Veamos que podemos leer cuando abrimos por el índice cualquier libro de
texto de Enseñanza Media que trate sobre Historia Moderna y Contemporánea:
Grandes Descubrimientos, Capitalismo Mercantil, Monarquías Autoritarias, Reyes
Católicos, Los Austrias, El Renacimiento, La Reforma, La Contrarreforma, El
Barroco, Guerra de los Treinta Años, Monarquía Absoluta, Los Borbones etc...
Como puede comprobarse con facilidad, los contenidos se refieren
exclusivamente a la Historia de Europa, y si en algún momento hacen referencia
a los acontecimientos ocurridos en cualquier otro continente es solo porque de
alguna forma están relacionados con Europa. La Segunda Guerra Mundial supuso un
cambio de tendencia por pura obligación; nadie podía volver la mirada hacia
otro lado ante la irrupción de Estados Unidos como superpotencia mundial tras
la derrota de Alemania y Japón y el titánico pulso mantenido con la Unión
Soviética durante la Guerra Fría. También la Unión Soviética parecía a simple
vista una potencia exterior a Europa; nada más lejano a la verdad, el
socialismo es una ideología puramente europea, que surge como respuesta a
conflictos típicamente europeos.
Puede decirse sin engañar a nadie que los europeos han estado durante
varios siglos atendiendo exclusivamente a sus cosas internas, sin prestar
atención al resto del Planeta como no fuese para hacer un buen negocio y hasta
ahí llegó la cosa.
Claro que nada es eterno, y esto sí que es una gran verdad, porque desde
principios del Siglo XXI los europeos y el resto de Estados occidentales han
comenzado a mirar de reojo a otras regiones del mundo que se han empeñado
obstinadamente en llamar la atención. El mundo islámico que desde finales del
Siglo XVIII parecía adormecido y controlado por las potencias europeas ha
estallado en una multitud de conflictos que han tenido como consecuencia que
Occidente ande extraviado en cuanto a la política a seguir en aquellas
regiones.
Pero lo más importante ha sido la progresiva aparición de lo que se viene
conociendo como Estados Emergentes. Se trata de Estados jóvenes, surgidos en su
mayoría durante el Siglo XX, que han experimentado un rápido crecimiento demográfico
y económico. Sus poblaciones han crecido rápidamente en los últimos cien años
como consecuencia de la difusión de los avances científicos en el campo de la
medicina y la mejora de las condiciones sanitarias en general. La mortalidad ha
disminuido muchísimo y la natalidad se ha mantenido alta; tanto es así que en
algunos casos se han tenido que aplicar políticas antinatalistas para evitar la
superpoblación.
El crecimiento aceleradísimo del PIB de estos estados se ha producido
porque han encontrado un nicho vacío en el sistema productivo mundial. Han
inundado los mercados de productos baratos de mediana o baja calidad; algo que
no importa mucho a la sociedad consumista occidental. Estos precios baratos han
sido posibles gracias a una ingente mano de obra muy barata y a la ausencia de
controles en el ámbito financiero, industrial y comercial. Los costes de
producción bajísimos en comparación con los de los países desarrollados de
Europa y América del Norte han atraído hacia estas economías emergentes una
enorme inversión de capital en todos los sectores de la producción.
Consecuencia de todos estos acontecimientos que se han producido fuera de
la esfera Occidental ha sido, por ejemplo, que China fuese en 2012 el mayor
productor de acero del mundo con 708,7
millones de toneladas, sobre un total de 1.509,8 millones, es decir, casi el 47% de la
producción mundial. En el mismo año, el PIB de este Estado asiático alcanzó los
6.391.718 millones de euros y su tasa de crecimiento en los
primeros nueve meses de 2013 se situó en el 7,7 %.
Otro Estado que crece a marchas forzadas es la India. Su PIB alcanzó
los 1.868.381 millones de dólares en el período 2011-12 y llevó a cabo en
el mismo período un volumen de exportaciones por valor de 250.468 millones
de dólares.
Para hacernos una idea de la evolución de estos dos Estados en las últimas
décadas basta con saber que China es actualmente el segundo consumidor de
energía eléctrica del mundo con 2.859.000.000
de MW/h al año; mientras que India es el séptimo consumidor
con 488.500.000 MW/h al año.
Pero lo más sorprendente de todo es que el Gobierno de
China se ha convertido en el primer prestamista del mundo y en el mayor
acreedor de Estados Unidos, la primera potencia mundial. China cuenta con la
mayor provisión mundial de reservas de divisas, en parte debido a sus
esfuerzos por fomentar las exportaciones al mantener bajo el valor de su
moneda, el yuan. No revela sus participaciones, pero una buena parte de sus
reservas de divisas está invertida en deuda del Gobierno estadounidense; el
país tenía en julio 1.27 billones de dólares en títulos del Tesoro de Estados
Unidos.
Con estos datos parece aconsejable que los historiadores comiencen a
preocuparse un poco por conocer lo que ha ocurrido en Extremo Oriente en las
tres últimas décadas y vayan sacando consecuencias de todo ello. Parece
inevitable que la Historia en Occidente empiece a prestar atención a Oriente.
No se trata solamente de adaptarse a los nuevos fenómenos de la globalización;
es mucho más, la cuestión estriba en que el peso de ciertas regiones del
planeta se aligera progresivamente, mientras otras zonas aumentan su peso año
tras año. Que el Océano Pacífico sustituya en importancia económica y
estratégica al Atlántico es una posibilidad nada remota.
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