lunes, 23 de diciembre de 2019

GEOPOLÍTICA DEL SIGLO XX. EL CASO ESPAÑOL

El 17 de julio de 1.945 se reunieron en Potsdam, cerca de Berlín, Josef Stalin, Winston Churchill y Harry S. Truman. Pocos meses antes Adolf Hitler había sido totalmente derrotado y Japón se rendiría el 14 de agosto, doce días después de concluida esta reunión. En Potsdam los tres vencedores de la guerra llegaron a una serie de acuerdos para repartirse el poder sobre todo el globo; efectivamente, Potsdam fue un repartimiento del poder en todo el planeta.
                                                       Churchill, Truman y Stalin en Potsdam.


Aunque intentaron sacar cada uno las mayores ventajas posibles, el fondo del acuerdo fue muy claro; los vencedores necesitaban la paz y era necesario establecer un orden mundial en el que existiesen unos equilibrios y una garantía de seguridad para las tres potencias, Reino Unido, Unión Soviética y Estados Unidos; la labor más urgente era reorganizar los territorios que habían estado bajo el control del III Reich.

A pesar de esto, los acuerdos quedaron superados por los acontecimientos al día siguiente de terminar la Conferencia de Potsdam. En principio porque Reino Unido fue satelizado desde un primer momento alrededor de Estados Unidos; razón por la cual, en definitiva solo quedaron dos grandes potencias; es decir, el mundo acabó dividido en dos bloques, uno liderado por la Unión Soviética y el otro por Estados Unidos. Aunque se reorganizó el territorio europeo, las dos potencias actuaron con absoluta desconfianza desde el primer momento y comenzaron una carrera de armamentos como no se había conocido antes en la Historia. Estados Unidos arrojó dos bombas nucleares a comienzos de Agosto de 1.945 sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, tras lo cual Japón se rindió y finalizó la II Guerra Mundial. En agosto de 1.949 la Unión Soviética detonó su primera bomba nuclear al noreste de Kazajstán.
                                                              Bomba de Hiroshima.

A comienzos de la década de los años 50 ambas potencias se amenazaban mutuamente con sus armas nucleares; había comenzado lo que se denominó Guerra Fría. Un enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética hubiese llevado inevitablemente a una guerra nuclear que hubiese devastado todo el planeta; por eso, el equilibrio entre los dos bloques se mantuvo sobre la amenaza de las armas nucleares. Los enfrentamientos, no obstante, fueron frecuentes entre los satélites de ambos; proliferaron pequeñas o grandes guerras en Asia, África y América; las potencias armaban y financiaban a sus respectivos satélites e intentaban socavar el poder del contrario. En Europa se impuso una tensa paz, siempre amenazada, sobre todo en la línea que dividía ambos bloques.

                                                  Muro de Berlín en la Puerta de Brandemburgo.

Desde 1.945 los estrategas de ambos bloques desarrollaron planes defensivos en los ámbitos militar, económico y social. En un principio la Unión Soviética parecía tener ventaja debido a su experiencia política. El Partido Comunista de la Unión Soviética había tenido una vocación expansionista desde 1.917 y su aparato de propaganda era mucho más eficaz que el de los Estados Unidos. Además, se daba la circunstancia de que en los países europeos del bloque liderado por Estados Unidos había partidos comunistas estrechamente vinculados con Moscú.

                                         Portada del periódico L´Humanité, órgano de propaganda del PCF.

La propaganda soviética penetraba con facilidad en las clases trabajadoras y esta circunstancia era considerada como un peligro por los estrategas de Estados Unidos. Desde el comienzo parecía evidente que la arruinada economía de Europa Occidental era el medio más favorable para la consolidación de un movimiento revolucionario, sobre todo en Francia y Alemania Occidental. Era necesario reactivar la maltrecha economía europea de manera urgente, y esto se hizo siguiendo un programa de créditos que se denominó Plan Marshall. Estos créditos fueron entregados en forma de ayudas por el gobierno de Estados Unidos a los estados de Europa, ascendiendo a un total de 12.000 millones de dólares. Ninguno de los receptores de estas ayudas se vio obligado a devolverlas, excepto la República Federal Alemana, que sí debió hacerlo. Reino Unido y Francia fueron los que recibieron un mayor volumen de ayudas, y a mediados de la década de lios años 50 ya habían superado las cifras económicas anteriores al comienzo de la guerra. Otros países que recibieron ayudas fueron Países Bajos, Italia, Bélgica, Luxemburgo, Austria, Dinamarca, Irlanda, Noruega, Suecia, Islandia, Suiza, Turquía, Grecia y Portugal.
                             Cartel donde se hace publicidad de la financiación para la reconstrucción de Alemania Occidental.

España no recibió ninguna ayuda porque un sector de la política estadounidense estaba en contra de ello, aunque el gobierno de los Estados Unidos no puso ningún obstáculo en un principio para que este Estado fuese incluido entre los beneficiados por el Plan Marshall. Mas decisiva fue la protesta del gobierno británico ante esta posibilidad. Reino Unido había sufrido mucho durante la Segunda Guerra Mundial y era una de las tres potencias que se habían reunido en Potsdam. Además, Francia también protestó. Este último país no era uno de los vencedores de la guerra, pero sí que era uno de los principales aliados con que Estados Unidos contaba para hacer frente a la expansión soviética.
Durante la Segunda Guerra Mundial Franco se había puesto del lado de Hitler y Mussolini; de hecho estos le habían ayudado a ganar la Guerra Civil de 1.936 con material bélico y apoyo de todo tipo. Nadie tenía dudas de la participación activa de España en la Segunda Guerra Mundial con el envío al frente de la División Azul, y Franco había llegado a acuerdos con Hitler, aunque políticamente estuviese a bastante distancia del führer. En  1.943, tras el desastre del ejército alemán en Rusia, Franco comenzó a distanciarse poco a poco de Hitler y a mantener contactos con los aliados, lo cual no era tan fácil, porque el régimen, hacía poco tiempo establecido, basaba en buena parte su sostén en los falangistas, próximos al nacionalsocialismo; por esta causa, de manera poco perceptible, Franco fue apartando de los puestos de responsabilidad a los falangistas, sustituyéndolos por hombres de confianza de la Iglesia. Dicho de otra forma; cuando Franco percibió que Hitler y Mussolini iban a ser derrotados, decidió pactar con los aliados y establecer unas nuevas bases políticas para su régimen, siendo en este caso la Iglesia el pilar sobre el que apoyar su estructura ideológica, social y política.


Por eso, cuando Estados Unidos decidió finalmente dejar a España fuera del Plan Marshall, la condición que puso para acceder a las ayudas fue la libertad de culto, algo que sabía que Franco no podía hacer, pues era socavar y arruinar las bases del nuevo régimen español.

Esta decisión fue interpretada como una equivocación por un sector de los estrategas estadounidenses, pues ellos eran partidarios de la política real y consideraban que era imprescindible olvidar las cuestiones de carácter ideológico y centrarse en el verdadero problema, que era detener la expansión soviética. Desde este punto de vista, España era un punto estratégico de primera importancia; no solo por su situación geográfica, al Oeste de Europa, sino porque además era el segundo Estado del mundo en el que un partido comunista había alcanzado el poder de facto.
Por supuesto que Reino Unido y Francia no podían aceptar que España se beneficiase del Plan Marshall, porque la opinión pública de estos países no lo hubiera aceptado de buena forma. Estos dos Estados eran los principales aliados de Estados Unidos y de ninguna manera era conveniente provocar conflictos.
El resultado fue que España quedó definitivamente fuera del Plan Marshall y fue sometida a un aislamiento económico y político que tuvo como consecuencia el fin de la tímida recuperación económica que había comenzado a mediados de los años cuarenta. Sometida al duro aislamiento, se produjo una caída de los indicadores económicos y se deslizó por una profunda recesión que duró toda una década.



                                                   Cartilla de Racionamiento del año 1.946.


Pero además, ocurría que el régimen del general Franco no encajaba de ninguna forma con el esquema político que Estados Unidos había diseñado para Europa Occidental. La propaganda soviética ofrecía una alternativa política que podía atraer a amplios sectores de la clase obrera y de las incipientes clases medias. Frente a ésto, los estrategas occidentales debían levantar un proyecto político que constituyese a la misma vez un sistema socioeconómico y una ideología capaz de rebatir los argumentos del socialismo. Para construir un edificio político de estas características se echó mano de la socialdemocracia, muy desprestigiada en los años treinta, época de acusados extremismos.

Después de la Primera Guerra Mundial, los socialdemócratas habían participado en los gobiernos de diversos Estados europeos, pero tras la crisis de 1.929 el panorama cambió absolutamente; poco a poco se fueron imponiendo los extremos y se acusó a la socialdemocracia de ser un instrumento al servicio del capital, una especie de paño caliente para evitar que la clase obrera tomase el poder.
Precisamente esta idea encajaba perfectamente con las necesidades de Estados Unidos y sus aliados en Europa; el objetivo era impedir que la propaganda soviética penetrase con eficacia entre quienes podían prestarle oídos. La socialdemocracia no era partidaria de la revolución, sino de las reformas sociales y políticas que llevasen finalmente a un sistema democrático y liberal, pero basado estrictamente en lo que se denomina el Estado del Bienestar. Es decir, a fin de cuentas, lo que defendía la socialdemocracia era un sistema de libre mercado, pero civilizado y amansado por los conceptos de igualdad y garantías sociales.
Este fue el sistema que se estableció en todos los Estados de Europa Occidental, lo cual suponía unas condiciones para las clases trabajadoras como no se habían conocido nunca. Los sindicatos se elevaron como auténticas fuerzas políticas que colaboraban o se oponían a los gobiernos, pero sin que se llegase a extremos no deseados. En cierto modo pasaron a ser entes orgánicos, financiados por el Estado. La asistencia sanitaria pasó a ser gratuita y universal, sin que se impidiese que existiesen otros sistemas sanitarios paralelos de carácter privado. El empeño en este aspecto fue tan grande que los sistemas sanitarios públicos se convirtieron en los mejores de todas las épocas, aumentando la esperanza y la calidad de vida de forma asombrosa; muchas enfermedades fueron erradicadas y otras muchas se encaminaron a su desaparición.
El sistema debía garantizar que todos los trabajadores tuviesen una pensión cuando la edad les impidiese rendir adecuadamente en el trabajo. El sistema de pensiones fue otra de las columnas sobre las que se construyó el sistema socialdemócrata de Europa. Además, se fueron implementando otras muchas ayudas que salían de las arcas públicas, como el seguro de desempleo, pensiones de viudedad o de incapacidad laboral.
En el aspecto educativo, la enseñanza gratuita, organizada y financiada por el Estado, alcanzó altas cimas de calidad y desarrollo durante aquellas décadas de los cincuenta a los ochenta. Al igual que ocurría con la sanidad, se permitía un sistema paralelo de carácter privado.
Sin duda todo esto suponía un enorme gasto para el Estado, de ahí que fuese necesario mantener unos impuestos altos para mantener el sistema. Por ello, los grandes, medianos y pequeños capitalistas debían contener sus ansias de rentabilidad y colaborar más o menos gustosamente para que el sistema se mantuviese, pagando al fisco lo que se les exigiese; la alternativa se dibujaba atroz: las masas, descontentas, abrazarían las ideas que provenían de la URSS, y se revolverían contra todo lo que considerasen culpable de una situación injusta.
Lo cierto es que el sistema tuvo éxito; la propaganda soviética fue combatida eficazmente y aparecieron unas extensas clases medias con una alta calidad de vida y enemigas de cualquier experimento revolucionario. Dicho sistema se mantuvo en excelentes condiciones hasta la desaparición de la URSS en 1.991.



                Congreso socialdemócrata de Bad Godesberg. República Federal Alemana, 1.959.

Aunque algunos estrategas norteamericanos fuesen partidarios de acabar con el aislamiento del régimen del general Franco, lo cierto es que el sistema político franquista era incompatible con la socialdemocracia, pues no tenía carácter democrático. Sin embargo, a medida que la política de bloques y la Guerra Fría se fueron endureciendo, se llegó a la conclusión de que aliviar dicho aislamiento era lo más inteligente. Por un lado, porque Franco no iba a estar eternamente en el poder y lo que ocurriese después era impredecible; por otro lado, porque el desarrollo económico y social iba haciendo olvidar las calamidades de la  Segunda Guerra Mundial a los ciudadanos británicos y franceses, e incluso a los alemanes; bien es sabido que el ser humano, como grupo, es de corta memoria.
De esta forma, se procedió a un tímido acercamiento al régimen español que comenzó en 1.950, año en el que el ejército de Corea del Norte invadió el territorio de Corea del Sur. Dos meses después del comienzo de la Guerra de Corea, Estados Unidos concedió un crédito de 62,5 millones de dólares a España. Casi simultáneamente, Estados Unidos abogó ante la ONU para que cesase el boicot diplomático al régimen de Franco. En abril de 1.952 comenzaron las negociaciones entre España y Estados Unidos para firmar un acuerdo económico y defensivo.
En noviembre de 1.952 Eisenhower ganó las elecciones y pasó a ocupar la presidencia de los Estados Unidos. Desde un principio fue un convencido partidario de integrar al régimen de Franco entre los aliados del bloque atlantista. De esta forma, en septiembre de 1.953 se firmaron en Madrid unos pactos entre España y Estados Unidos cuyo contenido era el siguiente:



  1. Estados Unidos suministraría armamento a España.
  2. Estados Unidos proporcionaría ayuda económica a España.
  3. Estados Unidos establecería bases militares en España.

Entre 1.953 y 1.963 España recibió una ayuda aproximada de 1.500 millones de dólares; pequeña cantidad si la comparamos con las cifras del Plan Marshall. No obstante, estas ayudas y el progresivo levantamiento del boicot político y comercial fueron suficientes para sacar al régimen de Franco de la situación crítica en que se encontraba a finales de los años cuarenta.
Los intentos del régimen por sobrevivir llevando a cabo una política económica autárquica habían fracasado, y ahora, con el apoyo de Estados Unidos y ciertos sectores de Europa, se podía proceder a una liberalización del sistema. Franco, habiéndose visto solo y rodeado de un ambiente hostil había acudido a granjearse la colaboración de las burguesías vasca y catalana, únicos grupos sociales que estaban en condiciones de mantener la producción industrial en un país aislado y desabastecido. Esta decisión, determinada por la necesidad imperante, tuvo como consecuencia perpetuar las diferencias territoriales dentro del Estado, haciéndose más profundo el surco que separaba a una España agraria y pobre de otra industrial y rica. Estos mismos sectores de las burguesías industriales no veían con buenos ojos que se procediese a una liberalización excesiva del mercado, pues entendían que ello iba en contra de sus privilegios.
El 21 de diciembre de 1.959 Eisenhower visitó España y se entrevistó con Franco. Este hecho es considerado por todos los analistas como el acontecimiento que marcó el fin del aislamiento del régimen del Caudillo. Pero esto es relativo. Es cierto que en Estados Unidos se habían impuesto definitivamente los partidarios de la política real, los que pensaban que lo único importante era el enfrentamiento con la expansión del comunismo. Desde 1.949, con el triunfo de Mao Zedong y la proclamación de la República Popular China, la situación internacional se había agravado, y la Guerra Fría era un hecho incontestable. El mundo entero se había convertido en un complicadísimo tablero en el cual solo se podía estar alineado en uno de los dos bandos, en uno de los dos bloques, el del mundo liberal capitalista y democrático, o en el mundo del socialismo y de la dictadura del proletariado.


                                                             Eisenhower y Franco en 1.959.


Esta definición de los dos bloques que acabamos de dar es una de otras tantas que se manejan según quien las haga. Por supuesto que los bloques no eran tan homogéneos como se ha pretendido; por ejemplo, China y la URSS desconfiaban mutuamente y acabaron enfrentadas en ciertos escenarios estratégicos; Francia nunca fue una colaboradora sincera con Estados Unidos, y siempre buscó sus intereses particulares, a veces enfrentados con la gran potencia hegemónica.
A menudo se ha exagerado la importancia estratégica de España en este gran tablero de ajedrez; pero, lo que sí es verdad es que dicha importancia fue en aumento desde 1.959 debido a la evolución de los acontecimientos internacionales. La descolonización fue uno de los asuntos de mayor importancia de aquella época. El gran capitalismo era partidario de que los territorios de las colonias se independizasen y se organizasen en nuevos Estados, pues de esta manera, a través de las oligarquías gobernantes era mucho más fácil controlar la economía y las riquezas de aquellas tierras. Además, la independencia suponía la creación de inmensos mercados, integrados por muchos millones de nuevos consumidores, que con cierto nivel adquisitivo, podían adquirir los productos elaborados en Estados Unidos y Europa. Por otra parte, para que estos Estados se desarrollasen era necesaria una enorme inversión en infraestructuras y equipamientos, cuyo coste se pagaría en materias primas. En resumidas cuentas, al gran capitalismo le interesaba más que estos territorios fuesen independientes porque así las perspectivas de ganancia aumentaban.





Claro que todo movimiento estratégico tiene su contrapartida; al soltar las riendas de las antiguas colonias se abrió una brecha para la propaganda soviética y aparecieron numerosas organizaciones armadas revolucionarias en África, Asia y Latinoamérica. De hecho, el tema de la descolonización y los nuevos Estados se convirtió en un enorme quebradero de cabeza para Estados Unidos y sus aliados. El conflicto que hizo más daño a los intereses del bloque occidental fue el de la Guerra de Vietnam, que duró casi 20 años.
Por el contrario, en Europa los logros del sistema de la socialdemocracia paralizaron el planteamiento estratégico de la URSS a finales de los años 50. Una numerosa clase media con una alta calidad de vida comenzaba a dominar el panorama político en Francia, Reino Unido, República Federal Alemana, Italia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia y Noruega; estas clases medias votaban estabilidad, a partidos declaradamente socialdemócratas o a partidos conservadores que asumían la mayor parte del programa de la socialdemocracia.
La estrategia soviética se planteó entonces dirigir sus objetivos hacia otros ámbitos diferentes de la clase obrera, pues el perfil de ésta se había diluido con las reformas sociales de la socialdemocracia. La propaganda y la expansión ideológica se dirigió entonces a los ámbitos educativo, cultural y artístico. Penetrar en las universidades fue uno de los grandes aciertos del aparato de propaganda y agitación de la URSS; en todas ellas se organizaron células de profesores simpatizantes o decididamente activos y grupos de estudiantes que seguían las instrucciones que se daban desde el PCUS. El mundo de la cultura ya estaba abonado desde la década de los años 30; los vínculos de muchos intelectuales con las ideas revolucionarias venían de muy lejos y eran muy consistentes. De especial importancia era tener periodistas a sueldo que hacían interpretaciones o emitían opiniones concordantes con las instrucciones del aparato de propaganda soviético. Con los artistas ocurría un tanto de los mismo, con la particularidad de que los mensajes que propagaban tenían un acceso más directo al subconsciente de las masas. Se trataba finalmente de crear una cultura revolucionaria que se sustentase en un esquema ideológico simple basado en unas cuantas consignas.
A finales de los años 60 esta cultura revolucionaria había arraigado entre la juventud de las clases medias de Europa y, en parte, de Estados Unidos.


                                                    Manifestación en mayo de 1.968 en Francia.


Era evidente que el régimen de Franco ofrecía unas garantías a los estrategas del bloque occidental que pocos podían ofrecer. En un tiempo en el que la Guerra Fría se encontraba en su punto álgido, un régimen que ofrecía control ideológico y político, y resignado a una dependencia total era algo que no se debía subestimar. Así se entendió en Estados Unidos, donde se dio a España el trato mejor posible, con el impedimento de que se trataba de relaciones con una dictadura que años antes había sido partidaria de Adolf Hitler. Pero, ¿qué más daba? También en otras partes del mundo se estaban instaurando otras dictaduras y regímenes autoritarios con los que se mantenían excelentes relaciones.
Con los Estados de Europa las cosas no iban igual; era cierto que el boicot se había relajado mucho, pero los gobernantes europeos tenían más escrúpulos y, además, no podían estar proclamando día y noche los principios de la socialdemocracia y tratar a una dictadura en términos de igualdad.
Lo cierto es que Franco hizo muchos movimientos de acercamiento al sistema de Europa Occidental. En principio, y como hemos dicho anteriormente, alejó a los elementos falangistas de los cargos de mayor responsabilidad; de hecho, la Falange quedó diluida en el Movimiento Nacional, conglomerado político sobre el que se sustentaba el régimen. Desde 1.950 la mayoría de los cargos del gobierno estuvieron en manos de hombres próximos a la Iglesia; es lo que se ha llamado de forma inapropiada nacionalcatolicismo. Y digo esto último porque la Iglesia acabó traicionando a Franco, apoyando a todos los grupos de oposición al régimen que se ponían a tiro, ya fuesen comunistas, liberales o nacionalistas independentistas.
Durante los años 60 el régimen franquista se fue aproximando como pudo al sistema de la socialdemocracia europea, creando su propio Estado del Bienestar con educación y sanidad universales y gratuitas y garantías sociales y económicas para los trabajadores. En lo que no podía aproximarse era en el aspecto político, pues eso significaría derribar el régimen, cosa que ocurrió en 1.978, pocos años después de muerto el dictador.
A finales de los años 60 la política económica y social en España convergía con la de las socialdemocracias europeas y el trato de éstas con el régimen español fue evolucionando hacia la igualdad por ambas partes. Diversos foros internacionales se abrieron para España y la economía mejoró como consecuencia del levantamiento del boicot.
En 1.975 murió Franco y Estados Unidos y sus aliados europeos buscaron una alternativa para hacer una transición pacífica desde el régimen de la dictadura hasta otro democrático y dentro del patrón de las socialdemocracias europeas. Dicha transición fue hecha por el Rey Juan Carlos I y un grupo de políticos que eran conscientes de la situación por la que pasaba el Estado; este proyecto político quedó consolidado con la aprobación de la Constitución de 1.978, vigente hasta la fecha.
El nuevo régimen debía sustentarse, según el modelo europeo, en dos grandes partidos, uno conservador y otro socialdemócrata, y poco a poco debía integrarse en todas las organizaciones políticas y económicas de Occidente en general y Europa en particular.
Durante los años 80 el régimen democrático español, apadrinado por los demás Estados europeos alcanzó altas cotas de estabilidad y mantuvo el desarrollo de las décadas anteriores. Pero, como nada permanece, sino que todo cambia, a finales de los años 80 la Unión Soviética dio síntomas de extrema debilidad y decadencia, provocadas por la corrupción institucional y la ineficacia generalizada. En 1.991 el Estado soviético se derrumbó y terminó oficialmente la Guerra Fría por desaparición de uno de sus beligerantes. Este hecho tuvo unas consecuencias trascendentales en Europa, no solo porque todos los Estados del área de influencia de la URSS quedaron a su libre arbitrio; entre ellos la República Democrática Alemana, que ya en 1.989 se emancipó de la moribunda URSS y acabó uniéndose a la República Federal Alemana, sino porque también supuso el fin de la justificación política del sistema de la socialdemocracia; sin enemigo al que enfrentarse ya no eran necesarios los instrumentos que se habían utilizado en la defensa.
Ya en 1.991, al finalizar la Primera Guerra del Golfo, el presidente de los Estados Unidos George H. W. Bush proclamó el establecimiento de un Nuevo Orden Mundial, anticipando que los cambios que se avecinaban afectarían a la humanidad en los aspectos político, social y económico.
 Aquella década de los años 90 fue la de la hegemonía absoluta de los Estados Unidos y, aparentemente, una época de paz. Pero de manera silenciosa se iban preparando los reajustes que llevarían al mundo a una nueva etapa de la Historia. En Europa se procedió a dar los primeros pasos hacia un Estado federal al firmarse el Tratado de Maastricht en 1.993. España fue uno de los Estados firmantes; tan solo dos años después de la desaparición de la Unión Soviética se pisaba el acelerador de la unidad política del continente europeo. Este movimiento de los políticos de Europa fue visto desde Estados Unidos como una toma de posiciones que no encajaba enteramente con los intereses norteamericanos, pero entendieron que se trataba de un gesto de supervivencia de la burocracia europea tras la desaparición de la URSS; más tarde en Washington quedarían sorprendidos cuando descubrieron que este nuevo ente político, este gigante de muchas cabezas, iba a ser acaudillado por Alemania, resucitada finalmente tras el desastre de 1.945.

Aparentemente, hemos dicho, aquella fue una época de paz, solo alterada por el ambiente cada vez más conflictivo de Próximo Oriente. Lo que nadie esperaba es que el 11 de Septiembre de 2.001 se produjesen los atentados del World Trade Center en Nueva York. Quedaba inaugurado el Siglo XXI.

jueves, 24 de marzo de 2016

ALFONSO VI. EL REY QUE FINANCIÓ UN PEDAZO DE CIELO EN LA TIERRA

En el año 910  Guillermo, duque de Aquitania, donó a unos monjes benedictinos la villa de Cluny , además de los extensos campos que la rodeaban. Aquellos monjes formaban un grupo reducido, pero su ánimo no era pequeño; más bien se trataba de una reunión de espíritus emprendedores, pues su intención era fundar un nuevo monasterio. Pero no un monasterio cualquiera, sino el más perfecto, aquel que limase hasta hacer desaparecer todos los defectos que aquejaban a la orden benedictina, al monacato y al fin, a la Iglesia.
Guillermo de Aquitania mostró buena disposición para colaborar en este proyecto desde el principio, de manera que cuando hizo la donación dejó por escrito que las tierras pertenecientes al futuro monasterio de Cluny no estarían sometidas a la jurisdicción y señorío de nadie. Con esto el monasterio de Cluny quedaba totalmente libre de la tutela de los señores feudales de los alrededores.En la misma línea la Carta de fundación de la abadía establece la libre elección del abad por parte de los monjes.
Todos estos escrúpulos eran consecuencia del deseo de aquellos monjes de alcanzar la perfección, la santidad en este mundo. Tenían pues, un objetivo ambicioso, y todas las medidas puestas en práctica para alcanzarlo les parecían pocas. Por esa  razón en la abadía de Cluny nunca cesaban los cantos en alabanza del Señor, cual si se tratase de los coros de ángeles que, sin interrupción, rodean al Altísimo y hacen vibrar la bóveda del cielo. Entrar en Cluny era como estar entre los ángeles.
Así lo entendieron la nobleza y el clero de aquella época, y también así lo acabó entendiendo el obispo de Roma, Cluny era el lugar más cercano al cielo que había en la Tierra; era un pedazo de cielo en la Tierra.
La fama del monasterio se extendió por doquier a gran velocidad y otras congregaciones de monjes se le unieron, pasando a convertirse en réplicas del original, adoptando en todos los detalles la regla de la abadía matriz.
No menor fue la admiración que despertó Cluny entre la gente común y los más pobres, pues los monjes a diario repartían pan a los necesitados en la puerta del monasterio, tras lo cual se arrodillaban ante todos los que recibían la limosna.
Pero sin duda, lo que otorgó a Cluny mayor poder sobre las conciencias de aquella época fue su independencia con respecto a los poderosos, ya que en la carta del duque Guillermo se había declarado a la abadía “libre del dominio de cualquier rey, obispo, conde o pariente de su fundador”.

Cluny en Europa.

La muestra más evidente del enorme éxito de la abadía es que su primera ampliación se hizo no demasiados años después de la fundación; los trabajos se iniciaron en 948 y la iglesia fue consagrada en 981.
Durante el siglo XI el prestigio de Cluny creció sin cesar y las donaciones de tierras, oro y plata lo hicieron en la misma proporción. El poder y la influencia de los abades aumentaba de forma imparable y numerosos miembros de las familias más ilustres de la cristiandad solicitaban su ingreso en la orden. La cima de este poder se alcanzó cuando los abades de Cluny sellaron una alianza con el papado y ambas instituciones comenzaron a difuminar la frontera que las separaba. A finales de este siglo Cluny tenía más de 1000 filiales distribuidas por todo el continente europeo.
Este crecimiento sin precedentes hizo necesarias otra serie de ampliaciones de la abadía que comenzaron en 1088 por iniciativa del abad Hugo, que a la sazón contaba con los recursos de las donaciones de varios reyes y nobles de aquellos tiempos.
Sin embargo, todas las donaciones eran pocas para un proyecto como el que había concebido Hugo, pues en él se incluía la construcción de una nueva iglesia abacial que tuviese unas proporciones muy superiores a todas las existentes hasta el momento, que fuese considerada la maior ecclesia (iglesia principal) de la cristiandad; dicho de otro modo, Hugo quería que la abadía de Cluny, en los campos de Borgoña, fuese el centro de la cristiandad, sin menoscabo de que en Roma residiese el papa, sucesor de San Pedro, vicario de Cristo.
La gran iglesia tendría un tamaño descomunal para aquella época y no se escatimaría en materiales, técnicos y mano de obra. Con planta de cruz latina y doble crucero, sus dimensiones eran de 187 m de longitud y una altura de 32 m en el crucero mayor; además poseía quince capillas radiales y cuatro campanarios mayores.








La maior ecclesia de Cluny.

              
    No cabe duda de que el abad Hugo necesitaba grandes cantidades de dinero para financiar tal proyecto arquitectónico, y no le faltaban colaboradores entre los hombres más poderosos y ricos de Europa. No obstante, el impulso económico definitivo fue posible por la voluntad de un rey hispano, un hombre que en principio había cosechado mala reputación por haberse visto involucrado en la muerte de su hermano mayor y por mostrar una actitud implacable con su desafortunado hermano menor. Este rey era Alfonso VI de León y Castilla.  

Alfonso VI de León y Castilla.



Esta mala reputación y su condición de rey periférico de la cristiandad ya habían sido remediadas en lo posible con el abandono de las primitivas formas visigóticas y la adopción del ritual romano en todos sus reinos. Aquellas medidas tomadas en 1080 agradaron sumamente al papa Gregorio y abrieron el camino a la diplomacia del rey que se hacía llamar “Emperador de Hispania”.
Si el abad Hugo tenía grandes proyectos, Alfonso tampoco le iba a la zaga. El título de emperador era una cosa muy seria en aquellos tiempos, pues hacía referencia inequívoca a la grandeza de Roma, y a la de la nueva Roma, es decir, Constantinopla. Arrogarse el poder imperial era reclamar el poder absoluto en una época en la que la autoridad real estaba muy disminuida. Además, el título de emperador era equivalente a protector y guía de toda la cristiandad.
Pero desde los tiempos de Constantino no había emperador que no hubiese tenido que contar con la Iglesia; y desde los tiempos de Carlomagno todos los emperadores habían sido coronados por el papa en Roma.
Para Alfonso, mantener buenas relaciones con la Iglesia de Roma era algo prioritario, pues sus ambiciones políticas no podían materializarse sin el apoyo del papa y de su más estrecho colaborador, el abad de Cluny.
Cierto era que cualquiera que se asomase a sus reinos vería algo muy distinto al Imperio Romano; huraños pastores, toscos campesinos y violentos guerreros que se refugiaban tras los muros erizados de almenas de los castillos, así era la mayoría de la gente que habitaba aquellas tierras. Aún así, tenía razones para sentirse un gran rey, pues tenía sometidos a todos los reinos musulmanes de la Península Ibérica, que en total suponían casi dos tercios del territorio, eran ricos y estaban repletos de poetas, músicos y artesanos de todos los oficios. No ocurría lo mismo con los navarros, aragoneses y catalanes, con los cuales mantuvo alianzas y desacuerdos alternativamente.
Por todas estas razones, y decidido a entrar de lleno en la órbita diplomática europea, comenzó a establecer vínculos a todos los niveles con Borgoña, casándose sucesivamente con tres princesas francesas, y a su vez, casando a sus dos hijas consendos nobles borgoñones.
Su afán era hacer política al otro lado de los Pirineos con la intención de buscar en aquellas tierras aliados y vasallos, y sobre todo, para que se reconociera que él era el rey más rico y poderoso de la cristiandad. Para conseguir esto encontró un medio eficaz e inequívoco, que fue implicarse en el proyecto religioso y arquitectónico más importante del occidente cristiano hasta aquel momento, es decir, financiar la construcción de la maior ecclesia de Cluny.
Y es que Alfonso VI era verdaderamente rico, probablemente el hombre más rico de la cristiandad, y por esa razón podía permitirse aportar grandes cantidades de recursos económicos para la construcción de aquel pedazo de cielo encajado en este mundo terrenal que era la gran iglesia de la orden monástica más poderosa de todos los tiempos. En total la cifra que el rey puso sobre el tapete ante el boquiabierto abad Hugo fue de 10.000 talentos de oro, una cantidad desmesurada.
Pero ¿de dónde sacaba Alfonso VI tal cantidad de dinero?¿no era un rey de campesinos y soldados sin más patrimonio que sus ovejas y su cosecha? ¿de dónde procedía tal cantidad  de oro?
En efecto Alfonso VI era rico en oro, que obtenía de una fuente que parecía ser inagotable. Esta fuente eran los pequeños reinos musulmanes de la Península Ibérica, los denominados reinos de taifas. Ricos desde su origen, la descomposición del Califato de Córdoba; ricos por sus industrias de seda, algodón, orfebrería, cerámica, cueros y metales; ricos por su agricultura, intensiva y muy productiva, ricos por sus finanzas, muy activas.
A estos reinos los extorsionaba continuamente Alfonso cobrándoles unos tributos anuales denominados parias. A cambio del pago del tributo Alfonso les proporcionaba seguridad; los enemigos no osarían devastar sus campos, y lo más importante, Alfonso no robaría sus cosechas y su ganado, no cautivaría a sus gentes, no incendiaría sus ciudades, no se llevaría su oro.
Las taifas de Toledo, Badajoz, Sevilla y otras pagaban a Alfonso estos tributos con tal de no ver sus campos arrasados y sus ciudades incendiadas, con tal de tener algo de seguridad, de no temer por las vidas de sus habitantes.


                                 Taifas a mediados del Siglo XI.

Para demostrar quién tenía el verdadero mando en 1082 el rey Alfonso encabezó una expedición que llegó hasta el extremo sur de la Península y entró en el mar con su caballo, acto simbólico con el cual afirmaba su soberanía sobre toda Hispania.
En aquellos años Alfonso VI ya había acumulado una gran cantidad de riquezas y continuaba extorsionando con ahínco a los débiles reinos de taifas. Tal era su afán recaudatorio que llegó a ocupar algunas fortalezas del sur de la Península y puso oficiales y guarniciones en ellas, todo ello para asegurar que los tributos llegasen regularmente a sus arcas.
Los reinos de taifas soportaban de mala gana el pago de estos tributos, sobre todo los artesanos, comerciantes y medianos propietarios agrícolas, sobre los que pesaba de manera más abrumadora la presión de las parias. Así fue creándose poco a poco un ambiente enrarecido, favorable a la formación de un partido antileonés en todas las ciudades musulmanas de la Península.
Los habitantes de Al-Andalus conocían bien este sistema de las parias porque habían sido sus antepasados los que lo habían inventado. En otros tiempos eran los califas cordobeses los que sangraban a los cristianos de los reinos del norte y a los propios cristianos que malvivían en las ciudades y campos de Al-Andalus. Ahora simplemente las tornas habían cambiado y los antaño expoliados se habían convertido en expoliadores.
El primer rey cristiano que impuso el cobro de las parias a las gentes de Al-Andalus fue Fernando I de León, padre de Alfonso VI. Sometió los reinos de Toledo, Sevilla, Zaragoza y Badajoz y les obligó a pagar el tributo. Alfonso no hizo otra cosa que imitar a su padre en este asunto y procuró mantener amedrentados a los reyes de las taifas con objeto de que pagasen sin retraso cuando se presentaba el oficial recaudador en sus alcázares. No obstante, Alfonso comenzó desde muy pronto a exigir más de lo que lo había hecho su padre, con lo cual el ambiente fue caldeándose y la gente de las taifas se convencieron de que la situación era insostenible.
En 1084 el partido antileonés de la ciudad de Toledo se sublevó contra el rey Al-Qádir, quien aterrado pidió ayuda a Alfonso para aplastar la revuelta y el rey leonés puso sitio a la ciudad. El 25 de mayo de 1085 Toledo se rindió y Alfonso VI considerando los antecedentes de la situación decidió anexionarse la ciudad. Para compensar a Al-Qádir le hizo rey de la taifa de Valencia.
En toda la cristiandad repicaron las campanas por la conquista de Toledo, antigua capital del reino visigodo y símbolo del sometimiento de la Península Ibérica al poder musulmán. En Cluny la noticia fue recibida con gran alegría, pues en aquel año las relaciones de Alfonso con Borgoña ya eran estrechas y el rey leonés comenzó a enviar ricas donaciones a la abadía. En 1085 el rey de León creía que había actuado correctamente en la crisis toledana. Era cierto que había tenido que forzar la situación y asediar una de las ciudades más grandes de la Península Ibérica, pero a cambio había logrado grandísima gloria al conquistar aquel símbolo de la realeza hispana que era Toledo. Además estaba convencido de que los toledanos, ya fuesen musulmanes, judíos o cristianos no iban a permitir que Al-Qádir volviera al trono del reino, y que una parte importante de la población estaba a favor de la anexión.
Sin embargo hubo alguien que no vio así las cosas. Este fue Al-mutamid, rey de la taifa de Sevilla, el más poderoso de los monarcas musulmanes de aquel tiempo. Al-Mutamid, que pagaba las parias de mala gana, interpretó la conducta de Alfonso VI como un cambio de estrategia; pensó que el rey de León había decidido conquistar Córdoba, capital del antiguo califato, en consonancia con sus deseos de declararse señor indiscutible de Hispania. La consecuencia lógica de esto es que a la postre Sevilla también sería conquistada y Al-Mutamid perdería su reino.

Reino de Sevilla durante la época de Al-Mutamid.

Que Alfonso tuviera previsto conquistar Córdoba era bastante probable, pero que tuviese intención de hacer lo mismo con Sevilla ya no lo era tanto. En principio porque le interesaba más cobrar las parias que un reino tan rico le pagaba desde hacía mucho tiempo, pero también porque carecía de recursos humanos para mantener en su poder un reino tan extenso y poblado en el que habitaban pocos cristianos en relación al número de ellos que residían en la ciudad de Toledo. Mantener sometida a una población tan numerosa y mayoritaria de musulmanes parecía difícil en unos tiempos en los que los estados tenían escasos instrumentos de control. Más bien lo que Alfonso contemplaba era debilitar al reino de Al-Mutamid troceándolo, ya que en los últimos años había experimentado una gran expansión a costa de otras pequeñas taifas.
En 1086 Al-Mutamid creía que había llegado el momento de dejar de pagar las parias y devolver a los cristianos al otro lado del Sistema Central, pero como sabía que la empresa no era fácil hizo una solicitud formal para que los almorávides entraran en la  Península Ibérica, y estos aceptaron la invitación.
Los almorávides, nombre que significa “unidos para la guerra santa” eran una secta islámica que tenía su origen entre las tribus de tuaregs del Sahara occidental; allí el faqih Ibn Yasin había predicado una versión simple, ascética y militante del Islam y en unas décadas los almorávides habían creado un estado teocrático que abarcaba todo el Sahara occidental, el norte de Senegal, oeste de Argelia y Marruecos. 


             Imperio Almorávide

Ese mismo año de 1086 el emir Yusuf Ibn Tasufin cruzó el estrecho de Gibraltar y desembarcó en Algeciras acompañado del temible ejército almorávide. Poco después se reunieron con las tropas de los reinos de taifas y se dirigieron a Extremadura, donde el día 23 de octubre de 1086 derrotaron en la batalla de Sagrajas al ejército de Alfonso VI.
La batalla fue durísima y ambos bandos sufrieron numerosas bajas. Al-Mutamid y sus guerreros andalusíes aguantaron con valentía la arrolladora carga de la caballería pesada de Alfonso, cuando al principio del encuentro la suerte parecía favorecer a los cristianos, pero después Ibn Tasufin con la infantería almorávide flanqueó a las tropas leonesas y estos, viendo en peligro su retaguardia comenzaron a retirarse. Alfonso VI y sus aliados de Aragón corrieron a refugiarse en Toledo mientras los musulmanes reconquistaban las plazas de los alrededores que hacía poco habían sido ocupadas por el rey de León. Sin embargo Toledo quedó en manos de Alfonso, pues era una ciudad grande y allí se hizo fuerte. Se aproximaba el invierno y las maniobras militares cesaron, Yusuf Ibn Tasufin pensó que había terminado con su tarea al poner en fuga a los cristianos y recibió la triste noticia de la muerte de su hijo y heredero en África, por lo cual regresó por donde había venido.
Las consecuencias de la batalla de Sagrajas fueron desastrosas para Alfonso porque perdió el cobro de las parias y dejó de ostentar la hegemonía en la Península Ibérica; pero la suerte no le dio totalmente la espalda, pues conservó la importantísima ciudad de Toledo y poco después, en 1087, fue elegido papa el prior de Cluny, Odón de Chatillón, que tomó el nombre de Urbano II. Este nombramiento significó un impulso para la política europea de Alfonso VI. Había sufrido un fuerte golpe en Sagrajas pero los almorávides habían regresado a África y ahora, además de mantener excelentes relaciones con Hugo, abad de Cluny, el papa pertenecía también a esa misma orden monástica.
Le faltó tiempo a Urbano II para predicar una cruzada contra los musulmanes de Hispania, y por extensión contra los almorávides. A la llamada acuden muchos caballeros francos, entre ellos destacados nobles de Borgoña como Raimundo de Borgoña y Enrique de Borgoña que contraerán matrimonio con dos hijas de Alfonso, Urraca y Teresa. 
En este momento es cuando Alfonso VI decide verdaderamente cambiar de estrategia orientando la cruzada hacia la zona del levante. Repuesto de la derrota de Sagrajas, y con el apoyo papal, toma el castillo de Aledo, en Murcia, desde donde acosa a las Taifas andalusíes con renovado empeño. 
Al-Mutamid y los otros reyes de taifas sintieron miedo con estas novedades, pues sabían bien que Alfonso buscaba ahora la venganza y no pararía hasta destronarlos. Por esa razón el rey de Sevilla llamó de nuevo a Yufuf Ibn Tasufin para que le acompañase en una campaña contra los cristianos. Tasufín ya había empezado a hacerse un concepto muy negativo de los reyes de Al-Andalus, los consideraba poco piadosos y nada cumplidores con los preceptos del Islam; aún así acudió.
En 1088 Ibn Tasufin cruzó de nuevo el estrecho con su ejército de almorávides y en unión de los reyes de taifas se dirigió a la fortaleza de Aledo, bastión fronterizo de Alfonso desde donde amenazaba a los andalusíes. El asedio del castillo de Aledo fue largo y frustrante para los ejércitos musulmanes porque los cristianos no se rendían y combatían ala desesperada. De Murcia vinieron técnicos en poliorcética que construyeron máquinas e ingenios de asalto, pero todo fue inútil, los asediados resistían y la moral de los musulmanes decaía rápidamente dando lugar a disputas entre ellos. Lo que más daño hizo al bando asaltante fue la deserción de los reyes andalusíes que veían como se prolongaba la campaña sin resultados, mientras ellos estaban ausentes de sus dominios. En esas circunstancias Alfonso VI se presentó ante el castillo con un poderoso ejército y los almorávides viéndolo todo perdido se retiraron.
En 1089 daba la impresión de que Alfonso VI se iba a recuperar totalmente de los reveses sufridos y que en breve acabaría con la insolencia de Al-Mutamid. Tampoco le iba mal al otro lado de los Pirineos, sus relaciones con Borgoña eran inmejorables, muchos caballeros de aquellas tierras se habían desplazado a la Península Ibérica y le habían jurado fidelidad, el abad de Cluny y el papa le habían puesto como ejemplo de rey cristiano y animaban a cuantos quisieran hacer méritos ante Dios para que se uniesen a la cruzada del rey leonés.
En Europa se estaban produciendo cambios importantes y todos eran conscientes de ello; después de un período difícil y violento el nuevo papa Urbano II aparecía claramente como el líder indiscutible de toda la cristiandad y la orden de Cluny era el símbolo del enorme poder y riqueza que había acumulado la Iglesia. El poder religioso parecía estar imponiéndose sobre el poder terrenal, los reyes se inclinaban ante el papa y buscaban la simpatía de Hugo, abad de Cluny, uno de los hombres más influyentes de su tiempo.
No solo Alfonso estaba pendiente de los asuntos de Borgoña y en especial de Cluny, sino que la cuestión hispana interesaba también a los monjes de la lejana abadía, pues en 1086, uno de sus hermanos, Bernardo, había sido nombrado arzobispo de la recien conquistada ciudad de Toledo. Así estaban las cosas cuando el rey de León decidió hacer una donación extraordinaria como contribución a la mayor ecclesia de Cluny. Se trataba de algo nunca visto en aquellos tiempos y era un alarde de riqueza y liberalidad increíbles. La suma que Alfonso VI quería aportar al proyecto arquitectónico era de 10.000 talentos de oro, una cantidad tan desmesurada que en 1090 el propio abad Hugo viajó hasta Burgos para negociar la entrega.  El rey de León iba a contribuir a la construcción del lugar más santo de la Tierra, un trozo del reino de los cielos en este mundo.
Sin embargo ese mismo año de 1090 las cosas se torcieron de forma irremediable cuando Yusuf Ibn Tasufin desembarcó por tercera vez en la Península Ibérica dispuesto a destituir a todos los reyes de taifas y anexionarse todo el territorio de Al-Andalus. El emir almorávide pensaba que las taifas eran incapaces de defenderse a sí mismas, debido a su corrupción, su abandono de la recta religión y su falta de ánimo combativo. Creía que la pérdida de los territorios de Al-Andalus en manos de los cristianos era cuestión de poco tiempo y que su deber como buen musulmán era preservarlos en la verdadera fe.
Al-Mutamid fue destronado y enviado al exilio y los almorávides se hicieron dueños de todas las taifas. Con ello la suerte da un cambio definitivo para Alfonso VI ya que se verá obligado a permanecer a la defensiva durante el resto de su reinado y sufrirá varias derrotas en múltiples enfrentamientos con los africanos; la más dolorosa, la de Uclés, en el año 1108, durísima batalla en la que murió Sancho Alfonsez, hijo de Alfonso VI y heredero de las coronas de León y Castilla. A principios del verano del año siguiente moría el rey Alfonso, cansado de guerrear, con el reino amenazado por un enemigo implacable y sin un descendiente masculino al que entregar la corona. 
Aún así, el balance de su reinado no fue totalmente negativo. Es cierto que los almorávides sometieron a los reinos cristianos de la Península Ibérica a una época de violencia y lucha frenética que no se recordaba desde los tiempos de Al-Mansur, pero a cambio la Reconquista se orientó hacia levante, donde en el siglo venidero se pondrían las bases para la definitiva conquista del valle del Guadalquivir; por otra parte, Al-Andalus entraría con la invasión africana en una fase de inevitable decadencia cultural marcada por la imposición del fanatismo religioso. Además, la política europea de Alfonso VI no cayó en saco roto, sino que supuso la introducción de las tierras hispánicas en el escenario central de la cristiandad, del que habían estado aisladas, como zona periférica, durante  más de tres siglos. En 1095 el obispo de Compostela viajó hasta Cluny para consagrar la capilla dedicada a Santiago, con lo cual se establecía un vínculo entre el santuario del patrón de España y el mayor templo del mundo cristiano.

martes, 23 de junio de 2015

HISTORIA DE UN GRAN FRACASO.

El 28 de julio de 2014 se cumplieron 100 años del comienzo de la Primera Guerra Mundial; solo unos cuantos libros, algunas películas y un puñado de artículos recordaron el acontecimiento; también algunas ceremonias tuvieron lugar y alguna que otra cuidada declaración de algún prohombre que pasaba por allí; nada más.
Ha pasado un año desde este centenario y, como es evidente, no ha habido reflexión de importancia sobre aquel acontecimiento que cambió la Historia del mundo de forma dramática.

                   París despide a la caballería, 1914.

En estos dos últimos años he escrito varios artículos sobre aquella guerra y las consecuencias que tuvo para el mundo y Europa:
https://sites.google.com/site/temasdelahistoria/siglo-xx
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2014/06/aquellos-soldados-valientes.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2013/12/europa-sin-historia.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2013/12/el-miedo-de-europa.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2013/12/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-i.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2013/12/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-ii.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2014/01/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-iii.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2014/01/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-iv.html
http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2014/05/hacia-donde-nos-lleva-la-ue-v.html

En estos artículos trato muchos temas, pero el hilo conductor de todos ellos es que el mes de julio de 1914 supuso uno de los fracasos políticos y diplomáticos más grandes de la Historia, y que tuvo como consecuencia un período de desastres y convulsiones sociales y políticas que llegaron hasta 1945; acontecimientos que cambiaron la Historia y modelaron profundamente la Europa actual.
En efecto, julio de 1914 fue un terrible fracaso; de la misma manera que podemos decir que la sociedad europea actual es una sociedad fracasada. Por favor, no se muevan de sus asientos, no se dejen llevar por sus pasiones y sigan leyendo.
Los que provocaron el enfrentamiento bélico de 1914 son identificables por sus nombres. Aquella guerra no fue inevitable como se ha dicho; fue provocada por la ineptitud, la soberbia y la ambición de las clases dirigentes europeas de aquel tiempo; me refiero a aristócratas, políticos y hombres de negocios. Enviaron al frente a millones de hombres inocentes, manipulados, ingenuos e indefensos. No tuvieron escrúpulos al hacerlos avanzar hacia el enemigo bajo el fuego de las ametralladoras. Trataron con tanto desprecio a los soldados que no les permitieron siquiera convertirse en héroes; aquella fue una guerra sin héroes, se moría entre el fango y las alambradas a la semana de llegar al frente. Fue una guerra estúpida y sin sentido; perdonen ustedes que sea yo ahora quien da rienda suelta a las pasiones; pero, señores, es que no hay derecho.


La torpeza y la ambición de aquellos dirigentes provocaron este desastre. Podemos buscar diversas causas de carácter diplomático, económico, nacional, colonial; pero todas ellas dependen de las decisiones que tomaron un grupo de personas muy concreto, decisiones basadas estrictamente en los intereses personales o corporativos.
Y la consecuencia de la gran matanza fue la revolución. Pero la mayoría fue leal, las masas no se unieron a la revolución hasta que los abusos fueron inmensos; ¡cuánta fidelidad desperdiciada! Si hay una diferencia clara entre un europeo de 1914 y otro actual, es que aquel creía en el Estado y en quien lo dirigía; el europeo de hoy no cree en nada, solo en aquello que le hace sentirse bien consigo mismo.
La cadena de equivocaciones no se cortó aquí, sino que continuó durante décadas, como si la realidad quisiera desmentir a los ideólogos del Siglo XIX, cuando decían que Europa era la dueña del mundo por propio derecho. La revolución comenzó en el tramo más carcomido de la viga, es decir, en Rusia. Tras ser derrotados por los alemanes, los rusos comenzaron a buscar una alternativa que los salvase del desastre total; antes de que acabase la guerra, en febrero de 1917, estalló la revolución en toda Rusia y el zar Nicolas II tuvo que abdicar. Un gobierno provisional, respaldado por el parlamento, se hizo cargo de la situación, que corría velozmente hacia el caos. La situación fue aprovechada inteligentemente por Lenin y los socialistas radicales, que en octubre de aquel año, tras un golpe rápido y poco violento, se hicieron con el poder. Había nacido el primer Estado socialista, que al tener por espina dorsal a las asambleas de trabajadores (soviets), vino a llamarse socialismo comunista.
Sin embargo, el nuevo régimen ruso padecía una debilidad extrema, no solo porque una mayoría de la población le fuera hostil, sino porque aún se hallaba en guerra con Alemania. Así, Lenin se apresuró a firmar con los alemanes el tratado de paz de Brest-Litovsk en marzo de 1918, por el cual la nueva Unión Soviética perdía importantes territorios en el Oeste, que serían anexionados por Alemania y Turquía; además, Letonia, Estonia, Finlandia y Ucrania serían independientes.
Como recompensa a estas pérdidas, los comunistas esperaban que la revolución se propagase rápidamente por Centroeuropa, sobre todo por Alemania; pero estos cálculos no les salieron enteramente bien.

                   Reunión de la cúpula bolchevique con Lenin a la derecha.

Pocos meses después, en noviembre de 1918, se acordó un armisticio entre los Estados que aún continuaban combatiendo; de esta forma, las armas permanecieron quietas en el frente. El Imperio Alemán estaba absolutamente agotado y los vencedores, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, presentaron en enero de 1919 las condiciones de paz como única alternativa. Dichas condiciones eran durísimas para Alemania; suponían una pérdida importante de territorios, la entrega de la mayor parte del material militar y de toda la flota de guerra, la reducción drástica del ejército, la prohibición de fabricar armas, la supresión del servicio militar obligatorio, la entrega de toda la flota mercante alemana de gran tonelaje, la entrega anual de una flota con capacidad para transportar 200.000 toneladas como compensación por los daños causados, la entrega anual de 44 millones de toneladas de carbón, la mitad de la producción química y farmacéutica  durante cinco años, la expropiación de la propiedad alemana en los territorios perdidos y las colonias y el pago de 132.000 millones de marcos.

                De izquierda a derecha los mandatarios firmantes de las potencias vencedoras: Lloyd George, primer ministro de Gran Bretaña; Vittorio Orlando, presidente de Italia; Georges Clemenceau, presidente de Francia; y Woodrow Wilson, presidente de los EEUU.

Cualquiera puede darse cuenta de que las exigencias eran tan sumamente elevadas que era imposible satisfacerlas sin llevar a Alemania a la más absoluta ruina. Muchas voces entre los vencedores alertaron de ello y de los conflictos que podía generar. Sin embargo, parece evidente que la imposición de tales exigencias tenía un objetivo claro, que no era sino aniquilar el Estado alemán y mantener a toda Centroeuropa en el subdesarrollo y la dependencia económica.
Pero, ¿qué impulsó a Francia y Gran Bretaña a hacer esto? Es cierto que la brutalidad de la Primera Guerra Mundial fue terrible y que el deseo de revancha era muy fuerte, sobre todo en Francia, donde los sacrificios habían sido enormes. El gobierno francés tenía que demostrar a los franceses que tanto sufrimiento tenía una justificación; esa justificación era la aniquilación del enemigo, es decir, de Alemania, que había estado a punto de acabar con Francia en aquella guerra brutal.

                   Soldados franceses equipados para el frente.

¿Y Gran Bretaña?¿que razones tenía para buscar la desaparición del Estado alemán?, ¿no iba esto en contra de la política que había hecho en Europa en los dos últimos siglos y que consistía en mantener un equilibrio entre las potencias continentales, impidiendo que ninguna de ellas alcanzase la hegemonía militar? La destrucción del Estado alemán suponía la ruptura total de aquel equilibrio, ya que permitía a Francia adueñarse de toda Centroeuropa e imponer sus decisiones. Teniendo esto en cuenta, las razones de Gran Bretaña tenían que ver con el miedo a Alemania; es decir, los británicos pensaban que con Alemania era imposible mantener el equilibrio de fuerzas, que aquella política había terminado para siempre y comenzaba otra nueva en la que Europa pasaba a un segundo plano y el mundo quedaba repartido entre las dos grandes potencias coloniales, Francia y Gran Bretaña.
Los cálculos de los vencedores estaban absolutamente errados, sobre todo en relación a la nueva Unión Soviética. Los redactores del Tratado de Versalles creían que la Unión Soviética sería un Estado de cortísima vida, débil siempre e incapaz de exportar la revolución fuera de sus fronteras; sobre todo cuando, tras el motín de Kiel y la revolución socialista de noviembre de 1918 en Alemania, las revueltas fueron sofocadas con gran dureza. De esta manera, en febrero de 1919 la revolución socialista había fracasado en Alemania, pocos meses antes de que se firmara el Tratado de Versalles (28 de junio de 1919).
 
                 Combates en Berlín entre los soldados del gobierno y los revolucionarios.

En el verano de 1919 Francia y Gran Bretaña creían tener la situación controlada y sus objetivos alcanzados: El Imperio Alemán desaparecido, la República Alemana postrada, Centroeuropa descompuesta y arrodillada, y la Unión Soviética debatiéndose en sus querellas y purgas internas.
Versalles fue una nefasta solución a la Primera Guerra Mundial; una década después, en Alemania subía Hitler al poder y la Unión Soviética se convertía en una gran potencia militar con objetivos expansionistas. Dos revoluciones paralelas se impusieron en Europa, la socialista y la nacionalsocialista; el resultado fue la Segunda Guerra Mundial, al final de la cual, el continente quedó devastado y la civilización europea hundida en el fracaso más absoluto.
                        Berlín 1945.

Cuando el 17 de julio de 1945 se reunieron en Potsdam, cerca de Berlín, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, eran conscientes de que Versalles había sido una grave equivocación; al menos Winston Churchill lo había comprendido desde hacía tiempo, calificando como suicida la política británica de entreguerras.
Potsdam fue un acuerdo muy diferente a Versalles; en principio, porque los Estados que participaron fueron otros; Francia estuvo ausente porque no fue realmente uno de los vencedores. Por otra parte, Gran Bretaña, quedó, a pesar de Curchill en un segundo plano con respecto a Estados Unidos y la Unión Soviética. Estas dos últimas potencias fueron las auténticas vencedoras de la guerra y las que se aprovecharon de los resultados de la misma; en Potsdam el mundo quedó dividido en dos bloques, cada uno de los cuales actuaban según los intereses de Estados Unidos y la Unión Soviética respectivamente; Europa quedó vencida y dividida; solo Gran Bretaña mantuvo cierto estatus como aliado preferente de Estados Unidos.

             Churchill, Truman y Stalin en Potsdam.

Como he explicado en otros artículos, la estrategia de Estados Unidos para evitar que la propaganda soviética echase raíces en la devastada Europa Occidental fue promover un sistema político basado en la socialdemocracia; es decir, un sistema de economía de mercado, pero con unas garantías de bienestar social como jamás habían existido en la Historia. Este sistema estaba alimentado artificialmente desde el principio; como muestra de ello veamos la inyección de capital que recibió Europa gracias al Plan Marshall:
Alemania Occidental (1.448 millones de dólares).
Francia (2.296 millones de dólares).
Reino Unido (3.297 millones de dólares).
Italia (1.204 millones de dólares).
Países Bajos (1.128 millones de dólares).
Bélgica y Luxemburgo (777 millones de dólares).
Dinamarca (385 millones de dólares).
Grecia (366 millones de dólares).
Suecia (347 millones de dólares).
Noruega (372 millones de dólares).
Suiza (250 millones de dólares).
Para ofrecer un frente compacto ante el bloque soviético se firmó en 1.951 el Tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y más tarde, en 1.957, el Tratado de Roma. Con estos pactos los Estados de Europa Occidental creaban una zona de libre comercio, que tendría la virtud de vincular los intereses de todos ellos y promover la colaboración en lugar de la rivalidad y la competencia.
Esta fórmula estratégica dio buen resultado, en principio porque los Estados de Europa Occidental se recuperaron económicamente con gran rapidez y las luchas sociales quedaron muy atenuadas; gobiernos, empresarios y sindicatos se comprometieron a no hacerse mucho daño entre ellos; hasta tal punto que las organizaciones sindicales se convirtieron en unos órganos más del Estado.
Aún así, lo que se denominó Guerra Fría, no fue fácil en absoluto; sobre todo cuando la propaganda soviética penetró en las universidades y los ambientes estudiantiles. El gran éxito de esta propaganda consistió en hacer creer a millones de personas que en el bloque soviético no existían diferencias sociales; es decir, que se trataba de una sociedad igualitaria.
A finales de la década de los 60 parecía que la Unión Soviética podía ganar la partida, pero pocos años después, el movimiento estudiantil se desgastó, y era evidente que la calidad de vida de la clase trabajadora europea era de las más altas del mundo. A finales de la década de los 80 la contrapropaganda puso en evidencia el atraso económico y social de la Unión Soviética, y así fueron desarrollándose los acontecimientos hasta que en 1.991 la U.R.S.S. desapareció.

 Fidel Castro y Kruschev en la Plaza Roja de Moscú.

El final de la Guerra Fría y de la política de bloques marcó el comienzo de un tiempo nuevo. El gran adversario había sido vencido y ahora el centro de interés internacional se había desplazado hacia el Próximo y Medio Oriente. En el plano estratégico Europa ya no era el punto más caliente del planeta, esto tuvo consecuencias económicas sociales y políticas importantes.
La socialdemocracia, que tan eficaz se había mostrado en otro tiempo, ya no era tan necesaria; las posiciones políticas comenzaron a polarizarse. Además, la socialdemocracia era un sistema que salía muy caro de mantener, pues solo era posible con unos impuestos muy altos en una economía próspera en la que la rentabilidad de inversores y empresarios fuese muy alta.
A finales del Siglo XX la perspectiva no era muy buena. En 1914 los Estados de Europa eran los dueños de la mayor parte del planeta, treinta años después Europa estaba devastada y había pasado a un segundo plano; por otra parte, la mitad del continente se encontraba bajo un régimen totalitario donde los individuos carecían de derechos. Era evidente que Europa, como civilización, había fracasado.
Sin embargo, la socialdemocracia y los tratados de cooperación europea habían construido una serie de estructuras económicas y políticas que estaban manejadas por una clase política que podemos llamar comunitaria. Esta clase había actuado de manera eficiente durante la política de bloques y había conseguido establecer una densa red de intereses comunes entre los Estados de Europa Occidental. Cuando a comienzos de la década de los 90 se produjo la desaparición de la Unión Soviética y la reunificación alemana, estos políticos comunitarios trazaron un plan para continuar manejando los hilos de la política europea; no por amor a ningún proyecto de unión de los pueblos de Europa, como asegura la retórica utilizada, sino por el simple y, en el fondo, más sano instinto de supervivencia.
Así, en 1992, inmediatamente después de la desaparición de la U.R.S.S., se firmó el Tratado de Maastricht, por el cual se dieron los primeros pasos hacia la construcción de un Estado federal provisto de una moneda única y un banco central europeo.
Fracaso de los grupos dirigentes europeos en el Siglo XX e instinto de supervivencia y audacia política en los grupos dirigentes de comienzos del Siglo XXI; historia de un continente caído en desgracia e historia de un futuro incierto.