante un tiempo, hasta ser restaurada por Diocleciano. 



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