En la entrada anterior de esta serie vimos como la ambición, la prisa, la desorganización y la falta de reflejos llevaron a Marco Licinio Craso a la terrible derrota de Carras. Craso era un hombre en decadencia física y moral a sus más de sesenta años. Ahora vamos a contemplar la derrota de Cayo Escribonio Curión, hombre joven y brillante, toda una promesa, como se diría en nuestro tiempo.
Curión pertenecía a una generación de jóvenes aristócratas romanos a la que también pertenecían Clodio, Marco Antonio y Publio Craso; todos los mencionados murieron jóvenes y de forma violenta. Entre ellos destacaba Curión por su inteligencia y por su insaciable deseo de burlarse de la moral romana. Aunque al comienzo de su carrera política fue enemigo de César, después dio un brusco giro y pasó a ser uno de los hombres del triunviro. César lo consideraba un hombre inteligente y ambicioso, con enormes deseos de ascender en el
cursus honorum, por eso lo tenía en gran valor. Cuando en Enero del 49 a. C. César cruzó el Rubicón, Curión actuó diligentemente colaborando en la expulsión de los pompeyanos del centro de la Península Itálica. Una vez que César hubo perseguido a Pompeyo hasta el puerto de Brindis, y éste huyese a Dirraquio, envió a Curión a Sicilia para que se hiciese cargo del gobierno, y le encomendó que en breve pasase a Africa y tomase el control de aquella provincia.
A comienzos del verano del 49 a. C. Curión se embarcó rumbo a África con dos legiones y 500 jinetes, fuerzas que el creía suficientes para adueñarse de la provincia. Esta actitud confiada suele ser propia de quienes al comienzo obtienen triunfos fáciles, y así menosprecian las dificultades que les esperan. Curión había tomado Sicilia sin oposición y pensaba que lo mismo iba a ocurrir en África.
Tras dos días de navegación desembarcó en un lugar conocido con el nombre de Aguilera y se dirigió hacia Útica, ciudad junto a la cual Publio Accio Varo, del partido de Pompeyo, había acampado. Al ponerse en marcha dio órdenes al cuestor Marco Rufo para que, capitaneando la flota, se dirigiese también a Útica.
Tras dos jornadas de marcha Curión llegó al río Bagradas, donde acampó. Acto seguido, acompañado por la caballería, se dirigió a unas alturas situadas en las proximidades de Útica, desde donde se podía observar la ciudad con comodidad. Varo estaba acampado al pie de las murallas y por toda la campiña podían verse hileras de aldeanos que corrían a refugiarse con sus bienes tras los muros de la ciudad.
Viendo la ocasión, Curión envió la caballería al saqueo de los que huían, y al mismo tiempo Varo sacó del campamento 600 jinetes númidas y 400 infantes para escoltar a los fugitivos. Trabadas las dos caballerías, los númidas, habiendo sufrido muchas pérdidas, dieron media vuelta y se refugiaron en el campamento de Varo.
Ocurrió que en ese momento llegaron a la rada de Útica las galeras de Marco Rufo, y Curión aprovechó para amenazar a todos los barcos mercantes que allí estaban anclados con asaltarlos si no zarpaban inmediatamente y se ponían rumbo adonde les fuese ordenado, lo cual hicieron todos por causa del miedo. De este modo Curión consiguió gran cantidad de abastecimientos.
En este primer contacto con el enemigo vemos al mejor Curión. Era un hombre con escasa experiencia en el mando, pero actúa prudentemente. No se acerca al principio al campamento enemigo; explora y aprovecha la ocasión de obtener algo de ventaja sin arriesgar más.
De vuelta a su campamento junto al río Bagradas, Curión fue aclamado por los soldados. Al día siguiente trasladó al ejército a Útica y comenzó a levantar el campamento. Estando en ello recibió la noticia de que Juba, rey de Numidia, aliado de Pompeyo, había enviado mucha gente de caballería e infantería para socorrer a Varo. Con una reacción rápida Curión sacó la caballería cuando a lo lejos ya se distinguía la polvareda que levantaban los númidas. Cogidos por sorpresa, debido a la rapidez de Curión, los soldados del rey Juba huyen, y solo se salva la caballería, que corriendo al galope por la ribera del río entra en tropel en el campamento de Varo.
En estos acontecimientos vemos a Curión actuando con decisión y rapidez. No cabe duda que pudo llegar a ser un buen comandante de no haber muerto en el desenlace de aquella batalla.
Porque es necesario entender que es muy difícil que las cosas vayan bien indefinidamente; esto ocurrió en el campamento de Curión. El caso es que buena parte de los legionarios con los que llegó a África habían pertenecido meses antes a la guarnición de Corfinio, cuando esta plaza estaba en el bando de Pompeyo. Algunos de estos soldados eran de fidelidad dudosa, y al amparo de la noche dos centuriones y algunos legionarios se pasaron al campo de Varo. Comenzaron entonces a formarse corrillos en el campamento de Curión, que pronto cayó en la cuenta de que en su ejército había muchos partidarios de Pompeyo. Como la situación se volvía peligrosa porque aumentaba el número de sediciosos, Curión decidió dirigir un discurso a la tropa. Quiso persuadirlos de que el partido de César era el partido de la ley y la justicia, que éste los apreciaba, mientras que Pompeyo los abandonó en Italia, a la par que huía en los barcos; en fin, que César estaba venciendo en aquella guerra, y no iban a ser tan poco prudentes de apostar por el bando perdedor. De esta manera evitó aquel día una deserción en masa.
No obstante, Curión no se fiaba de sus legionarios; no veía nada seguro y temía que la sedición pudiera extenderse de nuevo; por lo cual, tomó la determinación de dar la batalla a la menor ocasión.
Con esta intención sacó a sus soldados del campamento y, como acostumbraba, los formó frente al campamento de Varo; el cual hizo lo mismo. Estando los dos ejércitos frente a frente, Curión, ansioso por no demorarse, lanzó su caballería y dos cohortes contra los jinetes númidas de Varo. Junto a estos jinetes iban mezclados muchos infantes armados a la ligera que les servían de refuerzo. En el choque los jinetes númidas apenas resistieron y salieron corriendo a refugiarse en el campamento de Varo, dejando sola y desprotegida a la infantería ligera, que llevó la peor parte, porque fueron arroyados y muertos en su mayor parte.
Viendo estas cosas Curión, dio orden a todos los suyos de arremeter contra los de Varo, los cuales, aterrados, corrieron hacia la puerta de su campamento atropellándose unos a otros de tal forma que muchos murieron en el intento de ponerse a salvo. El mismo Varo estuvo a punto de perecer allí mismo, pues recibió una estocada en el hombro.
Por desgracia para Curión sus soldados no pudieron entrar en el campamento de Varo, en parte porque para llegar hasta sus defensas había que subir un pedimento de fuerte pendiente, y en parte porque, habiendo salido a combatir a campo abierto, no traían instrumentos de asalto.
La derrota que sufrió Varo en aquella jornada fue tan grande que esa misma noche abandonó el campamento y recogió a sus soldados dentro de las murallas de Útica. Al día siguiente Curión comenzó el asedio de la ciudad, guardando esperanzas de que no había de durar mucho, porque numerosos ciudadanos suplicaban a Varo que entregase la plaza para evitar la matanza y el saqueo.
En ese momento Curión creía haber obtenido la victoria con escasísimas pérdidas; pero como dije antes, es difícil que todo salga absolutamente bien. Ocurrió que al poco llegaron unos mensajeros de Juba, rey de Numidia, con la noticia de que éste se acercaba a Útica con un gran ejército; y al saber esto, el ánimo de los uticenses cambió y se aprestaron a defenderse hasta la llegada del rey.
Que Curión era prudente no cabe duda, porque sabidas estas noticias, decidió retirar el ejército a aquellas alturas desde las que había observado Útica cuando se acercó a la ciudad por primera vez. Formaban aquellos altos una especie de cordel que se introducía en el mar a modo de punta. Las laderas del monte eran escarpadas y obligaban a trepar por ellas; además, no faltaba el agua. Aquel lugar recibía el nombre de
Castra Cornelia porque ciento cincuenta años atrás Publio Cornelio Escipión había puesto allí su campamento durante la Segunda Guerra Púnica.
El plan de Curión era hacerse fuerte en aquellas cimas y resistir hasta que llegasen refuerzos. Además, era evidente que Juba no podía permanecer indefinidamente en Útica con tanta gente como al parecer traía. Curión por su parte tenía el apoyo de la flota, que le proveería de víveres durante mucho tiempo.
Cuando en esto estaba Curión, aparecieron en el campamento unos que se presentaron como desertores de Varo, afirmando que el rey Juba se había vuelto para su reino con el grueso del ejército, por causa de una guerra en los confines de Numidia, y que en su lugar había enviado a su general Sabura con una pequeña parte de los soldados.
¿Eran agentes de Varo estos hombres que llegaron al campamento? César en sus
Comentarios a la Guerra Civil no lo afirma claramente; quizás por que él no creía que lo fueran. En mi opinión no se puede hablar de una celada, porque fue el mismo Curión quién pecó de imprudente en contra de su costumbre.
El asunto es que la información que dieron aquellos supuestos desertores era una verdad a medias. Era cierto que Sabura había llegado a las orillas del Bagradas con un destacamento de caballería, pero era falso que Juba hubiese regresado a Numidia; por el contrario, venía siguiendo a su general a un día de distancia con todo su ejército.
Tomó Curión la decisión de enviar a toda su caballería para que sorprendiese a Sabura, que había acampado a orillas del Bagradas. Los jinetes partieron al oscurecer, y él mismo salió de
Castra Cornelia a media noche con
9000 infantes; dejó guardando el campamento a cinco cohortes.
La caballería de Curión cogió a los númidas durmiendo y sin vigías, con lo cual mataron a muchos y otros tantos huyeron amparados por la oscuridad de la noche, dejando atrás su equipaje. Tomando parte del botín los jinetes romanos tomaron el camino de
Castra Cornelia y antes del amanecer se encontraron con Curión, que venía con la infantería por si era necesaria su ayuda. Los jinetes mostraron el botín que habían capturado y aseguraron que había quedado mucho más en el campamento númida, y que los enemigos, vencidos, huían llenos de miedo.
Fue en este momento cuando Curión cometió el error que lo conduciría a la derrota y la muerte. Deseando apropiarse del botín, ordenó a sus soldados que marcharan a toda prisa hacia el campamento de Sabura. No tuvo en cuenta que todos estaban cansados por haber caminado toda la noche sin dormir. La caballería ni siquiera les siguió, pues estaban agotados por la batalla nocturna y andaban más preocupados por poner a buen recaudo los despojos que habían conseguido en el saqueo. Ninguno sospechaba que la verdadera batalla aún no había comenzado.
Sabura y su gente se habían ido agrupando y el rey Juba tuvo noticia de lo que había ocurrido durante la noche. A toda prisa envió a Sabura 2000 jinetes hispanos y galos, todos ellos excelentes, que componían su guardia personal. Además, también le envió el mejor cuerpo de infantería que tenía, y él mismo los siguió con todo el ejército.
Era el verano del 49 a. C. y había amanecido pronto; los soldados de Curión llegaron a los llanos del Bagradas muy cansados y se encontraron con la caballería que Sabura dispuesta frente a ellos; la infantería númida estaba más atrás, de manera que Curión no podía verla bien.
Los romanos no tuvieron otra opción que hacer frente a la embestida de los jinetes; los cuales, tras el primer choque, volvían grupas en dirección a su infantería, que permanecía a pie firme. Los de Curión los perseguían, pero estando muy cansados por la larga marcha, pronto se detenían, y entonces la caballería contraria volvía de nuevo a la carga.
Esta forma de combatir era propia de los hispanos, según nos cuenta César en el libro I de sus
Comentarios a la Guerra Civil; eran pues los hispanos el núcleo de la caballería de Sabura.
Algunos jinetes de Curión, que lo habían seguido, arremetieron contra la caballería contraria, pero siendo pocos no podían evitar las cargas sucesivas. De esta manera, los romanos, acercándose poco a poco a la infantería númida, comenzaron a ser rodeados por los jinetes enemigos por ambos lados. Cada vez que intentaban rechazar un ataque, lo único que conseguían era descomponer el frente y hacerse más vulnerables. Aquellos que avanzaban demasiado en persecución de los enemigos, veíanse rodeados y cortada la retirada hacia sus líneas, quienes permanecían quietos, sufrían las arremetidas de los jinetes.
En este punto se extendió el pánico entre las filas de Curión. Esto ocurrió cuando los legionarios se convencieron de que no saldrían de aquel llano con vida. Dejaron de obedecer las órdenes de los oficiales, mientras algunos lloraban incapaces de reaccionar. Todavía Curión hizo un intento desesperado por salvarles la vida, dando órdenes para que ocupasen unos cerros cercanos, desde donde poder defenderse; pero fue en vano, porque la caballería númida, teniéndoles rodeados, ocupó aquellos montes antes que ellos. Todos huyeron a la desbandada hacia aquellas alturas, o hacia cualquier lugar donde creían poder salvarse; pero entonces los jinetes enemigos cargaron contra ellos hiriéndolos sin que hicieran por defenderse.
Curión escogió entonces el honor antes que la vida, cuando algunos jinetes que quedaban le propusieron que huyese a
Castra Cornelia, que ellos serían sus escoltas. Según nos cuenta César, Curión respondió lo siguiente:
"que no verá jamás la cara de César, perdido el ejército que le hubo confiado"
Curión murió peleando, mientras algunos de sus jinetes consiguieron llegar a
Castra Cornelia. De la infantería ni uno se salvó.
El cuestor Marco Rufo que se había quedado en el campamento junto a las otras cinco cohortes, a petición de los soldados, intenta embarcar esa misma noche; pero tanto es el miedo que tenían que corrieron todos sin orden a las chalupas, peleando unos con otros por llegar a los barcos, de tal manera que muchas barcas se hundieron y otras, por temor a correr la misma suerte, no se atrevían a tocar tierra.
La mayoría se rindieron a Varo. Cuando Juba llegó a Útica ejecutó a muchos y a otros se los llevó como esclavos a su reino. Juba sentía un gran odio por Curión, pues siendo éste Tribuno le declaró enemigo del pueblo romano, privándole del derecho al reino que poseía por favor de Pompeyo.
Hemos analizado dos grandes derrotas de las legiones republicanas en combate con ejércitos extranjeros. En la siguiente entrada veremos cómo actuaba César, ortodoxo y heterodoxo a la vez; algo que solo consiguen los mejores.