Cuando
nuestra curiosidad nos lleva a interesarnos por la Historia de la República
Romana hay un hecho que no deja de sorprendernos; durante el último siglo de
este período los ejércitos romanos obtienen grandes victorias; más aún, Roma
parece imbatible en el campo de batalla. Estas victorias se prolongaron durante
los dos primeros siglos del Imperio, pero no de una forma tan infalible. A
partir de la gran derrota de Teutoburgo la confianza absoluta en la superioridad
de los ejércitos romanos se quebró; Roma no era invencible.
Por
supuesto que esta superioridad militar tuvo unas causas concretas que se pueden
enumerar y analizar. Sobre esto haré un breve comentario.
En primer lugar, a finales del Siglo II a. C. el ejército
romano se profesionaliza. Esta reforma importantísima se debe a Cayo Mario,
magnífico general, pero pésimo político. Resumiendo los cambios que supuso, hay
que decir que básicamente consistió en abandonar la antigua milicia ciudadana,
sistema por el que la Roma Republicana formaba sus ejércitos, sustituyéndola
por el reclutamiento de legionarios que firmaban un contrato en virtud del cual
se comprometían a combatir a cambio de un sueldo. Hay que tener en cuenta que
quien los contrataba solo podía ser un magistrado con imperium. Cualquiera puede entender que tras varios años de
servicio estos soldados profesionales adquirían un dominio del oficio y una
eficacia enormes.
En segundo lugar hay que saber que la disciplina
en las legiones romanas era una cuestión que se valoraba muchísimo. El ejército
romano siempre gozó de una gran disciplina, pero al profesionalizarse esta
aumentó de manera considerable, porque el soldado que firma un contrato declina
parte de sus derechos de ciudadano y debe obediencia ciega a quien lo recluta.
Esto supone un cambio en la mentalidad que más tarde tendrá graves
consecuencias sociales y políticas que no podemos analizar aquí.
En tercer lugar, desde el Siglo II se fue produciendo un
cambio en la organización de las unidades militares. El manípulo fue perdiendo
importancia como unidad táctica y los movimientos en el campo de batalla
tuvieron como unidad básica la cohorte. La cohorte estaba compuesta por
seis centurias, es decir, por 480 soldados de infantería y 120 no combatientes
de apoyo; diez cohortes formaban una legión. Al mando de las seis centurias se
encontraban seis centuriones y el de más experiencia y méritos ostentaba el
mando de toda la cohorte y el nombre de pilus
prior. La cohorte permitió realizar movimientos rápidos y coordinados a
gran escala en batallas donde intervenían muchos miles de combatientes y el
frente poseía una gran longitud.
En cuarto lugar,
como consecuencia de las guerras que Roma tuvo que hacer contra cartagineses,
hispanos y galos, se fueron realizando una serie de cambios en el armamento del
soldado de infantería. En muchos casos directamente se adoptaron armas que
utilizaban los pueblos mencionados y en otros casos se realizaron reformas para
adaptar las armas a la técnica de combate. Como se podrían escribir cientos de
páginas sobre este tema, me limitaré a decir que probablemente la reforma más
importante fue la de dotar al infante del pilum,
una jabalina que en sus características se aproximaba más al dardo que al tipo
usual de este arma. Por otra parte, el pilum
cumplía a menudo las funciones de un arpón que quedaba inutilizado tras usarlo.
Algunas de estas reformas deben atribuirse también a Cayo Mario, quien las
desarrolló a través de la experiencia en el combate.
En quinto lugar,
desde finales del Siglo II a. C. se procedió a transformar el procedimiento de
producción de armas en dos sentidos. Por un lado se hicieron esfuerzos por
uniformar el armamento de los legionarios, sobre todo desde la
profesionalización del ejército que llevó a cabo Mario. El objetivo principal
ya no era que el equipo del soldado mostrase el nivel social al que este
pertenecía, sino que fuese funcional y utilitario; esto supuso un cambio en el
diseño y la concepción de las armas ofensivas y defensivas. Por otro lado, los
modos de producción de armas cambiaron hacia la producción masiva, utilizando
prototipos compuestos de piezas idénticas que permitían la producción en serie
y algo semejante a las cadenas de montaje.
En sexto lugar,
el legionario romano se fue pareciendo cada vez más a un trabajador
especializado. Cada soldado ocupaba siempre el mismo puesto y conocía
perfectamente las funciones que le eran propias; actuaba siempre según un
programa establecido, que tenía ensayado hasta la perfección; de tal manera,
que a veces sus movimientos estaban mecanizados a fuerza de haberlos repetido
muchas veces. La reacción del combatiente era rapidísima y se comportaba como
una pieza más de un mecanismo que funcionaba de manera automática.
En séptimo lugar,
el legionario tenía asimilado que no era un combatiente individual, sino que
era una pieza más de una unidad superior que era quien realmente combatía, bien
fuese la centuria en primera instancia, el manípulo en segunda, la cohorte en
tercera y la legión en última. Todos y cada uno de los infantes eran
conscientes de que su supervivencia dependía de actuar de manera totalmente
coordinada con el grupo. Cuando Julio César narra en sus comentarios las
hazañas individuales de alguno de sus soldados, lo hace siempre con intención
propagandística, para enardecer a sus lectores y dejando ver que se trata de
algo inusual, formidable por ser poco corriente.
En octavo lugar,
en el Siglo I a. C. se fue desarrollando una técnica de combate que consistía
en alcanzar la victoria en los primeros momentos del choque entre los ejércitos
enfrentados. Se basaba dicha técnica en la convicción de que la victoria se
consigue en el momento en que el enemigo se desmoraliza, porque entonces deja
de combatir. Para conseguir una rápida desmoralización en el oponente lo más
útil era provocar el pánico, es decir, introducir en la mente del enemigo la
idea de que la muerte en combate es ineludible e inminente y, por tanto,
emprender la huída es la única alternativa. De esta forma, las legiones obtenían
la victoria en los primeros compases de la batalla; lo que venía después era
una matanza de la que a menudo se encargaba la caballería auxiliar, compuesta
por hispanos, galos y, en tiempos de César, por germanos. En esta técnica de
combate tenían un papel esencial las armas ofensivas del legionario: el pilum y el gladius. El pilum,
especie de dardo, paralizaba en seco la ofensiva enemiga y desarticulaba sus
filas. Después, el gladius, más
parecido a un puñal largo que a una espada, hacía estragos entre un enemigo que
apenas podía defenderse. Así, el pánico se extendía como una ola entre la masa
desorganizada y la huída surgía espontáneamente.
Muy resumidas, estas eran las características que hacían de
aquellas legiones una máquina de guerra que era capaz de obtener la victoria
fácilmente. Como veremos, no siempre fue así y, efectivamente, la excepción
confirmó la regla. https://sites.google.com/site/temasdelahistoria/2
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