Si hay algo característico y propio del romano, es su rechazo radical a la monarquía. De hecho, todo el sistema institucional y político republicano es en el fondo un artificio destinado a evitar que nadie tuviese la tentación de poner una corona sobre sus sienes. Los romanos odiaban furiosamente la monarquía, que ellos interpretaban como el privilegio que se tomaba un hombre para situarse por encima de los demás.
Roma tuvo su monarquía, de infaustos recuerdos para los romanos, porque los últimos reyes actuaron sin tener en cuenta a nadie, contra los derechos y la dignidad del pueblo romano. Al menos, esto es lo que contaban los historiadores de la República de Roma.
Cuando Tarquinio el Soberbio, último rey de Roma, fue expulsado de la ciudad en 510 a., los romanos no construyeron su nuevo Estado a partir de una constitución que describiese con detalle los derechos, órganos e instituciones del nuevo régimen. Esto sí que ocurrió con frecuencia en Grecia, donde las polis se organizaron políticamente a partir de constituciones que supuestamente redactaron hombres reputados de sabios como Solón en Atenas o Licurgo en Esparta.
En Roma ni siquiera se preocuparon de buscar un sabio o líder para hacerlo responsable de la organización pública de la urbe; simplemente el pueblo romano, a través del debate político y la lucha social, fue urdiendo el entramado del Estado romano, yendo unas veces en una dirección, otras veces en otra.
Por supuesto se partió de una base, de algo en lo que todos estaban de acuerdo; esto es el mos maiorum, la costumbre de los antepasados. Las mores eran un conjunto de conductas y prohibiciones que habían sido heredadas de aquellos legendarios romanos de los tiempos de la fundación de Roma. El origen mítico de algunas de estas costumbres las convierte en dudosas en lo que respecta a su antigüedad y su autenticidad (http://comentariosdelahistoria.blogspot.com.es/2013/12/el-mito.html); pero para aquellos romanos fundadores de la República en 509 a. C., eso no tenía importancia, se trataba de reglas aceptadas por todos, base fundamental de la concordia entre los ciudadanos (https://sites.google.com/site/temasdelahistoria/ortega-y-el-imperio-romano).
Depuestos los reyes, fueron las familias aristocráticas de Roma las que tomaron el poder; al fin y al cabo, eran ellas las que habían impulsado la revuelta contra el último monarca. El conjunto de estas familias era conocido con el nombre de populus, palabra que no expresa el mismo concepto que "pueblo", pues el populus estaba compuesto exclusivamente por aquellas familias que remontaban su antigüedad a la fundación de Roma más otras tantas que se incorporaron durante los tiempos de los monarcas etruscos.
Los miembros de estas familias se llamaban a sí mismos patricii, patricios, es decir, descendientes de los padres originales. Aparte de ellos, en Roma vivían los plebeyos, gente que se había establecido en Roma posteriormente y que carecían de origen conocido.
Los patricios tenían el control de los asuntos políticos, mientras que los plebeyos quedaban marginados de las funciones públicas y no tenían acceso a las magistraturas. Sin embargo los enfrentamientos por esta causa dieron lugar a diversos acuerdos entre ambos grupos, en virtud de los cuales los patricios se vieron obligados a ceder, y los plebeyos fueron adquiriendo todos los derechos políticos de forma paulatina.
La República del 509 a. C. era en sí misma un método para evitar que ningún individuo de la aristocracia se aupase por encima de los demás y acaparase demasiado poder en sus manos. El poder debía estar repartido de forma equitativa entre todas las familias de la nobleza romana, ya fuesen patricios o plebeyos elevados en la escala social por el ejercicio de los cargos públicos. El deseo de destacar como individuo estaba severamente reprimido por todo el sistema; los miembros de la familia debían obtener éxitos para la familia, no para ellos mismos. Esta situación se hace evidente cuando contemplamos el nombre que recibían los romanos al nacer. El nomen (nombre) era el de la familia; por ejemplo, Julios, Sempronios. El praenomen (antes del nombre) era el nombre individual; cada familia tenía unos cuantos praenomens habituales; por ejemplo, los Julios usaban casi siempre los de Cayo y Lucio. Finalmente estaba el cognomen, semejante a un apodo y que en algunos casos podía heredarse para diferenciar las distintas líneas de una familia. Como puede verse, lo importante era el nombre de la familia, mientras que el nombre individual quedaba en un plano secundario. Hasta tal punto era así, que las mujeres de las familias de la nobleza carecían de praenomen.
Cuando los aristócratas organizaron la República en 509 a. C. tuvieron mucho cuidado en crear un sistema que impidiera que las personalidades destacasen. Aquello debía ser una oligarquía cuyo control estuviese en manos de un grupo concreto de familias. Por esa razón, el poder del Estado recaía en un consejo conocido con el nombre de Senatus (senado). Aquel era el órgano básico de la aristocracia romana, pues solo podían pertenecer a él aquellos que estaban inscritos en el ordo senatorialis (orden de los senadores) y que previamente habían ejercido una magistratura.
Por otra parte, el poder de las magistraturas estaba limitado, pues algunas eran colegiadas, es decir, la autoridad recaía sobre dos o más personas, no sobre una sola. Este era el caso de los cónsules, la magistratura más importante, con poder ejecutivo y militar (imperium), compuesta por dos colegas, comandantes cada uno de ellos de un ejército diferente. Los cónsules ejercían el cargo solo durante un año y no podían ser reelegidos hasta diez años después; así se evitaba que un solo individuo ocupase el mismo cargo varias legislaturas seguidas.
La desconfianza en el individuo era el rasgo característico de aquel sistema. En algunos casos, encontrándose la República en extremo peligro, era necesario concentrar el poder en las manos de un solo hombre. Entonces se nombraba un dictador que tenía el poder ejecutivo y militar absoluto por el reducido tiempo de seis meses. Pero esto no contentaba a los oligarcas del Senado, y por esa razón le colocaban como contrapoder al magister equitum, el Comandante de Caballería. Es decir, ni siquiera el dictador se encontraba solo y en total libertad a la hora de tomar decisiones.
Los cargos públicos eran elegidos por los comitia (asambleas de ciudadanos) y quienes deseaban ejercerlos presentaban su candidatura y hacían campaña electoral. De manera inevitable, estas magistraturas recaían siempre en miembros de las familias de la nobilitas (nobleza), ya fuesen patricios o plebeyos. Las familias pugnaban entre sí por alcanzar las magistraturas más altas y esta lucha por ascender en la escala del poder político se denominaba cursus honorum, literalmente, la carrera del honor. El nombre provenía de que el ostentar cargos públicos otorgaba honor y prestigio a las familias de la oligarquía, cuestión valorada por encima de la riqueza u otros bienes.
En la siguiente entrada de esta serie veremos como las familias de la nobilitas hacían grandes esfuerzos para que sus miembros fuesen elegidos en los comitia para ocupar las magistraturas.
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