En la
tercera entrada de esta serie me preguntaba a mí mismo si la sociedad francesa
era una sociedad en espera, una
sociedad que podía sorprendernos en cualquier momento. Trataré de aclarar este
punto un poco más.
Sin
duda la nación francesa fue la primera que elaboró una serie de principios
alrededor de los cuales se podía construir la unidad de Europa. Estos
principios eran los de la Revolución Francesa, que proclamaban la libertad de
los ciudadanos frente a los poderosos, la igualdad de todos ante la ley y la
fraternidad necesaria entre los iguales. El encargado de difundir estas ideas
por toda Europa fue Napoleón Bonaparte, de quien hemos dicho en otro Comentario
que fue el primer hombre que quiso unificar el continente. Napoleón tenía un
programa político que consistía en poner de su parte a todos los burgueses de
Europa, atraídos por la perspectiva de acabar con las viejas aristocracias, que
vivían instaladas en la enorme telaraña de sus privilegios. En principio la propuesta
era sugerente, pero el espíritu de la Revolución Francesa llevaba adherido el
concepto de la Nación, es decir, el nacionalismo, y como todo el mundo sabe, el
nacionalismo lo mismo que une a unos individuos, separa a otros. Napoleón no
esperaba encontrar en Rusia ningún ánimo nacionalista, pero se equivocó, pues
los rusos estaban dispuestos a morir por su patria y por su rey, algo difícil
de comprender por un hijo de la Revolución. El caso es que Napoleón sufrió una
terrible derrota en la llanura rusa y esto dio la oportunidad a los ingleses
para rematarlo.
Inmediatamente
antes de 1914 los franceses creían ser la nación más importante del mundo;
habían transformado la política y la sociedad de todo el mundo civilizado con
sus ideas liberales y democráticas; habían creado un enorme imperio colonial y
el arte y la cultura miraba constantemente a París buscando un reflejo de luz
que indicase el camino a seguir.
Sin
embargo, como afirmamos en la tercera entrada de esta serie, Francia a
principios del Siglo XX no tenía un proyecto para Europa, era un Estado a la
defensiva y carcomido por el revanchismo tras la derrota de Sedán frente a
Prusia. Hay que decir a favor de Francia que en aquel tiempo nadie tenía un
proyecto global para Europa, todo eran iniciativas parciales: Inglaterra solo
pensaba en defender su imperio colonial, Rusia en unir a todos los eslavos bajo
su tutela, Austria-Hungría en sobrevivir a pesar de todas las dificultades y
todos los cambios.
Las dos
guerras mundiales afectaron a Francia de manera importante, pero cada una de
ellas de modo diferente. En la primera Francia mostró un comportamiento heroico
y ganaron la guerra, aunque después perdieron la paz. Con esto último quiero
decir que a los franceses les faltó generosidad, nobleza e inteligencia con los
vencidos; no se dieron cuenta de que a una nación como Alemania no se la puede
humillar deliberadamente sin pagar las consecuencias. Quisieron hacer
retroceder a Alemania doscientos años en el tiempo y fracasaron, como era de
esperar. En ello también colaboró Gran Bretaña, que no se quería enterar de que
la época victoriana había pasado para no volver.
En la Segunda Guerra Mundial Francia fue
vencida totalmente por el Tercer Reich y liberada posteriormente por los
aliados, es decir, Estados Unidos y Gran Bretaña; pero no estuvo en el grupo de
los vencedores en la Conferencia de Potsdam, donde se hizo el reparto de las
influencias y se abrió la etapa de la Guerra Fría y la Política de Bloques.
Como
dije en aquel Comentario al que me he referido en varias ocasiones, Francia,
después de 1945 aceptó el papel de pieza importante en la estrategia
antisoviética de los aliados; por esa razón firmó los diversos tratados que la
vinculaban económica y políticamente con su antigua adversaria, Alemania. Afirmé
entonces que las elites de la sociedad francesa colaboraron en aquel frente
común contra la propaganda y el expansionismo soviéticos; a cambio, los
ciudadanos franceses obtuvieron unas garantías sociales y unos derechos que los
colocaban en un primerísimo puesto en la denominada sociedad del bienestar. El
envoltorio político e ideológico de todo aquello era la socialdemocracia, es
decir, un capitalismo nada salvaje y siempre preocupado por lo políticamente
correcto en el que el Estado actuaba como el principal motor de la economía y
el primer guardián de los derechos de las clases trabajadoras.
El
proyecto político de la Unión Europea siempre se ha basado desde un principio
en la premisa de una sociedad desarrollada y rica que valora más la
colaboración que la lucha de intereses. Una vez extinta la Unión Soviética, la
función que tuvo la alianza entre los Estados de Europa Occidental como muro de
contención contra las intenciones agresivas de Moscú dejó de tener sentido; la
idea de unidad europea tomó otro aspecto. El problema es que esta nueva idea
aún no ha sido definida; sobre todo porque los encargados de modelarla, de
materializarla, son los miembros de una casta política cuyo origen está en las
ruinas humeantes de la destruida Europa de 1945. Esta clase política es incapaz
de elaborar un nuevo proyecto de unión porque solo piensa en sus intereses
particulares, en mantenerse en el poder, en preservar sus privilegios y en
actuar a espaldas de los gobernados, que son todos los ciudadanos de la Unión Europea.
Y aquí
ocurre que Francia, la sociedad más dócil ante este juego político, el ejemplo
de Estado socialdemócrata, gobierne quien gobierne, la más culta, la más
sofisticada de las naciones europeas, aparece ante nuestros ojos como la mayor
incógnita del continente. Porque en Francia se han ido produciendo una serie de
cambios de manera silente, pero profunda, y esa sociedad rica, bienpensante,
confiada, correcta y teatralmente rebelde ha cambiado.
El
mayor cambio que se ha producido ha sido la deriva ideológica hacia los
extremos. La confianza en el Estado socialdemócrata ha sido abandonada por
amplias capas de la sociedad; se trata de ciudadanos que piensan que son
necesarias reformas importantes en la estructura del Estado y en las leyes
básicas. El espíritu de concordia ya no es tan mayoritario, no tantos están de
acuerdo en tantas cosas. La pérdida de importancia económica de Francia es
causa en buena parte de este nuevo ambiente; el Estado tiene dificultades para
asegurar la igualdad de los ciudadanos, las diferencias sociales se acentúan, y
esto es un golpe durísimo al sistema que permitía que los ciudadanos franceses
hubiesen permanecido al pairo durante casi setenta años. El problema es que
muchos ciudadanos ven como esas garantías sociales, esos derechos se esfuman.
Otras sociedades más dinámicas de otras partes del mundo evolucionan y se
desarrollan, mientras Francia, espejo de civilización, queda estancada.
Si la
Unión Europea enarbolase un proyecto que fuese capaz de generar ilusión,
probablemente encontraría la adhesión de los franceses. Lo penoso es que nada
de esto ocurre, constituyendo, a la vez, un gran peligro, porque Francia es uno
de los dos puntales en que se apoya toda la construcción de la unidad europea
desde 1945, es decir, desde el principio.
Actualmente
en Francia el euroescepticismo es más bien un rechazo frontal a la Unión
Europea, y es bipolar, procede de ambos extremos del espectro político. Además,
es consecuencia de la ausencia de hombres y mujeres de valor en la burocracia
europea.
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