Una de las incógnitas más grandes de nuestro tiempo es
la Unión Europea. La clase política que actualmente la gobierna tiene su origen
en la situación que resultó tras la conferencia de Potsdam, durante el verano
de 1945. En aquella ocasión las potencias vencedoras de la Segunda Guerra
Mundial, la Unión Soviética, Reino Unido y Estados Unidos, decidieron cómo administrarían Alemania, que
se había rendido incondicionalmente nueve semanas antes, el 8 de Mayo. Los objetivos de la conferencia
también incluían el establecimiento de un orden de posguerra, asuntos relacionados con tratados de paz y el estudio
de los efectos de la guerra.
Pero la consecuencia más importante de las conversaciones de Potsdam fue el
comienzo de la Guerra Fría y el establecimiento de la política de bloques a
nivel mundial. En este nuevo orden, Europa Occidental jugaba un papel
importantísimo, era la primera línea del frente donde Estados Unidos y la Unión
Soviética se echaban un pulso en todos los niveles y ámbitos.
Los estrategas del bloque Occidental reconocieron desde un principio la
importancia de Europa en aquella lucha que se preveía larga y enconada. Uno de
los principios básicos de aquella estrategia consistía en evitar que la
propaganda soviética penetrase en las clases trabajadoras de Europa Occidental.
La solución al problema fue la promoción de la socialdemocracia en los Estados
europeos del bloque Occidental. Aquella ideología política y económica suponía
la creación del denominado Estado del Bienestar, que no era otra cosa sino
proveer a las clases trabajadoras de una serie de garantías sociales,
económicas y sanitarias como hasta entonces no se habían conocido en el mundo.
Las haciendas públicas de estos Estados Europeos se harían cargo del coste del
Estado de Bienestar que, evidentemente, resultaría altísimo. Sanidad universal
y gratuita, educación pública y gratuita, amplio seguro de desempleo, reducción
de la jornada laboral y mantenimiento del nivel adquisitivo de las pensiones
eran algunos de los puntos fuertes de este sistema político, social y económico
que debería imperar en Europa, y que sería el dique de contención más sólido a
la expansión de las ideas comunistas. Por supuesto que en estos Estados se
permitiría la existencia de partidos marxistas, comunistas y afines, pero todos
ellos desprovistos de la carga revolucionaria que los caracterizaba en otras
regiones del mundo.
Por otra parte, estaba la rivalidad entre los Estados europeos. Europa
había padecido dos guerras devastadoras en la primera mitad del Siglo XX; sus
consecuencias habían sido terribles y las cicatrices de la ultima de ellas solo
estaban comenzando a sanar. En los campos de batalla habían caído millones de
combatientes, y entre la población civil los muertos también se contaban por
millones. Era Imprescindible que estos Estados abandonasen toda intención
revanchista y adoptaran una actitud de cooperación en lugar de competir entre
ellos como habían hecho hasta el momento.
La empresa privada tuvo que resignarse a hacer grandes concesiones a los
trabajadores y a evitar toda competitividad agresiva que supusiese el
enfrentamiento entre Estados. Los sindicatos adquirieron gran poder, a cambio
de que no tensasen demasiado la cuerda en los conflictos laborales; su actitud
debía ser responsable, o en todo caso, jamás poner en cuestión al sistema.
Para que esta estrategia pudiera ponerse en marcha, diese resultado y se
pusiese freno a la expansión soviética era necesario reconstruir la economía de
los Estados europeos. Esto se hizo gracias a los enormes capitales que Estados
Unidos puso en manos de los Estados europeos a través del denominado Plan
Marshall. Entre 1948 y 1951 Europa y Turquía recibieron un total de 13 mil
millones de dólares de la época, así como servicios de asistencia
técnica. Las primeras partidas importantes de la ayuda fueron a parar
a Grecia y a Turquía en enero de 1947. Estos dos países
estaban considerados la primera línea de la lucha contra la expansión
comunista, y ya se encontraban recibiendo ayuda económica en el marco de
la Doctrina Truman. Una vez completado el Plan, la economía de todos
los países participantes, excepto la República
Federal Alemana, había superado los niveles previos a la
guerra y en las dos décadas siguientes, Europa Occidental alcanzó un
crecimiento y una prosperidad sin precedentes.
Una vez recuperadas las economías de los Estados de Europa, parecía
absolutamente necesario avanzar en la integración de las mismas; en concreto
las de los Estados del bloque Occidental. Con esa intención, en 1951 se firmó
el Tratado de París, formalizando la creación de la Comunidad Europea del
Carbón y del Acero (CECA), y en 1957 el Tratado Constitutivo de la Comunidad
Europea, que establecía la Unión aduanera y la Política Agrícola
Común entre los Estados firmantes.
El 17 de febrero y el 28 de febrero de 1986 se firmó el Acta
Única Europea. Este tratado pretendió superar el objetivo
de Mercado Común para alcanzar el objetivo de Mercado
Interior que implicaría un espacio sin fronteras interiores, en el que la
libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales estaría
garantizada.
En Estados Unidos y Europa Occidental estaban satisfechos con los resultados
de estos acuerdos políticos. A principios de la década de los años 80 del Siglo
XX la Unión Soviética había perdido todas las esperanzas de exportar la
revolución comunista a los Estados occidentales; más aún, entre sus propios
satélites se estaba generando un enorme problema porque la economía de todo el
bloque socialista estaba paralizada y los ciudadanos de aquellos Estados veían
como el nivel de vida del bloque occidental subía sin detenerse, mientras las
condiciones de vida en su lado del muro se deterioraban a la misma velocidad.
En la noche del jueves, 9 de noviembre de 1989, al
viernes, 10 de noviembre de 1989, cayó el muro de Berlín
como consecuencia de las exigencias de libertad en la República
Democrática Alemana. El 8 de diciembre de 1991, tras el fracaso
del golpe de Estado de Agosto, la Unión Soviética quedó disuelta por acuerdo
entre las principales repúblicas que la componían. Europa Occidental había
resistido durante toda la Guerra Fría y los antiguos satélites de la extinta
Unión Soviética deseaban acercarse económicamente al bloque occidental. Las
razones para que Europa fuese el escenario preferente de la estrategia de los
vencedores de la Segunda Guerra Mundial se habían esfumado; ahora pasaba a
primer plano el Próximo y Medio Oriente. Sin embargo, en aquellos Estados de
Europa Occidental se había ido formando una clase política estrechamente
vinculada a los asuntos comunitarios, que además, tenía unos intereses que
coincidían a menudo con poderosos grupos financieros que hacían negocios en el
conjunto de Europa y en otros continentes.
Estas clases políticas y financieras, con enorme influencia en los
distintos gobiernos de Europa, se apresuraron a firmar el Tratado de la
Unión Europea, también conocido como Tratado de Maastricht. Este tratado
se firmó el 7 de febrero de 1992, entró en vigor el 1 de noviembre
de 1993. En virtud de este acuerdo se pretendía establecer una política
exterior común, una seguridad común y una justicia común. Uno de los puntos más
importantes de este tratado es el que se refiere a la creación de una moneda
única para toda la Unión Europea; dicha moneda, denominada euro, entró en
circulación el 1 de enero de 2002 en los 12
estados de la UE que la adoptaron en aquel año.
Uno de los beneficios más importantes del euro fue la reducción de los
riesgos provenientes del tipo de cambio, lo que hacía más fácil la inversión a
través de las fronteras. Además las actividades financieras se beneficiaron
de la eliminación de los costes asociados a las transacciones bancarias
entre divisas. Se esperaba igualmente un incremento en la competencia y la
disponibilidad de productos financieros a través de la unión, que reduciría sus
costes para las empresas y posiblemente también para los consumidores
individuales.
Sin embargo, en contra de las buenas espectativas de los burócratas
europeos, en 2008 estalló la crisis económica más profunda desde 1929. La
crisis comenzó en Estados Unidos, pero tuvo y sigue teniendo hoy en día más
virulencia en Europa. En un principio se mostró como una crisis bancaria y
financiera, pero acabó siendo de deuda pública; varios Estados europeos
entraron en quiebra técnica y hubieron de ser rescatados de manera abierta o de
forma encubierta.
Lo cierto es que el euro fue una de las cosas más afectadas por la crisis;
de forma indirecta, eso desde luego. Entre amplios sectores de la opinión
pública se extendió el convencimiento de que la moneda única era un fracaso, y
que era responsable en buena medida de la deriva catastrófica de la crisis.
Conviene tener en cuenta que la entrada del euro supuso un enorme aumento
de la inflación en ciertos países de la UE. Esto se ocultó desde el principio y
se llevó a cabo una manipulación de los datos económicos para que los
ciudadanos no cayesen en la cuenta de lo que estaba ocurriendo.
El 1 de enero de 2002 el euro comenzó a circular al
cambio de 166,386 pesetas por euro; sin embargo, la inmensa mayoría de los
ciudadanos españoles notaron que al cabo de pocos meses el euro se había
devaluado con respecto a la antigua peseta. Esto supuso una subida de precios
como no se había conocido desde hacía décadas. Los políticos y algunos
economistas a sueldo declararon que aquella inflación desbocada era el síntoma
más claro de una economía que marchaba a gran velocidad y, por supuesto,
consecuencia de la fortaleza del euro.
Esto no resiste el primer análisis, porque lo que estaba ocurriendo era un
fenómeno de esquizofrenia económica: el euro se revalorizaba en el exterior y
se devaluaba en el interior. Su consecuencia fue una pérdida brutal de la
competitividad de algunos Estados de la UE.
Hacia 2010 varios Estados de la UE estaban quebrados y comenzó a escucharse
el sálvese quien pueda. ¿Estaba quebrado también el proyecto europeo? Hubo
momentos en que pareció que sí. Pero esta clase política que gobierna Europa no
puede abandonar el proyecto político de la UE. Se subieron a ese barco hace más
de medio Siglo, cuando comenzó la política de bloques, y ahora sus destinos
están atados con fuerza. No hay vuelta atrás, se saldrá de la crisis y se
continuará por la senda de la integración económica y política; no por miedo a
un enemigo exterior como antaño, sino por pura y simple supervivencia.
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