Como dije en aquel artículo, aquellos dirigentes tenían el alma horadada por la soberbia. En el fondo sentían un gran desprecio por todo lo que no fuera ellos mismos. El Siglo XIX había sido una época optimista, y los logros alcanzados en la ciencia, la tecnología y el desarrollo económico así lo atestiguaban. El peligro de las revueltas sociales que incendiaron Europa desde finales del Siglo XVIII hasta mediados del XIX parecía haber pasado y el socialismo, de carácter internacional, había encontrado una línea insalvable en el espíritu nacional que poseía la clase obrera. ¿Pero quién aseguraba a aquellos prohombres que nacionalismo y socialismo eran tan incompatibles? Hoy sabemos que son dos fluidos que pueden mezclarse; con nefastas consecuencias.
Desde luego que aquellos políticos europeos de 1914 no tuvieron escrúpulos para mandar a millones de soldados al sacrificio; aunque hay que alegar en su descargo que ni siquiera imaginaban que aquello iba a ocurrir. Sí que estaban dispuestos a sacrificar a unas decenas de miles en coloridas batallas en las que los oficiales lucirían bellas cimeras. Después, pensaban, volverían a la mesa de negociaciones, y algunos esperaban llevarse alguna presa.
Pero por desgracia no fue así, y a principios de 1915 ya sabían todos que aquella guerra iba a ser extremadamente cruel; las bajas serían abrumadoras. Por esta razón, la maquinaria de la propaganda se puso a funcionar a todo rendimiento. Cuando miles de familias comenzaron a recibir la dolorosa noticia de un padre o un hijo caído en combate, los gobiernos europeos empezaron a no sentirse tan seguros de sí mismos.
Curiosamente, la clase trabajadora de todos los Estados combatientes tuvo una actitud leal y colaboradora, aún ante el hecho de las bajas masivas. Sin duda el espíritu nacional funcionaba eficazmente, eran gente sencilla que creía en la defensa de su patria, de sus familias y de sus vecinos. Durante un tiempo los conflictos sociales quedaron aparcados; había que luchar por la nación, y el orgullo de ser francés, alemán, británico o ruso actuaba como estimulante que enardecía los ánimos.
Para mantener aquella moral alta la propaganda actuó en dos escenarios: la vanguardia y la retaguardia. En la primera había que convencer al soldado de la importancia de su labor y de que era admirado por sus familias, que esperaban su regreso. En la retaguardia era necesario convencer a la población civil de que la guerra acabaría con la victoria final, de que los soldados se encontraban bien atendidos y contentos.
El correo entre el frente y la retaguardia fue uno de los instrumentos básicos para mantener firmes los ánimos, tarea difícil, porque en el verano de 1915 el conflicto ya parecía no tener solución.
En la siguiente postal los esposos o amantes se juran fidelidad en la separación cuando el soldado debe acudir al frente. La fidelidad es una virtud que se elogia por encima de todo.
En esta otra imagen se insiste en la fidelidad del soldado con su esposa y con su patria.
Otra imagen de fidelidad es la siguiente:
En esta otra imagen el soldado se despide de su familia y se refiere a la probable muerte como "entrar en Valhalla".
En el lado británico la propaganda pone menos énfasis en el deber y la fidelidad, prefiriendo dar más importancia al tono romántico, al de los sentimientos personales.
Como el soldado británico lucha en los campos de Francia, las postales podían incluir una frase en francés, para dar sensación de proximidad:
En el bando francés también se remarcaba el tono romántico; todo ello envuelto en una atmósfera idílica:
La propaganda hace continua referencia a la defensa de las fronteras frente al exterior. En la siguiente imagen este espíritu de defensa nacional aparece representado como un perro guardián:
Otro aspecto que había que cuidar era que en retaguardia se tuviese la seguridad de que los soldados estaban bien cuidados y atendidos:
El tono procura ser animado, quitando hierro al asunto; como en esta imagen donde se dice: "Un buen sombrero".
Pero, al prolongarse la guerra, los efectos devastadores del conflicto comenzaron a ser evidentes en retaguardia. La propaganda no pudo ocultar o disimular los cientos de miles de bajas que se producían en esta o aquella batalla. A la exaltación de la fidelidad conyugal y patriótica y al espíritu romántico los sustituyó el deseo de sobrevivir y la encomienda a Dios:
En la siguiente postal puede leerse: "Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden".
Sin duda los soldados de ambos bandos se comportaron valientemente; mucho más de lo que se puede esperar de un ser humano. Padecieron todo tipo de privaciones y trabajos, murieron en masa y miles de ellos quedaron terriblemente mutilados. Todo este inmenso caudal de valor y sacrificio fue malgastado en aquella guerra; los derrochadores fueron aquellas clases dirigentes a las que nos hemos referido, que dominaban la política y la economía. Sus intereses particulares primaron siempre sobre los de una población ingenua, que creía todavía en los grandes ideales de la nación. Aquel baño de sangre acabó por desengañar a muchos ciudadanos europeos, y el sentimiento de amor a la patria se trocó en odio de clase y acción política basada en la violencia. El socialismo y los movimientos obreros, que en un principio aceptaron colaborar en la defensa nacional, se fracturaron y surgió una nueva corriente partidaria de tumbar el sistema e instaurar una dictadura de la clase obrera. La revolución estaba en marcha.
Para una información más detallada sobre los combates en el frente Occidental, ver:https://sites.google.com/site/temasdelahistoria/la-guerra-en-las-trincheras
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