miércoles, 12 de marzo de 2014

LEJANO OCCIDENTE. I

A finales del Siglo IX a. C. se escuchaban muchas historias en los puertos de Jonia. Hacía varias décadas que aquella región de Anatolia había comenzado a recuperarse económicamente, después de más de trescientos años de estancamiento comercial, y las pequeñas ciudades que se asomaban al mar bullían de gentes diversas que buscaban una ocasión para hacer buenos negocios. Se hablaba sobre todo de largos viajes a tierras lejanas, de mares desconocidos, de cosas sorprendentes, casi increíbles. Se hablaba del lejano Occidente, donde todos los días, el Sol, tras recorrer la bóveda celeste, se sumergía en las aguas del Océano, lugar terrible por desconocido. ¿Qué ocurría con el Sol en aquella lejanía? Allí permanecía escondido durante la oscura noche, hasta que, precedido de la aurora, volvía a nacer de nuevo por Oriente.
Los que más sabían de aquellos lejanos lugares eran los phoinikes, los hombres de la púrpura, que decían haber viajado a los confines de Occidente en muchas ocasiones. Se les conocía con el nombre de phoinikes porque traficaban con telas teñidas de un color rojo oscuro y brillante, el phoinix, el púrpura. Eran avezados navegantes y conocían todos los recursos de la actividad comercial, pero no muy fiables, porque a menudo raptaban a aquellos que encontraban solitarios o desprotegidos en las costas adonde arribaban. En los puertos de Jonia eran muy conocidos desde antiguo; llegaban con sus naves cargadas con objetos de marfil, vidrio, bronces, joyas de plata y oro, perfumes y telas de púrpura. Utilizaban un sistema de escritura muy eficaz para hacer rápidas anotaciones sobre los cargamentos, las mercancías, las ganancias, las pérdidas y los contratos que acordaban con los hombres de negocios. Era un sistema muy sencillo, en el que cada símbolo significaba un sonido; como los sonidos eran pocos, cualquiera podía aprender en poco tiempo a escribir. Los jonios habían copiado aquel sistema y lo habían adaptado a su lengua; muchos comerciantes lo utilizaban habitualmente y era sabido que en el Ática y la isla de Eubea también se usaba, con el resultado de que muchos hombres comunes se atrevían a hacer operaciones comerciales cada vez más complejas.
Aquellos phoinikes procedían de Tiro, de Sidón, de Biblos y de Beritus. Las historias que contaban eran escuchadas por todos con gran interés, en especial aquellas que se referían a Occidente. Según ellos, aquellas tierras eran abundantes en metales, sobre todo en plata; allí tenían su morada terribles dioses y gigantes violentos. Los hombres que allí habitaban eran extraños, de raras costumbres y, a menudo, poseedores de grandes riquezas. Muchas de las historias que contaban eran absolutamente increíbles, pero a los jonios les gustaba escucharles, ¿y por qué no?, creerles; ¿acaso no hablaban de grandes riquezas, de fáciles oportunidades de hacer buenos negocios? Muchos hombres en Jonia, en Ática, en Eubea y en Argólide soñaban con viajar a aquellas lejanas tierras donde se ponía el Sol y abundaba la plata.

                                   Barco fenicio representado en un bajorrelieve asirio.

Los habitantes del Peloponeso pusieron su granito de arena en la formación de estas historias. Ellos tenían a Heracles, antiguo héroe que vivió en una edad pasada, varios siglos atrás según la tradición. Se contaba que Heracles viajó al lejano Occidente en busca de una formidable vacada cuyo dueño era Gerión, ser de tres cuerpos que habitaba en Eritía, isla que los helenos identificaron con el lugar donde los fenicios o phoinikes, fundaron Gadir (Cádiz) a principios del Siglo VIII a. C.
Los griegos, deslumbrados por aquellas historias, las incorporaron a sus mitos y forjaron una imagen del lejano Occidente que quedaría impresa en las mentes de los hombres del Mediterráneo Oriental durante siglos.
¿Qué había de verdad en aquellas historias que contaban los fenicios? Probablemente mucho, aunque no tanto como creían los griegos del Siglo IX a. C.
Es muy posible que los fenicios llegasen al Estrecho de Gibraltar a comienzos del primer milenio a. C. Lo hicieron practicando una navegación de cabotaje a lo largo de la costa del Norte de África. Esta forma de navegar consiste en no alejarse nunca de la costa, manteniéndola siempre a la vista. Se navega durante el día a vela si es posible, o a remo si el viento no es favorable; cuando cae la noche, se fondea en una cala o lugar protegido del oleaje y el viento; si el sitio es apacible, los marinos pasan la noche en la playa o en un lugar cercano, si por el contrario el sitio no es seguro, la tripulación duerme a bordo, haciendo turnos de guardia.
Así llegaron los fenicios al Sur de la Península Ibérica. En sus viajes dibujaban a ojo la silueta de la costa y señalaban los lugares más adecuados para fondear, hacer aguada y otras cosas más. De esta sencilla forma se establecieron las primeras rutas marítimas a Occidente, instrumentos prácticos para exploradores, comerciantes y aventureros.
Probablemente las primeras expediciones exploratorias de los fenicios en la Península Ibérica tuvieron lugar en el Siglo X a. C. No obstante, hay que descartar por falsas las informaciones que ofrece el Libro I de los Reyes, cuando afirma que el rey Hiram de Tiro enviaba junto a Salomón una flota mercante a Tarsis en el Siglo X. Las investigaciones arqueológicas han demostrado que las referencias a estos viajes se corresponden con los siglos VIII y VII a. C.(https://sites.google.com/site/temasdelahistoria/rey-josias).
Uno de los objetivos principales de estos viajes de exploración era la búsqueda de metales. El cobre, el estaño, la plata y el oro atraían el interés de aquellos navegantes, ya que alcanzaban altos precios en los mercados de Oriente. Además, las ciudades de la costa de Siria y Líbano eran grandes centros de manufacturas y la demanda de materias primas de origen metálico era muy alta.
Ya en el Siglo IX los marinos de la ciudad de Tiro hicieron exploraciones por el Atlántico; su intención era establecer un enlace con la ruta del estaño, que partiendo de las Islas Británicas, dirigiéndose hacia el Sur por la Bretaña Francesa, el Golfo de Vizcaya, Galicia y la costa portuguesa, llegaba hasta la desembocadura del Guadalquivir. Fue entonces cuando aquellos navegantes comenzaron a establecer relaciones comerciales regulares con los habitantes de la Península Ibérica. Quiso la fortuna que en aquellas tierras se encontrasen riquísimos yacimientos de cobre y plata, origen de las historias fabulosas que se contaban en los puertos de todo el Mediterráneo Oriental.
A principios del Siglo VIII los tirios decidieron fundar una base de operaciones en el Atlántico, que conectase con el final de la ruta del estaño, estuviese cerca de las minas de cobre y plata del Suroeste y lo más próxima posible a la desembocadura del Guadalquivir. Primero intentaron establecerse en la ría del Odiel, pero, consultados los dioses y siendo desfavorable la respuesta, optaron por hacerlo en una isla poco más hacia el Sureste, a la que los griegos llamaron Eritia. En aquel lugar fundaron el puerto de Gadir.
Dejando aparte la cuestión de los oráculos divinos, es bastante probable que los tirios se viesen rechazados por algún sector de la población indígena que no deseaba que aquellos extranjeros se estableciesen en la ría de Huelva. Gadir se encontraba en un lugar algo más apartado y era de más fácil defensa al tratarse de un grupo de islotes. Los habitantes de la zona utilizaban desde siglos antes la ruta del estaño y poseían el control de las ricas minas de Huelva; es, por tanto, muy posible que no viesen con buenos ojos como aquellos inteligentes y sagaces comerciantes les disputasen parte de los beneficios que generaban la extracción y el tráfico de los metales.
Desde la fundación de Gadir el control e las rutas del Atlántico fue evidente con la funación de las rutas de Castro Marim en la desembocadura del Guadiana y de Rocha Branca en el Algarbe. En este último enclave junto a la cerámica fenicia de barniz rojo y gris aparece otra hecha a mano, lo que sugiere una estrecha convivencia con la población indígena. En el estuario del Sado también aparece otra factoría fenicia. En la desembocadura del Tajo destaca el yacimiento de Quinta do Almaraz sobre un espolón saliente de la bahía que entonces formaba el río. En el mismo casco antiguo de Lisboa se han encontrado restos fenicios, y en el entorno de la ciudad; en el lugar llamado Alcac,ovas de Santarem la ocupación llegó hasta el Siglo II a. C. También encontramos en la desembocadura del Mondego los asentamientos de Santa Olaia y Conímbriga, dudosos en cuanto a fenicios u orientalizantes.(https://sites.google.com/site/temasdelahistoria/colonizacion-fenicia-y-griega).
Podemos deducir de lo anteriormente dicho que la convivenvia con los indígenas de la Península Ibérica fue buena en gran medida, aunque sin duda las tensiones también existieron.
                            Rutas del estaño en la Península Ibérica.

Gadir se convirtió en el puerto donde confluían todas las rutas del Oeste de Europa y lo que en un principio fue una pequeña colonia acabó siendo una gran ciudad que mantenía constantemente una febril actividad comercial y manufacturera. Los griegos, deseosos de asomarse a aquel escenario que prometía riqueza y desarrollo no tardaron en vincular la brillante ciudad del Atlántico con el más legendario de sus héroes nacionales, Heracles (Hércules) al identificar los islotes de Eritia con el lugar donde habitaba el rey Gerión, el de las hermosas vacas.
En la próxima entrada de esta serie veremos quiénes eran los habitantes indígenas del lejano Occidente y como fueron influidos por el contacto con los navegantes del Mediterráneo Oriental.

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